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Full text of "Cartas y poesías inéditas"

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CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 

DE 

GABRIEL Y GALÁN 



CASTO BLANCO CABEZA 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



GABRIEL Y GALÁN 

CON UN PRÓLOGO 

DE 

ARMANDO COTARELO 




MADRID 
LiB. Sucesores de Hernando 
Arenal, 11 

1919 



\ 



ES PRCriLDAD 



:¡:í;¿^^X^Í¡:BrErECOraANClSCANO.-SANTlAGO 



A LA VIRTUOSÍSIMA Y RESPETABLE SEÑORA 



^ DOÑA DESIDERIA GARCÍA, 

VIUDA DE GABRIEL Y GALÁN 

Y A SUS QUERIDOS HIJOS, 

COMO OFRENDA DEBIDA A LOS SERES QUE MÁS 
AMÓ EL POETA, Y DÉBIL HOMENAJE A SU 
GLORIOSA MEMORIA, DEDICA ESTE LIBRO 

Casto Blanco Cabeza. 



Madrid, 1919, 



PRÓLOGO 



Don Casto Blanco Cabeza, sabio y dignísimo 
profesor de la Escuela Normal de Madrid, ofrece 
hoy al público un libro interesante y simpático 
como pocos. Movido de cariñosa amistad obsti- 
nase en que mi modesta pluma detenga el ansia 
de leerlo con que todo español lo tomará en sus 
manos; y yo accedo a mi pesar, pues la sospecha 
de la inutilidad de estas líneas se eleva a certi- 
dumbre en vista de los hermosos preliminares 
con que el editor le antecede y son verdadero 
prólogo de la obra. 

Envidiables dotes de narrador posee el señor 
Blanco Cabeza y revela cumplidamente en tan 
ameno escrito, que se lee con el agrado de una 
novela y el provecho de una historia. Contados 
están en él, por modo insuperable, todos los an- 
tecedentes necesarios para emprender la lectura 
de las cartas y poesías de Galán: los orígenes del 
epistolario, sus etapas y vicisitudes; las cualidades 



VIII 



PRÓLOGO 



físicas y morales del poeta en su edad juvenil, sus 
hábitos de estudiante y hasta sus ilusiones, sus 
afectos y sus esperanzas. Y como marco de se- 
mejante esbozo psicológico, desfilan también 
alumnos y profesores de varia catadura, camara- 
das, admiradores y hasta envidiosillos del futuro 
cantor de las etapas castellanas, en cuadro anima- 
do y palpitante, con esa verdad y frescura que 
solamente resplandecen en el trasunto de la reali- 
dad vivida, cuando quien lo pinta alcanza, como 
el Sr. Blanco Cabeza, a dibujarlo con segura mano 
y a derramar sobre él las cautivadoras galanuras 
de la forma. Solamente dos páginas emplea en 
retratar al venerable Sarrasí y sin embargo le co- 
nocemos tan bien que nos parece haberle visto y 
comunicado. Parco en comentarios, huye a pro- 
pósito de toda consideración retórica; mas elige 
con tanta habilidad los hechos y los relata con 
tal destreza, que ellos solos sugieren variadísi- 
mas deducciones, logrando así uno de los más 
estimables méritos del escrito, conviene a saber: 
cierta colaboración del lector, que a duras penas 
se aviene con un papel meramente pasivo, cuando 
todo se lo dan dicho y comentado. El episodio 
de los gorríoncillos habla más en alabanza del 
corazón de nuestro poeta que diez pliegos de 
consideraciones filosóficas. 



PRÓLOGO 



IX 



Blanco Cabeza y Galán fueron amigos, mas 
no con esa amistad un tanto externa y muchas 
veces fugaz, engendrada por el compañerismo de 
las aulas, sino con el afecto hondo y duradero 
que nace de la comunidad espiritual, de las afini- 
dades de sentimiento, de la identidad de caracte- 
res. Cuantos conozcan a Blanco Cabeza hallarán 
natural y necesario este recíproco afecto. Así 
como en el autor de Campesinas hermánanse en 
él las altas dotes intelectuales con las prendas del 
corazón. En verdad privilegiado, de vasta cultura, 
de temperamento soñador, de inteligencia perspi- 
caz es, sobre todo, como Galán lo fué, un hombre 
bueno, modesto, laborioso, de arraigadas creen- 
cias y de pecho agradecido y sensible, según 
prueba este libro, raro ejemplo de devoción a la 
memoria de un muerto. 

No menos de cincuenta cartas y seis poemas 
abarca la colección presente. Escritas las primeras 
al correr de la pluma, sin artificio de ninguna cla- 
se, ajenas a toda idea de publicidad y tan sólo 
para recordar al amigo el afecto que no se 
entibia, revelan mejor que ninguna otra de sus 
obras lo que José María Galán era por den- 
tro, confirmando a la vez, sus innegables mé- 
ritos de prosista: la seguridad de la frase, la 
afluencia del estilo, la riqueza de vocabulario, la 



X 



PRÓLOGO 



sencillez encantadora y la gracia espontánea, cor- 
tés y apacible. 

Las producciones de los grandes artistas po- 
nen de manifiesto no solamente sus principios 
estéticos y los recursos de su técnica sino tam- 
bién las reconditeces de su interior, y de un 
modo especial las empresas literarias que por su 
naturaleza son más íntimas, más espirituales. Pero 
el contemplador no se satisface ordinariamente 
con esto: desea penetrar, guiado por la obra, en 
el alma misma de donde ha brotado, sorprender 
el divino impulso que pudo inspirarla, el hervor 
de la fantasía al vestirla de forma tangible, los 
pasos todos de su elaboración, ya lenta y trabajo- 
sa, ya rauda y ardiente, para entrever así la psi- 
quis del artista, a quien se complace en suponer 
noble, brillante y como purificado de las miserias 
de la carne. Peligroso es, con todo, semejante 
análisis, aunque no poco instructivo, porque 
¡cuántas veces, si esto logramos, la desilusión 
nos defrauda y entristece! 

No así en el caso del insigne salmantino. Es- 
tas cartas, tan ingenuas como elocuentes, mani- 
fiestan un espíritu íntegro, desnudo, sin dobleces 
ni repulgos. La sinceridad, timbre excelso de las 
obras de Galán, brilla aquí esplendorosa, convi- 
dándonos a bucear en un alma que fué coma 



PRÓLOGO 



XI 



parece: sencilla, honrada, cristiana, inteligente y 
tierna en sumo grado. Preséntannos, además, al 
artista principalmente en sus años de juventud, 
cuando arde la imaginación, las pasiones se exal- 
tan y el entendimiento vacila y muchas veces 
zozobra; primavera del vivir apta a las espansio- 
nes poéticas, pero en la cual contados hombres 
logran la plenitud de su genio. De este número 
fué nuestro poeta, según demuestra su epistola- 
rio: el Galán de 20 años es el mismo de 35, edad 
en que le arrebató la muerte. 

Los temperamentos afectivos y emocionales, 
cuya nota característica es una extremada sensibi- 
lidad, viven sobre todo interiormente, aman la me- 
ditación y el silencio y suelen propender al psico- 
logismo, entregándose a la autoinspección y estu- 
dio de sí propios y recogiendo, con frecuencia, en 
diarios los productos de este examen. No consta 
que Galán dejase escritos de semejante clase, pero 
muchas de las cartas que van a leerse pueden sin 
violencia figurar en ella por la finura analítica con 
que exponen estados de ánimo, vaguedades, de- 
seos, optimismos y tristezas de un ser que nada 
cela, que se entrega al amigo amado y le comuni- 
ca cuanto siente y cuanto piensa. 

Relativamente fácil es escribir bien, porque al 
fin la forma literaria es cosa externa y artificiosa. 



XII 



PRÓLOGO 



que con la aplicación se adquiere; mas no lo es 
sentir la realidad y comprenderla hondamente; para 
ello son precisas cualidades interiores, delicadezas 
espirituales y hasta, quizás, perfecciones orgáni- 
cas, patrimonio harto regateado por la naturaleza. 
Apreciar lo grande, conocer lo extraordinario, gus- 
tar lo noble, al alcance está de los muchos; pero 
descubrir lo delicado, lo fino, lo exquisito, privile- 
gio es de los pocos. El poeta castellano, mago 
evocador, hace surgir por doquiera hermosuras 
misteriosas ocultas al común de los mortales 
y que aguardaron latentes su llegada para reve- 
larse sólo a él, como la princesa dormida esperó 
en letargo secular la presencia del príncipe único 
designado por la fortuna. Nada para Galán hay 
pequeño o despreciable: todo vive a sus ojos y 
en todo descubre alma, belleza y movimiento. La 
peña desnuda, la rasa campiña, el árbol desmedra- 
do, el menudo insecto, un viaje en ferrocarril, una 
enfermedad pasajera, la vida aldeana, los lances 
de unas oposiciones, la espera de cartas y noti- 
cias, la regencia de una escuela pueblerina, los 
cuidados del labrador, la cacería de liebres y per- 
dices, el hablar con rústicos y gañanes todas 

estas cosas tan comuHes y prosaicas se elevan 
maravillosamente en sus manos y adquieren inte- 
rés y nobleza. Y ¡qué será cuando los grandes 



PRÓLOGO 



XIII 



afectos y dolores de la vida, como el cariño a la 
esposa y a los hijos, la muerte de la madre, el 
triunfo aclamado, le hieran o le halaguen haciendo 
vibrar ampliamente aquella cuerda siempre tensa 
y resonante! De todo hay muestras en este epis- 
tolario y en todas se descubre su gran espíritu, 
cuya afectividad trascendente le hace abrazarse en 
poética unión con la naturaleza entera, calentarla 
con su propio fuego, palpitar y vivir, porque en 
cada ser deposita un destello de su alma abrasada 
de inextinguible sed de amores. 

De los poemas, hasta ahora inéditos, que aquí 
se ofrecen mucho podría decirse. Casi todos fue- 
ron compuestos en la breve y única estancia del 
autor en Galicia y pertenecen, por tanto, a su más 
tierna juventud. Esto sólo declara el gran interés 
con que serán mirados como primeros vuelos de 
esa alondra terrena, a quien gusta ocultarse tími- 
da en la hondura del surco recién labrado y con- 
fundir con la parda tonalidad de la haza los mo- 
destos colores de su plumaje; pero que sabe 
también volar osada y remontarse en graciosas 
espirales para saludar con dulces trinos al maña- 
nero sol, dorado y fecundante. Tienen además 
innegable mérito intrínseco, como lo tiene cuanto 
salió de su pluma, dócil y afortunada; así los Sus- 
piros, mansas quejas de un desengaño amoroso. 



XIV 



PRÓLOGO 



como el improvisado Adiós, compuesto con sin- 
gular soltura y la burlesca elegía a la muerte del 
hurón Ciguiel, hábilmente versificada y que nos 
ofrece muestra de la vena festiva de Galán, aspec- 
to poco conocido del poeta. 

Mayor importancia ostentan las composicio- 
nes restantes: ¡Patria mía!, inspirada canción a la 
aldea nativa, donde el autor triunfa de la técnica 
con variedad de modos; la primorosa balada 
Fuente vaquera, que no obstante pertenecer al 
ciclo de sus primeros versos nos ofrece al poeta 
ya formado y definido; los cadenciosos pareados 
Mañanas y tardes, obra de empeño, indudable- 
mente una de las buenas poesías suyas, en que 
los primores de la versificación vencen la dificul- 
tad del cansado metro y donde flota visible re- 
cuerdo del gran Zorrilla. En estas obras está, sin 
duda, todo Galán. Escribiólas mejores; pero ya en 
ellas aparecen íntegros los recursos de su lira y 
especialmente aquel hondo entusiasmo por la tie- 
rra natal, el campo castellano, cuya austera y so- 
lemne belleza supo sentir y expresar como nadie. 
Porque Galán fué un alma campesina afinada por 
el estudio y ennoblecida por el sentimiento. En él 
palpitan los puros afectos y la natural rectitud del 
hombre campestre y supo vestir con ropaje ur- 
bano los ideales comunmente vagos pero vigoro- 



PRÓLOGO 



XV 



SOS del mundo rural, como la abeja transforma 
dentro de sí el zumo de las flores silvestres en 
miel dulce y regalada. 

Ceso de entretenerte lector. Con gusto reco- 
rrerás estas páginas, recórrelas también con reve- 
rencia; porque la presente obra es tierna ofrenda 
de postumo cariño que manos piadosas depositan 
sobre una tumba querida. 

Armando Cotarelo y Valledor. 



LOS RECUERDOS 
Y PAPELES DE GALAN 



LOS RECUERDOS 
Y PAPELES DE GALÁN 



¡Quién me diera saber trasladar al papel las im- 
presiones que experimentó mi alma ingenua de es- 
tudiante provinciano, al llegar por primera vez a 
JVladrid! 

Fué en el curso de 1888 a 89. Mi corazón, repleto 
de ilusiones, tenía 20 años y estaba enamorado per- 
didamente. Mis sentidos, ávidos como pajarillos re- 
cién escapados, vibrantes a todas las sensaciones 
nuevas, tropezaron de repente con aquella populosa 
urbe, llena de magníficos palacios, estatuas, museos 
y jardines. Mi espíritu, optimista por naturaleza; sano, 
fuerte, nuevo, abierto a todas las brisas, cual debie- 
ron estar los templos de columnas de la Acrópolis; 
dócil a toda insinuación de verdad, de belleza y de 
virtud, se encontró, ya al llegar, al lado de un gran 
artista, Julio Veiga; y al poco tiempo, con el in- 
comparable José María Gabriel y Galán. 

Dónde vais ya, ¡oh queridísimos y llorados ami- 
gos! ¿Dónde va también aquel estudiosísimo Táboas... 
y tú, inolvidable Antonio, poeta y marino, que en- 
tregaste tu vida por la patria?... 

¡Cuán poco tiempo gozó el mundo de vosotros! 



* ♦ 



4 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Julio estudiaba último año de violín en el Conser- 
vatorio. Vivía con su madre, la señora doña Clotilde 
Valenzano, en el número 8 de la Plaza de Oriente. 
Allí fui yo a parar, a vivir con ellos en familia: Julio 
fué para mí un buen hermano, y doña Clotilde hacía 
con ambos el papel de una madre cariñosa. 

Hija de artistas oriundos de Italia, esposa del fa- 
moso compositor don Pascual Veiga, autor de La 
Alborada, relacionada de antiguo con buenos músi- 
cos y literatos, como el célebre maestro Monasterio 
y el escritor Fernández Bremón; aquella señora bon- 
dadosa, culta y finísima, reflejaba sobre nosotros su 
gran sentido artístico, y nos avivaba eñ esa devoción 
que suelen tener los jóvenes hacia los grandes genios. 

Julio iba en camino de llegar a serlo. Por lo menos 
a mi me lo parecía, y de fijo sé que aspiraba a crearse 
un nombre. 

Y no sin motivos. Era un prodigio en el violín, y 
sin disputa el más aventajado alumno del Conservato- 
rio. Componía hermosa música, —hasta con lujo aca- 
baba de editarle Zozaya su tanda de valses, titulada 
Al Vuelo,— y era el orgullo de sus profesores. 

Además dibujaba muy bien, pintaba acuarelas pre- 
ciosas, escribía versos, y hasta publicaba notables 
artículos de crítica musical en las revistas de Arte. 

Y, a todo esto, sólo tenía 19 años. 

Con Julio hice mis primeras excursiones para ver 
las preciosidades de la Villa y Corte. Por las tardes, 
cumplidas nuestras obligaciones de estudiantes, reco- 
rríamos los cafés, teatros, calles y jardines; los domin- 
gos, después de oír misa, los dedicábamos a visitar 
el Retiro y los Museos. Julio hacía muy bien de 
cicerone para estas cosas. 

Doña Clotilde, apasionadísima de la ópera, me ser- 



DE GALÁN 



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vía de Mentor cuando íbamos al Real; nos llevaba a Pa- 
lacio cuando había Capilla pública, y se entusiasmaba 
contemplando las ceremonias de Corte, las bordadas 
casacas de los gentiles hombres, y la elegancia, distin- 
ción y majestad de la Reina Regente que, a pesar de la 
sencillez de su luto, destacaba en medio de todas sus 
damas, cubiertas de riquísimos trajes y preseas. 

Al lado de este inolvidable artista y de su ma- 
dre pasé el tiempo de mis estudios en Madrid; y el 
ambiente de esta casa influyó no poco en mis aficiones 
estéticas, y fué al principio un gran consuelo para mi- 
tigar la nostalgia, que padece todo joven arrancado 
al regazo de la dulcísima Galicia. 



Y en la Escuela?... Allí conocí a mi José María: a 
aquel corazón que hasta la muerte tantas mieles des- 
tiló en el mío, herido de ausencia, por fin, en aquella 
época; hambriento de afectos y caricias, lejos de mi 
prometida y de mi madre. 

Cuando llegué a los estudios, ya estaba empezado 
€l curso. Me encontré en medio de una turba de estu- 
diantes ruidosos, que llenaban los corredores con el 
estrépito de su charla. De todo se hablaba y se discu- * 
tía, menos de los estudios, ni de cosa alguna útil. 

Los primeros días ya me hice amigo de Manuel 
Cabanelas, que era un compañero de los más expan- 
sivos. 

Cabanelas y Táboas eran también de Galicia, y se 
me aficionaron mucho. Táboas era el prototipo del es- 
tudiante infatigable. No se ocupaba en otra cosa sino 
€n estudiar. Estudiaba de memoria, paseando día 
y noche con el libro en la mano, repitiendo y meditan- 



6 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



do SUS párrafos. Cabanelas era todo lo contrario: es-- 
tudiaba muy poco; su buena inteligencia se contentaba 
con oir atentamente las explicaciones de los catedráti- 
cos, y escuchar los comentarios que hacían los compa- 
ñeros. Era un mocetón alto y muy fornido, guapo, siem-^ 
pre sonriente, y en clase de Gimnasia hacía prodi- 
gios de fuerza. 

La primera clase a que asistí, —lo recuerdo bien,— 
fué la de Moral. El profesor de esta asignatura era un 
docto fraile exclaustrado, hombre suspicaz y mal hu- 
morado siempre con los alumnos. Tenía la clase a las 
siete y media de la mañana. ¡Buen trabajo costaba lle- 
gar a ella puntualmente en invierno! Ya no solía él lla- 
mar hasta las ocho, y aun así, siempre faltaban bas- 
tantes alumnos. 

Aquel día yo, —sabiendo de víspera que se daba 
la lección 9.^— me había estudiado bastante bien la 
conferencia. 

Tal me valió. Empezó el catedrático a pasar lista, 
y al llegar a mi nombre, 

—¡Blanco Cabeza, D. Casto! 
—Servidor de usted. 

—¡Hombre! es la primera vez que contesta usted a 
la lista, y tiene aquí ya una porción de faltas. 

—Sí, señor,— dije.— Hasta hace pocos días no he 
recibido la autorización del Rectorado para dejar mi 
escuela, y acabo de llegar a Madrid. El Sr. Director, en 
vista de la fecha de esta autorización y de no ser mía 
la culpa de no asistir a las clases, me ha dispensado 
las faltas; y yo ruego a S. S. me las dispense también... 

—Bueno, bueno... ¡disculpas! ¿Sabe usted la confe- 
rencia?... Vamos a ver! —repuso el catedrático. Y 
cerrando la lista muy atufado añadió: —Vamos a ver 
lo que me dice usted de las pasiones. 



DE GALÁN 



7 



Yo principié diciendo los tópicos que había estu- 
diado acerca de las concupiscibles e irascibles. Cuando 
estaba enumerando aquello de «amor y odio, deseo y 
fuga, alegría y tristeza... esperanza y desesperación, 
audacia y temor, y la ira...» 

—Que no tiene contraria! —interrumpió el cate- 
drático, empezando a descorrer el ceño.— Vamos, 
siga usted. 

Continué mi lección con inusitada serenidad, en me- 
dio del silencio de los alumnos, extrañados, la mayor 
parte de que el profesor se contentase con mover la 
cabeza de arriba abajo, sin dirigirme las censuras que, 
según supe después, solía disparar al tomar lección. 

Hay días de suerte loca, y aquél lo fué para mí, 
pobre novicio, que me veía entre tantos desconocidos, 
temiendo sus juicios con la natural zozobra del re- 
cién llegado. 

Dió el bedel la hora, cortando mi perorata; salimos 
de aquella clase, y ya se me acercaron a hablar varios 
condiscípulos. Otros me miraron con bellos ojos de 
benevolencia. No faltó alguno que intentó clavarme 
con miradas de envidia. 

Mis dos paisanos, Cabanelas y Táboas, me dieron 
efusiva enhorabuena. Cabanelas me acompañó toda 
la mañana, y desde aquel día fuimos muy amigos. 

Cabanelas, a pesar de su holgazanería para el estu- 
dio, era activo para todo lo demás; no era nada vicio- 
so, y en medio de aquel cuerpazo de Hércules, tenía 
un carácter casi infantil y atesoraba un excelente co- 
razón. 

Para que yo no pudiese envanecerme con mi triun- 
fo, pronto tuve la derrota en la clase de Legislación. 

Explicaba esta asignatura un sabio y magnífi- 
co señor de patillas blancas, que venía a clase en 



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LOS RECUERDOS Y PAPELES 



coche, y era lo más fino, severo e imponente que se 
puede decir. Exigía al pie de la letra los preámbulos 
y articulado de todas las leyes, decretos, reglamentos 
y reales órdenes, vigentes y pretéritas, dictadas en 
materia de instrucción pública. 

El único alumno capaz de contentar a este catedrá- 
tico, era el infatigable Táboas. 

Pasaba lista mirando los huecos que quedaban en 
los bancos; para lo cual tenía ordenado que cada 
alumno se sentase siempre en un mismo sitio, y res- 
petase el vacío del inmediato, si éste faltase a cáte- 
dra. Yo le había visto ya muy enfadado acerca de 
tan importante cuestión, pero entendí que bastaba 
que nos colocásemos por orden de lista. 

Por ahí vino mi pérdida. 

Pocos días después, como notase el profesor que 
yo me había sentado fuera de mi sitio, ocupando el 
hueco de mi vecino ausente, me lo advirtió con terri- 
ble severidad, y me pidió la lección. 

Yo sabía... que no la sabía bien, y así me desconcer- 
té más. No sé que lío me armé con la ley de 1834 y el 
reglamento del 47. El caso es que a los tres o cuatro 
minutos me cortó la palabra el catedrático, diciendo 
fríamente con la más despectiva sequedad y mirándo- 
me de hito en hito, sin moverse: 

—Basta! No sabe usted una palabra. Siéntese usted. 

Y pasó a explicar la lección siguiente. 

Al salir noté que mi crédito habla disminuido bas- 
tante, y algunos ojos vi que se alegraban de mi tro- 
piezo. Pero Cabanelas, tan cariñoso como siempre, no 
se apartó de mí, y Táboas fué explicándome por la 
calle en qué había consistido mi equivocación. 



* 



DE GALÁN 



9 



De todos los profesores de la Escuela, y aun de cuan- 
tos maestros he tenido, ninguno, excepto mi bendito pa- 
dre, me ha llegado a inspirar tanto afecto y admiración 
como aquel venerable don Jacinto Sarrasí, entonces Di- 
rector de la Escuela Normal Central. Siempre que 
pienso en él, me parece imposible que no lo admirasen 
con férvido entusiasmo, como yo, cuantos fueron sus 
discípulos. 

En su trato con los alumnos era muy diferente de los 
otros dos profesores citados. Nos hablaba siempre con 
la afabilidad y ternura que usarla con sus nietecitos pe- 
queños un abuelo cariñoso, sabio y feliz. 

Y un abuelo parecía, en todo, aquel bondadoso y 
docto anciano, con su cabeza enteramente calva, su 
rostro bien rasurado, sus ojillos llenos de arrugas, pero 
aun muy vivos, su boca algo hundida, y su pasito 
corto, un poco vacilante, a pesar del inseparable bas- 
tón antiguo de bola de marfil. 

Algunas veces, a la salida de clase, donde nos 
habla entretenido, como encantados, con sus preciosas 
explicaciones, se nos acercaba en el corredor, sonrien- 
do como un picarillo, y nos pedía lumbre para encen- 
der su cigarro. Después se despedía de nosotros, des- 
tocándose la brillosa chistera con mucha distinción, y 
se marchaba para casa, diciéndonos cariñosamente: ^ 

—Adiós, adiós; hasta mañana. Estudiad mucho. 

Explicaba dos asignaturas. Pedagogía superior y 
Literatura, y las explicaba muy bien. Cada vez estoy 
más convencido de que era verdaderamente insigne co- 
mo maestro, como filósofo y como crítico literario, y 
aunque no dejó publicada ninguna obra, me consta 
que las dejó escritas. 

Un día, que le pedimos que diese sus cuartillas a la 
imprenta, nos dijo: 



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LOS RECUERDOS Y PAPELES 



—No quiero yo verme en vida roído por gusanos. 

Sus explicaciones eran clarísimas, y tan amenas 
que nos parecía un soplo la hora y media de su cáte- 
dra. Solía hacer digresiones, de las cuales no siempre 
regresaba a la cuestión principal por falta de tiempo; 
pero estas digresiones aún eran a veces más instruc- 
tivas y substanciosas que la misma cuestión. 

Había sido condiscípulo del ilustre pedagogo 
Montesinos, con el cual estuvo pensionado en el ex- 
tranjero; y maestro suyo fué el célebre D. Alberto 
Lista, que sabía comunicar^ el don del gay saber y 
convertir en poetas a los alumnos de su cátedra, como 
Espronceda, Becquer y tantos otros. 

Sabía enseñar prácticamente las cosas. Después 
de explicarnos una especie literaria, por ejemplo la 
égloga, nos mandaba dar lectura ante él a un modelo^ 
y nos iba haciendo notar las bellezas de expresión 
conforme iban apareciendo. A veces su corazoncito 
de artista y de lírico tiernísimo, se conmovía tanto, en 
los pasajes de gran efecto, que no podía contener las 
lágrimas, y limpiándose los marchitos ojos con el pa- 
ñuelo, y oprimiéndose el pecho con la otra mano,, 
decía temblorosamente al alumno, en un sollozo: 

—Más despacio!... más despacio!... 

Y los alumnos llorábamos a veces también con 
él, —¡tan eficaz era la comunicación estética que sabía 
establecer entre su sensibilidad y la nuestra! 

Yo debo a este profesor gran parte de mi corta 
educación artística, y firmemente creo que mucho pudo 
influir su ejemplo y su enseñanza en el espíritu de Ga- 
briel y Galán, cuyo lirismo vibraba ya en aquel tiempo 
cual dulcísima arpa cólica. 



DE GALÁN 



11 



A mí me molestaba siempre el estrépito de aquella 
masa de alumnos que, hablando a gritos como locos, 
llenaba los corredores, durante los intermedios de clase 
a clase. Muchas de sus conversaciones no eran todo lo 
agradables que se pudiera desear; porque, entre una 
gran mayoría de muchachos de buena educación, ha- 
bía, como siempre, una media docena de chicos de lo 
más fresco. De modo que, a los pocos días, fui dando 
en la costumbre de quedarme en el extremo de un 
corredor menos frecuentado. 

Frente a una ventana que en el rincón había, otros 
dos o tres alumnos se arrimaban, también huyendo 
valerosamente de la general batahola. 

Allí, en aquella especie de Tebaida, encontré 
otros dos solitarios, dos salmantinos: el buen San- 
tiago Ribero, y el dulcísimo José María Gabriel y 
Galán. 

Allí hablábamos sin gritar, y comentábamos nues- 
tras lecciones o fumábamos nuestro medio cigarrillo, 
que nunca podíamos apurar antes que nos llamasen 
para otra clase. También se acercaban allí los otros 
compañeros muchas veces; pero nadie venía a pro- 
fanar aquel nuestro retiro con expresiones de mal 
gusto. 

¿Por qué he sido amigo de Galán? ¿Por qué aquel 
singular ingenio, aquel talento príncipe, llegó a dedi- 
carse así, entrañablemente y en absoluto, a este su 
obscuro condiscípulo? 

Mil veces me lo he preguntado, y nunca he podido 
darme respuesta concluyente a esta cuestión. Motivos 
más o menos especiosos he hallado, pero a todos 
pueden oponerse objeciones, y el más probable podrá 
ser que, entre las perfecciones de Galán, sobresalían 
las de ser sumamente delicado y agradecido. 



12 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Galán conoció que yo adoraba en él: por eso, por 
gratitud, llegó a quererme tanto. Galán tenía que amar 
a los que le amaban, pues era tan generoso que nunca 
pudo admitir el ser por nadie sobrepujado en afecto. 
Su mayor placer era amar, amar el bien, amar a su 
tierra, amar a su madre, amar mucho y siempre. Sus 
expresiones, sus cartas, sus poesías, su vida entera 
son buena prueba de esta dulce condición suya, acen- 
tuada hasta rayar casi en el fanatismo. 

¡Amar a todos los que le amaban, sin consentir ser 
por nadie sobrepujado en esto!... Es como decir que 
amaba a todos cuantos le conocían, pues no era po- 
sible conocer a Galán sin idolatrarlo. 

De su semblante, de sus ademanes, de sus meno- 
res palabras, brotaba una fuerza de simpatía, que 
arrastraba, desde luego, a la admiración, y después 
atraía como el imán. 

¡Oh cómo descollaba él entre todos los alumnos 
que vi en la Escuela, al llegar yo a Madrid en aquel 
memorable invierno! Pero desde que le oí dar sus ma- 
gistrales conferencias, y recitar tan sentidamente 
aquellas odas en la cátedra de Literatura; desde que 
pude conversar con él, ya tuve que amarlo sin remedio. 

Y es que, conociendo a Galán, ya no se podía 
desear en él otra nueva perfección, sino la de que él 
nos amase. 

Yo creo que no había más que pedirle; porque si 
por su silueta elegantísima y lo bien modelado de sus 
facciones, era un tipo de varonil belleza, mucho mayor 
belleza se notaba en lo que hervía bajo aquel pecho 
levantado y aquella frente noble y despejada, aso- 
mándose en el azul de sus ojos, en la expresión ine- 
fable de sus labios, y en la gracia natural de todas sus 
frases y movimientos. 



DE GALÁN 



13 



Galán tenía una figura hermosa; pero tenía un alma 
mucho más hermosa. 

* « 

Mis primeros coloquios con Galán fueron al salir 
de alguna clase, o en aquel extremo del corredor de 
la Escuela, que venía a ser nuestro retiro. Allí, junto a 
aquella tercera ventana, nos reuníamos siempre los 
solitarios. Pronto nos hicimos buenos amigos, y mu- 
chas veces salíamos de la Escuela juntos. 

Cerca de la Universidad, en la parada del tranvía^ 
siempre había dos niños muy bonitos, pidiendo limos- 
na. El mayor^ como de siete años, llevaba de la mana 
al pequeño, que no tendría más de cuatro, y nos pe- 
día, canturreando: 

— Pa mi madre, que es viuda y está baldada! 

Galán siempre le hacía una caricia al pequeño y le 
daba cinco céntimos. 

Después me decía a mí: 

—¡Pobres gorriones I 

Un día vimos que estaba sólito el más pequeño, y 
Galán pellizcándole cariñosamente la mejilla, le pre- 
guntó por su hermano. 

El pobrecito gorrión nos explicó en su media len- 
gua, que su hermano estaba enfermo, y no había po- 
dido salir de casa. Que «como madre no pue andar, 
él, —el mendruguillo aquél que no alzaba tres palmos 
del suelo— tenía que ir de zeguida pa cuidar a lo dos 
enfermo». 

— Vení conmigo y verán como e verdá —añadió el 
pobrecito. 

Galán se convenció enternecido, y me dijo: 

—Si me acompañaras, de buena gana iría a verlos^ 



14 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Fuimos con el pobrecillo a la bohardilla de una 
•casa grande de la calle del Tesoro. 

El pequeñín entró gritando: 

— ¡Manué! ¡Manué!... Ya viene el zeñorito de la 
<:apa pelosa! 

Aludía a Galán, que gastaba, por aquel tiempo, 
una magnífica capa de paño muy negro y grueso, pero 
no liso, sino salpicado de montoncitos de felpa. 

—Miren como e verdá —nos dijo a nosotros. 

Y era verdad. Más aun; porque la tremenda rea- 
lidad superaba a lo que nos había contado. En un 
jergón pequeño yacía el otro gorrioncito, vestido, y 
tapado con unas prendas andrajosas. Congestionado 
por la fiebre, apenas tenía conocimiento. 

En otra cama pobrísima, pero limpia, estaba la 
madre, casi paralítica, toda encogida que a poco más 
tocaba las rodillas con el pecho, y quejándose de dolor 
y de pena. 

Supimos que la pobre llevaba así tres años, desde 
su viudez, postrada por una horrible artritis, que llena- 
ba de piedra todas sus coyunturas, imposibilitándola 
para todo movimiento. Sus manos, pies y rodillas es- 
taban ulceradas y sufría dolores agudísimos. El niño 
había pasado delirando toda la noche, y por la maña- 
na, cuando quiso salir con el otro más pequeño, se 
había caído al suelo, sin fuerzas para andar. 

No podíamos abandonar aquella miseria. Galán 
buscó enseguida remedio. Resolvió que lo más urgen- 
te era traer algún alimento y llamar un médico; y, 
yendo él por un lado y yo por otro, buscamos ambas 
cosas. 

Pero lo peor fué cuando el médico dijo que el niño 
estaba atacado de viruela, y que era preciso aislarse 
todos y aislar el pequeñito, por ser inminente el con- 



DE GALÁN 



15 



tagio. No había más remedio que llevar el enfermo al 
hospital; pero siempre quedaba la madre. ¿Quién po- 
dría cuidarla? 

La madre, así que oyó hablar del hospital, rompió 
a llorar con una aflicción que daba angustia. 

Entonces Galán fué un héroe. El lo arregló todo, 
proponiendo que lo mejor era llevar el pequeñito a 
su casa, para que no se contagiase, y él se quedaría 
en la bohardilla cuidando a los dos enfermos. 

Y así lo hizo, por más que le dije y le prediqué 
todo aquel día. 

En lo único que transigió fué en que el chiquitín 
fuese instalado en casa de una vecina, para que no 
se supiese nada del asunto en su casa de huéspedes, 
de donde se despidió por unos días con pretexto de 
una excursión. 

El pequeñito fué convenientemente encargado a 
una buena mujer, personalmente por Galán, y éste se 
pasó nueve días metido en aquel foco de infección, 
velando a un varioloso. 

Yo, asustado de aquel heroísmo, ayudé lo que 
pude, enviándole lo necesario por una demandadera, 
que no pasaba de la puerta de la bohardilla. 

Mucho me encargó Galán que no dijese nada de 
esta acción suya. Yo así lo cumplí, y creo que ni Ca- 
banelas ni Santiago Ribero, su paisano, tuvieron por 
entonces la menor noticia de ello. 

* * 

Una mañana, poco antes de la hora de entrar en la 
última clase, un alumno muy alto se dirígió a Galán, 
que estaba conmigo en nuestra ventana tercera, y le 
pidió lumbre para encender el cigarro. Galán tiró dos 



16 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



O tres chupadas fuertes a su pitillo medio apagado, 
para avivarlo, y se lo entregó cortésmente, sin suspen- 
der lo que me estaba diciendo. 

Cuando el otro devolvía el pitillo a Galán, sin dar- 
le las gracias, después de encender el suyo, Galán le 
dijo distraídamente: 

—Puedes tirarlo, que ya es una colilla. 

—¡No, que has de tomarla y fumártela! —contes- 
tó el otro con muy malos modos, como si trajese el 
propósito de provocar a Galán. 

—No quiero —replicó Galán con dignidad. 

—¿Por qué?, —rugió descompuesto, amenazante, 
su interlocutor. 

—¡Hombre!... —contestó Galán muy tranquilo,— 
porque es una colilla, y además ya no tengo gana de 
fumar. 

—¡Mientes! Es por despreciarme... ¿Es que tienes 
asco de mí? 

—¿Tú crees que haya motivo? —repuso Galán, 
con la mayor serenidad, refiriéndose a la actitud del 
otro; y levantando hacia él la vista, y sonriéndole 
dulcemente, como Galán sabía, continuó, para desar- 
marlo: —Pero te repito que no sigo fumando ahora, 
porque ya estaba cansado de fumar. 

Aquel compañero entonces soltó un grueso taco, 
y vomitó una de esas frases vulgares que se parecen 
mucho a la horrible blasfemia, sólo que en ellas va 
el nombre de una pobre madre en lugar del santo 
nombre de Dios. 

Galán, indignadísimo, se lanzó contra el provoca- 
dor para castigar la imperdonable injuria. 

Entre algunos compañeros, —pocos, porque ya es- 
taban entrando en clase, y los más no se habían dado 
cuenta de la escena,— conseguimos sujetar a los con- 



DE GALÁN 



17 



tendientes, e impedir que allí mismo se acometieran. 
Yo empleé todos mis medios, procurando tranquilizar 
a Galán y hacer entrar en razón a su enemigo; pero 
no pude evitar que salieran desafiados a pegarse al 
Campo del Moro. 

Salimos por la calle de San Bernardo. Galán iba 
conmigo; el provocador venía detrás, con dos de sus 
amigotes. 

—Ha nombrado a mi madre!... ¡A mi adorada ma- 
dre!... —se iba diciendo Galán. 
Y volvía a repetir, desolado: 
—¡A mi bendita madre!... 

Yo no sabía apenas qué decirle. Me partía el alma 
ver así afligido aquel corazón de oro. Me horrori- 
zaba pensar que pudiese caer Galán en manos de la 
Justicia, o que el gigante llegara a poner sus horribles 
manos en aquel querido compañero mío, tan delica- 
do, tan bueno, tan listo... que, inflamado con los es- 
fuerzos para contener la ira, me parecía más hermoso, 
más admirable que nunca. 

Pero al mismo tiempo dudaba si estaría yo siendo 
ya culpable en detener por más tiempo la explo- 
sión de aquella ira, y en prolongar con mis consejos 
aquel insufrible martirio, cada vez que oía algún nuevo 
improperio de los que de cuando en cuando, con voz 
sorda, soltaba su rival. 

Aun no habíamos acabado de recorrer la calle 
ancha de San Bernardo, cuando el bárbaro volvió a 
repetir su abominable grosería. Galán se volvió hacia 
él, rápido como un relámpago. Yo creo que algún 
santo me ayudó en aquel mdmento a contenerlo y 
convencerlo de que allí, en medio de tanta gente 
como había, a la vista de los guardias, no se debía, 
no se podía tomar venganza. 

3 



18 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Así fuimos andando hasta la Plaza de Oriente, y 
bajamos la rampa que hay a la derecha de Palacio, la 
cual en aquellos tiempos era pública, como toda la 
arboleda del Campo. Ya íbamos a entrar en éste. 

En aquel momento oímos la voz del ofensor. Desde 
la rampa repetía a gritos el villano insulto. 

—¡¡Lo mato!!— rugió Galán desesperado, corriendo 
hacia él. 

Aun logré contenerlo, por el momento, a pretexto 
de que había que formalizar el desafío. Volví hacia el 
otro, y traté de hacerle comprender su ceguedad, 
y de inducirlo a que se retirase. Ya empezaban sus 
amigos a ayudarme en esto; pero él ofuscado, frené- 
tico, agradeció mi buena intención insolentándose 
conmigo. 

Entonces no sé qué pasó por mí, pues, casi sin 
darme cuenta, me encaré con él y dándole con toda 
mi alma una bofetada llena, y metiéndole dos puños 
en la boca del estómago, le grité: 

—-¡Cobarde! Antes te pegarás conmigo!— Y al ver 
que vacilaba en acometerme, añadí: —Anda!... si te 
atreves. 

Galán protestaba tener mejor derecho. 

Pero el otro ya no esperó más. O arrepentido, o 
medroso, sin decir nada, empezó a retroceder lenta- 
mente, y luego a subir despacio la rampa por donde 
habíamos bajado. Sus amigos, asombrados de la co- 
bardía de aquel hombrón tan grande, lo dejaron ir 
solo. Después se marcharon también, abominando de 
él y de su proceder. 

Miré para Galán. Tan animado y valeroso antes, 
frente a su enemigo, ahora estaba pálido como la cera. 
Yo, que aun seguía furioso, comentaba la extraña sali- 
da de nuestro contrincante. 



DE GALÁN 



19 



—¿Has visto cosa más rara?... ¿Qué te parece?... 
¿Qué dices?... 

Galán no decía una palabra. 

Poco a poco nos fuimos serenando. Subimos a la 
Plaza de Oriente. Yo aun esperaba que volviese el 
otro, pero no se le veía por ninguna parte. Me cogí al 
brazo de Galán, lentamente fuimos andando calles y 
calles hasta su casa; y allí, en el portal, me dijo, abra- 
zándome, casi llorando: 

—Casto, hoy has librado a mi madre de verme en 
un presidio.— Yo no comprendí al pronto, hasta que 
sacando del bolsillo del pantalón un revólver pequeño, 
continuó:— No sé cuántas veces tuve el pensamiento de 
disparárselo,... me prenderían enseguida... Es del amigo 
que está enfermo arriba, ¿sabes? y hoy me encargó que 
se lo recogiese del armero, donde lo tenía a componer. 

* 

Al otro día vino Galán a mi casa por primera vez, y 
desde entonces puede decirse que fuimos inseparables. 

Yo vivía frente al Palacio Real, con doña Clotilde 
Valenzano y su hijo Julio. La bondad y cultura de esta 
señora y de su hijo, fueron circunstancias favorables 
para hacer más dichosa mi primera estancia en Madrid. 
Doña Clotilde, siempre amable conmigo, me cuidaba 
como a su propio hijo; su repertorio culinario era deli- 
cado, y su conversación, siempre entretenida, era el 
mejor postre de nuestra sobremesa. 

Julio era un artistazo, que había aprobado de un 
golpe en el Conservatorio nueve años de violín, y es- 
taba matriculado oficialmente en las asignaturas de 
Perfeccionamiento y Música di Camera. 

Ya he dicho que cultivaba otras varias manifestacio- 



20 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



nes del Arte. En todas ellas rendía culto a la origi- 
nalidad, tanto que ahora me parece que en este culto 
se excedía un poco, aunque sin llegar a lo que hacen 
hoy los modernistas. 

Julio era incansable creando cosas artísticas nuevas- 
Después del almuerzo, que hacíamos a la una de la 
tarde, entraba en mi cuarto, cogía mi papel de cartas 
y a la cabecera de cada pliego pintaba sus acuarelas. 
Otras veces improvisaba versos, o traía papel de mú- 
sica y en un cuarto de hora escribía una composición; 
después íbamos a tomar café al Iberia, donde había 
un buen pianista que repentizaba la obra, y el público, 
que llenaba el café, aplaudía siempre las composicio- 
nes de Julio. Éste no les daba la menor importancia, y 
ni siquiera recogía el original. 

Por las tardes estudiaba Julio con ahinco; pero al 
anochecer volvía a mi cuarto, en aquella media luz del 
crepúsculo, casi a oscuras, a tocar sus prodigiosos es- 
tudios en el violín; o bien inventaba fantasías en una 
guitarra que le habían prestado. 

Era asombroso oir como imitaba en ella el ruido de 
la conversación. Remedaba con las cuerdas un ver- 
dadero diálogo de voces de hombre y de mujer, súpli- 
cas, disputas, quejas e imprecaciones, tan perfectamen- 
te que, a veces, nos parecía percibir hasta las palabras. 

A estas tertulias concurría generalmente Cabanelas, 
y asistió también Galán, con gran contentamiento de 
todos, desde aquel memorable día del desafío. Galán se 
entretenía mucho con estos conciertos; pero bien pron- 
to llegó Galán a entrenemos más a nosotros con su 
chispeante conversación. 

Sus ocurrencias, su talento, el hondo y finísimo 
sentido que tenía de las cosas, la irresistible atracción 
que producía en nosotros, como en cuantos le trataban 



DE GALÁN 



21 



€n la intimidad, acabó por imponerse y sobreponerse 
a todo. 

Galán pedía a Julio que tocase; y Julio no tenía ga- 
na de tocar, sino de escuchar a Galán, embobado co- 
mo los demás. 

* * 

Pero bien pronto vino el mes de Mayo, hermoso 
mes para todos, pero terrible para los estudiantes que 
han de examinarse por tribunal, y más para nosotros, 
que oímos que íbamos a ser juzgados con extraordi- 
naria severidad, porque el Ministro, en vista de la gran 
excedencia de personal en nuestra carrera, había reco- 
mendado al Claustro que sólo dejase pasar el menor 
número de alumnos posible, y el Claustro, tomando en 
consideración este ruego, y teniendo en cuenta la es- 
candalosa huelga de Navidad, pues se habían toma- 
do las vacaciones desde el 15 de Diciembre, —lo cual 
en aquellos tiempos era cosa imperdonable,— había 
acordado hacer un escarmiento. 

También Julio Veiga andaba apurado, porque se 
había traído para casa un valiosísimo StradivariuSy que 
le prestaba su profesor Monasterio, con el encargo de 
estudiar en él la parte de concertino para la gran vela- 
da que solía dar el Conservatorio a fin de curso. Y, a 
pesar de esta distinción tan elocuente, corrían rumores, 
—falsos seguramente,— de que aquel año no se con- 
cederían oposiciones al Primer Premio del Conserva- 
íoriOy para que otro alumno, predilecto de Monasterio 
y condiscípulo de Julio, no saliese derrotado en esta 
suprema prueba. 

En fin, todos teníamos que aprovechar el tiempo, 
estudiando día y noche. 



22 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Galán y yo éramos los más comprometidos. Coma 
Maestros por oposición, autorizados por los Rectores 
para ampliar estudios, nos moriríamos de vergüenza si 
perdiésemos curso, pues sabíamos que el Director de 
la Normal Central tenía que comunicar oficialmente a 
nuestros superiores las notas que obtuviésemos. 

Nuestro punto más flojo era la asignatura de Legis- 
lación. Jamás habíamos podido echar de encima el pá- 
nico que nos inspiraba aquel profesor tan severo. 

Táboas también era autorizado; pero, —¡dichoso 
él!— ya por Carnavales se había tragado el programa 
de Legislación. Los ladrillos de su cuarto estaban gas- 
tados: ¡se había formado un sendero hondo, en diago- 
nal, a fuerza de pasear por él con el libro en la mano! 

Bien medidas y sopesadas todas estas y otras ra- 
zones, resolvimos, —¡qué dolor!— suspender aquellas 
deliciosas veladas literario-musicales; y encerrarnos a 
estudiar Galán, Cabanelas y yo, en casa del primero. 

Nos hicimos con una cafetera de ocho tazas, y con 
ella y los libros nos pasamos todas las noches del mes 
de Mayo y no pocas del de Junio, sorbiendo café y 
tragando disposiciones legales. 

Gracias a que la habitación de Galán era un salón, 
con chimenea y todo, no nos asfixiábamos allí con 
tanto humo de tabaco, y eso que Cabanelas, el más 
fumador de los tres, faltaba muchas veces. 

A las cuatro y media o cinco de la mañana salíamos 
de aquella oscuridad a la luz viva de las calles de Ma- 
drid, sólo transitadas a tales horas por guardias y ba- 
rrenderos. 

Durante aquel mes y medio, creo que Galán y yo 
no nos quitamos las botas sino para bañarnos y mudar 
la ropa interior; es decir que dormíamos vestidos, las 
pocas veces que nos echábamos en nuestras camas. 



DE GALÁN 



23 



Tampoco no vimos un teatro, ni otro espectáculo, 
salvo un domingo, que hasta fuimos a los toros. 

Y este exceso merecía contarse, y contarse bien, 
para que se viese el buen corazón de Cabanelas y la 
inmensa fortuna de tres estudiantes, que el sábado es- 
currichan los bolsillos hasta la última pola de tabaco, 
y el domingo se encuentran con billetes y monedas de 
cinco duros. 

Pero sólo cabe indicar que Cabanelas vino el do- 
mingo tempranito a repartirnos no sé cuántos pitillos 
y fósforos, que nos tocaban de un paquete y una caja 
de cerillas, provisión adquirida por él a duras penas; 
—tan duras que la cosa le había costado nada menos 
que tronar con la linda francesita a quien hacía el 
amor,— y que, al sacar una camisola de cierto baúl, 
se sintieron rodar objetos metálicos, los cuales resul- 
taron ser dos centenes, casi al mismo tiempo que lle- 
gaba una carta con billetes del Banco de España. 

Abrumados con tan tremendas sorpresas. Galán y 
yo abrazamos conmovidos a Cabanelas, que había sa- 
crificado su amor en aras de la amistad; llamamos a 
Julio, y acordamos... descansar aquel domingo, y di- 
vertirnos, yendo a los toros y al teatro. 

Cerca ya de la plaza, compramos naranjas, bocadi- 
llos y manzanilla. Cabanelas fué el encargado de pene- 
trar a viva fuerza —¡él las tenía!— en la inmensa cola 
que había para comprar los billetes. 

La corrida iba a empezar. Cuando volvió con los 
billetes, vimos que le habían dado cinco. ¿Qué hacer 
con el sobrante? Devolverlo a la taquilla; pero no ha- 
bía tiempo para atravesar por segunda vez la cola. 
Venderlo, no podía ser. Regalarlo a un conocido... 

Galán tuvo entonces una de sus generosas inspira- 
ciones, y resolvió enseguida; 



24 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



—Regalárselo a la pobre niña que nos vendió las 
naranjas. 

* 

Llegó el tremendo día 1.^ de Junio —¡dies irae!— 
y con él llegó la hora de los exámenes, hora de dolor 
para muchos, de alegría para muy pocos, de terror 
para casi todos. 

Aquello fué el Diluvio: de treinta y cuatro exáme- 
nes, que hubo ese día, sólo salvaron cuatro. ¡Treinta 
suspensos! 

Galán fué uno de los cuatro que salieron bien. 
Táboas no quiso esperar más: se empeñó en marchar- 
se a su casa al día siguiente, que era domingo. Caba- 
nelas, Santiago Ribero y yo quedábamos temblando, 
porque nos tocaba examinarnos al otro dia, lunes 3. 

Fuimos con Galán a despedir a Táboas a la esta- 
ción del Norte. Por lo que allí sucedió, creo que de- 
bíamos estar muy excitados. Allí unos tíos nos arma- 
ron bronca. Galán se las tuvo tiesas victoriosamente 
con el más bruto; yo trataba de poner paz; pero Ca- 
banelas dió fin repentino a la contienda, porque «todos 
se tuvieron y se sosegaron, si todos quisieron quedar 
con vida>, al ver que, de una sola espantosa guantada, 
tumbó a cinco o seis personas en el santo suelo. 

Al otro día nos examinamos Ribero y yo.— ¡Qué 
alegría tan grande tuvo Galán, porque salimos bien!— 
Yo estaba doblemente alegre, por verlo contento a él. 

Siguiéronse dos o tres días de incertidumbre, antes 
del examen de otra asignatura... ¡la vencimos!... Y así 
fuimos pasando aquellas tres interminables semanas: 
saltando entre temores y alegrías, como en una carre- 
ra de obstáculos. Las notas no eran muy brillantes, 



DE GALÁN 



25 



pero cada vez íbamos más animosos y contentos, 
viendo más posible, y después más probable, y luego 
más segura nuestra arribada a puerto. 

A él conseguimos llegar sanos y salvos —¡gracias 
sean dadas a Dios nuestro Señor!— allá por el 17 de 
Junio. 

¡Qué tormenta habíamos pasado! ¡De cincuenta 
alumnos oficiales, sólo nueve logramos aprobar el 
grado Normal! 

* 

Al día siguiente me sorprendió en cama la siempre 
grata visita de Galán. Yo me había permitido echar 
una mañanada, como decía doña Clotilde, para des- 
quitarme un poco de tantos desvelos: al fin, los exáme- 
nes que me faltaban eran de asignaturas voluntarias, 

—Casto, vengo a decirte, que me parece realizable 
mi ilusión de ir contigo para conocer a Galicia. 

—Pero ¿es de veras?... ¿o es que estoy soñando? 

—Es de veras. Ha llegado mi padre. Levántate y va- 
mos a pedirle que me deje ir contigo para ver el mar. 

Ver el mar, ver a Galicia, ir conmigo para conocer 
mi tierra...! Tanto se la había ponderado yo, que esta 
era una de las grandes ilusiones de Galán, desde hacía 
tiempo. 

Me vestí en menos de cinco minutos, y bajamos 
corriendo a la calle, tomando a buen paso por la del 
Arenal, hacia la Puerta del Sol. Galán me iba diciendo: 

—Te advierto que mi padre no es ningún señorito 
a la moderna. Ya verás. Viene vestido de charro, 
como los labradores de mi tierra. Pero yo aun lo 
quiero mejor así, que no vestido de levita... Sólo te lo 
advierto, para que no te cause sorpresa. 



26 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Bien se veía, bien, que aquel excelente hijo, aquel 
jovencito, que era el mejor talento de nuestra Escuela; 
aquel José María tan estudioso, tan culto y distinguido, 
estaba orgulloso de tener tal padre. 

Y podía estarlo verdaderamente. Encontramos al 
respetable y simpático don Narciso en el café Oriental. 
Era un señor como de cuarenta y cinco años, algo 
rubio, que me pareció muy expresivo, despejado y re- 
suelto. Yo no recuerdo haber tratado otro más atento 
y agradable. Llevaba un valioso traje de terciopelo 
negro, con chaqueta y calzón adornados de grandes 
botones lisos de plata; el chaleco los tenía de oro, y 
casi desaparecía bajo un cinturón anchísimo de cha- 
rol. La camisa bordada y las polainas laboreadas de 
pespuntes, eran primorosas. 

En el momento de hacer las presentaciones, ya 
conocí que mi buen José María había hablado de mí 
en sus cartas. 

—¿Conque usted es el amigó de mi hijo?— Celebro 
mucho el conocerlo. Ya lo queremos mucho allá por 
Frades. 

Tomamos allí café; y estuvimos charlando hasta la 
hora del almuerzo. Los acompañé hasta su casa. ¡ Cómo 
se le conocía a José María que iba embelesado con su 
padre ! 

Cuando nos despedimos, —hasta luego, pues an- 
duvimos acompañando a don Narciso el poco tiempo 
que pasó en la Corte,-— ya no nos cabía el gozo en el 
cuerpo a José María y a mí. A mí principalmente, por- 
que ¡ya teníamos el permiso para ir juntos a Galicia! 

* 

Aquellos días fueron de despedidas. Despedir a 



DE GALÁN 



27 



don Narciso, a Cabanelas, a Santiago Ribero y otros 
amigos, que habían terminado sus exámenes. 

Cabanelas iba magnífico: en su traje flamante de 
turista no faltaba detalle, ni siquiera la cantimplora» 
Mucha broma le dió Galán. 

Julio se quedaba en Madrid, formando parte prin- 
cipal de la orquesta de Bretón, después de obtener 
las mejores notas en el Conservatorio. 

Victoriosos en todos los exámenes, José María y 
yo nos despedíamos también uno de otro, cuatro días 
después, en la estación del Norte, para reunimos más 
tarde en la de Segovia, y seguir juntos el viaje hasta la 
ciudad departamental del Ferrol y el pintoresco pueblo 
de San Saturnino, donde residían mis padres. Yo tenía 
que pasar dos días en Segovia, para despedirme de 
unos queridos parientes. Mi primo Andrés estaba ter- 
minando allí la carrera de Artillería. 

La primera carta de Galán, incluida en este libro, 
fué para avisarme su salida de Madrid, a fin de que yo 
le esperase en la estación de Segovia, preparado para 
seguir juntos en el mismo tren hasta Galicia. 

¡Oh qué viaje!... Toda la noche llevé a mi amigo 
más querido reclinado en mis rodillas. 

Alborozadísimos de nuestro encuentro, charlamos 
hasta más no poder, sentados uno frente al otro junto a 
la ventanilla; pero por fin Galán se moría de sueño. Poco 
a poco fué inclinando la cabeza hasta apoyarla en mi re- 
gazo, y se quedó profundamente dormido. ¡Con qué de- 
voción velé yo toda la noche, procurando no moverme! 

¡Pensando en él, en mi madre, en mi prometida^ 
en lo felices que todos íbamos a ser durante aquellas 
vacaciones, se me hizo corta la noche! 



28 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



De nuestra llegada a la Coruña, donde nos estaba 
esperando Antonio García, del recibimiento que allí 
nos hizo la familia de éste, y sobre todo, del entusias- 
mo de Galán al ver por primera vez la exuberante 
frondosidad de Galicia y la grandiosa hermosura del 
mar, será inútil que intente dar una idea. Puede figu- 
rársela quien haya formado concepto de Galán y de 
nuestra amistad, y se haya fijado, al recorrer el mismo 
camino, en el contraste que hace el panorama de las 
mariñas gallegas con el de la meseta castellana. 

Antonio García, gran amigo mío como Galán, y 
también poeta, vivía con sus padres y hermanas en la 
Coruña, y se preparaba para la carrera de la Armada. 
Nuestras familias se estimaban mucho ya de antiguo; 
y solíamos recíprocamente visitarnos, pasando algu- 
nas temporadas, ya en su casa de la Coruña, ya en la 
mía de San Saturnino. 

Este valle amenísimo, donde se alza el regio pala- 
cio de los marqueses de su nombre, había tenido, 
además de este honor, el de ser cantado por don 
Darío, padre de Antonio, en la siguiente oda, que 
recuerda los clásicos: 



DE GALÁN 



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ODA 

EL VALLE DE SAN SATURNINO 

(A MI QUERIDO AMIGO Y COMPAÑERO DON ALBERTO BLANCO) 

¡Riente valle de verdura henchido, 
Do en plácido reposo 
Gocé de la amistad gratos favores! 
jMi acento conmovido 
Quisiera tus espléndidos primores, 
En plectro sonoroso. 
Sublimar con galana poesía! 

De los rudos embates de la vida 
Mi espiritu cansado, 
En las bellas florestas de la umbría 
De tus gayos vergeles 
Buscó solaz; y (el alma dolorida, 

Y el pecho emocionado) 

Al trasponer ¡oh valle! tus dinteles 

Y al perderme en tu fronda galanura, 
Dulcísimo suspiro, 

Al ver tanta hermosura, 
Exhaló, en la enramada 
Que por doquier exhorna mi retiro, 
El corazón ardiente. 

Aquí, sorpreso el ánimo, respiro 
El aura perfumada 
Que, con alas de rosa, 
Al orear suavísima mi frente, 
Susurra melodiosa, 



30 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Y aleja de mi mente 

Todo recuerdo de opresión odiosa 

¡Oh! valle delicioso! 
¡Cuán bellos panoramas 
De tus cumbres alpinas, 
Entre copudas y empinadas ramas, 
Ve el ojo codicioso! 

Hoy yacen en ruinas 
De invasores osados 
Los castros elevados 
Que recuerdan al Celta y al Romano. 
Los roqueros castillos. 
Memoria de las eras que este suelo 
En la turquesa de su férrea mano, 
Con el rollo y los grillos, 
A la plebeya gente 
Llenaban de orfandad y eterno duelo, 
¡Se hundieron en la noche del olvido! 

De libertad el iris bendecido 
Lanzó fulgores de encendida lumbre, 

Y a este pueblo, que holló la servidumbre. 
Hoy le atrae el sonido 

De la alegre campana. 
Que a la plegaria incita 
De la gente cristiana, 

Y en el tendido llano y en la cumbre 
Vibra desde la ermita. 

¡Qué bella se desliza 
La tarde en las lozanas pumaredas 
Que bordean los ríos 

Y mansa el aura riza! 

Y cabe de los sotos y robledas 
Que no hieren los fríos 

Ni el sol calcina con candente fuego, 



DE GALÁN 



31 



¡Cuánta tranquilidad! ¡Cuánto sosiego! 

Sencillos labradores 
Habitan en las rústicas cabañas 
De este valle frondoso, 
Sin conocer del mundo la falsía, 
Los crudos sinsabores, 
Ni las ansias extrañas 
Que nacen cada día, 

Y al ánimo angustioso 

Llevan gemidos de aflicción y duelo. 

En el sereno cielo. 
Ceñido por los montes 
Que marco son de un cuadro reluciente, 
Se retratan los puros horizontes, 
La gala y la belleza, 

Y el paisaje viviente 

Do natura extremó su gentileza. 

Aguas murmuradoras 
De arroyos y torrentes 
Que corréis fecundando la pradera, 
lOh! cuán plácidas horas 
Las linfas trasparentes, 
Cuando el rayo de sol baña la esfera, 
Correr vi enternecido! 

¿Cómo olvidar podré la dulce calma 
Que el techo hospitalario 
De un amigo sincero y muy querido, 
Ofreció con magnánima hidalguía 
Al triste y enfermizo solitario 
Que, dolorida el alma, 
Llegó a su hogar en nebuloso día? 

Salve ¡oh valle divino! 
Tu recuerdo jamás de mi memoria 
Podrá el hado extinguir. 



32 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Y si me envuelve bárbaro destino 
En el confuso giro de pesares 
Que en toda humana historia 
Amargan la existencia; 

Si su cruda violencia 
Mis sienes llega a herir, 

Y en su revuelto piélago de azares 
Despiadada inclemencia 

Me impele hacia un asilo 

Do busque les consuelos de la ciencia, 

En ti, el pecho tranquilo, 

¡Oh! valle deleitoso! 

De mis dolores buscaré el reposo! 

Darío García. 

San Saturnino, Agosto de 1888. 

Nuevo e inmarcesible honor le esperaba; pues a 
este valle se dirigía y en él iba a residir, aunque sólo 
por un mes, el futuro autor de Castellanas; el inmor- 
tal poeta que había de saber concebir El Ama y El 
Crista bendita. 

Tenía entonces Galán 18 años, y fué allí donde se 
revelaron paladinamente sus excepcionales dotes de 
artista. Allí, bajo la tupida bóveda de aquel bosque 
inmenso de seculares robles, que constituye el parque 
y cazadero del Marqués; respirando aquellas brisas 
frescas y salinas; trepando por las ruinas de los cas- 
tillos roqueros; contemplando el correr de las lím- 
pidas y parleras aguas del Jubia, que va haciendo 
curvas y remansos y cascadas por el césped continuo, 
siempre verde, siempre marginado de frondas y de 
árboles, fué donde se abrieron de par en par los péta- 
los de la flor de su inspiración. 



DE GALÁN 



33 



Por eso cuando nos sentábamos a la orilla de este 
río de ensueño, lleno de leyendas, se le oía recitar 
entusiasmado la oda de Zorrilla: 



¡Qué dulce es ver, muellemente 
de un olmo a la fresca sombra 

descansando, 
un arroyo transparente, 
que va, por la verde alfombra, 

murmurando!... 



Antonio y yo lo escuchábamos entusiasmados, y 
más de una vez la fuerza del realismo con que recita- 
ba o improvisaba Galán, hacía asomar en nuestros 
ojos lágrimas de emoción estética. 

Entonces Galán, como para enjugárnoslas, soltaba 
su vena humoristica, y lanzando su triple *¡Ayf... ¡ayL 
¡ayL.* nos ensartaba con inaudita velocidad y facun- 
dia períodos y más periodos de un lirismo precioso, 
pero que todos terminaban en sendas frases de la 
más prosaica vulgaridad. 

Tales pueden verse en alguna de sus cartas. 

Antonio se había venido a San Saturnino con nos- 
otros, a pasar el día de mi Santo y las fiestas de la Pa- 
trona... principalmente por acompañar a Galán; pues lo 
admiró, como todos, desde el primer momento, pero a 
las pocas horas ya no sabía separarse de él. 

Ahora recuerdo lo grande que estuvo José María 
cuando lo llevamos Antonio y yo a contemplar la 
puesta del sol desde el Orzán alborotado. 

Galán se impresionó muchísimo ante el sublime 

4 



34 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



contraste que hacía el fragor del oleaje, rompiendo 
estrepitosamente contra las rocas del altísimo acantila- 
do, y la inconmovible serenidad del astro rey, desti- 
lando suave luz roja, que se acostaba tranquilamente 
por encima de las aguas sin límites... 

Lo que no recuerdo (ni él mismo la recordó des- 
pués, para escribirla, y se perdió para siempre), es la 
preciosa octava real que en tal instante brotó a gritos 
de su alma de poeta. 

¿Qué remedio había sino quererlo!... 

Renuncio a consignar aquí mis impresiones de la 
travesía de la Marola con Galán, a bordo del veterano 
vapor Hércules; de nuestra entrada triunfal en Ferrol, 
en casa de mi prometida; del enagenamiento de mis 
padres al verme llegar a su regazo con la carrera con- 
cluida y acompañado de tan excelso amigo; de nues- 
tras correrías para darle a conocer las espléndidas be- 
llezas naturales —y personales— de mi tierra; de la 
loca alegría que inundaba nuestros pechos en las ver- 
benas y festines celebrados con motivo de la Patrona, 
a los cuales asistió pléyade selecta de lindas señoritas 
ferrolanas, y entre ellas —¡oh dicha!— mi novia y la de 
Antonio; de las ocurrencias chistosísimas de Galán, 
que —según aquéllas decían— «era muy burlón^y y 
nos hacía morir de risa contando chascarrillos. 

Renuncio —y con dolor— a consignar estas memo- 
rias, porque ensancharía desproporcionadamente las 
dimensiones de este breve y tosco preliminar, que no 
debiera serlo, sino digno marco o retablo para colocar 
la obra artística de las cartas y poesías que me ha 
dedicado Galán; y porque... ¡han pasado 30 años! y mi 
corazón ya viejo no sabría expresarlas tan sentidamen- 
te como se merecen. 

¡Santas, inolvidables memorias, venerables restos 



DE GALÁN 



35 



mortales de tantas bellas cosas que fueron, reposad 
tranquilas, encerradas en vuestro sepulcro!... 

* * 

Galán estuvo en mi casa de San Saturnino hasta el 
22 de Julio, consagrando a la amistad el sacrificio, 
tremendo para él, de permanecer separado de su ma- 
dre, a quien no había visto desde primeros de año. 
Durante aquel mes que pasó en Galicia organizamos 
festejos, cacerías, paseos y meriendas a orillas del Ju- 
bia o en el vastísimo parque; reuniones y bailes en las 
casas de familias distinguidas y en el Palacio, cuyo 
administrador era gran aficionado a la buena música; 
excursiones a caballo para visitar los arsenales del 
Ferrol y los ruinosos castillos de Narahío y Moeche; 
giras por mar... y en fin: cuánto pudo sugerir mi buena 
voluntad y la de mis benditos padres para hacer grata 
a Galán su estancia entre nosotros. 

Entre los muchos 'amigos que nos acompañaban 
debo mencionar el cariñoso y entusiasta José María 
Pita, a quien Galán se refiere en la carta número 5. 

En los ratos de descanso de aquel agitado vivir 
compuso sus poemas Fuente Vaquera y AdióSy los 
cuales inician esta colección de los papeles que con- 
servo escritos por su mano, y que publico para tribu- 
tarle el homenaje debido a su gloriosa memoria. 

Esos ratos los empleaba nuestro inspirado poeta 
en improvisar las delicadas primicias de su lira. 

Su ejemplo trascendía a todos, como si la presen- 
cia de la musa que batía sus alas sobre la cabeza de 
Galán, nos sugestionara. De modo que Antonio y yo 
también hacíamos versos, que llamábamos «rimas». 

Ya en Madrid habíamos sentido Julio y yo esta 
influencia ifresistible. 



I 



36 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Véase alguna muestra de lo que hacíamos los 
aprendices: 

De Julio: 

SOÑANDO 

(A MI EXCELENTE Y CARIÑOSO AMIGO CASTO) 



Mi musa es cariñosa; rizos de oro 
adornan de su frente la blancura, 
y sus ojos reflejan la dulzura 
de su candor, que es su mejor tesoro. 

En sus rosados labios la sonrisa 
brilla siempre, de dicha rebosando; 
y su rara belleza contemplando 
se me pasan las horas muy de prisa. 

Si sufro, cariñosa me consuela; 
satisfecha me mira cuando río, 
convidándome a eterno desvarío 
mientras el alma a la locura vuela. 

Adivina callados pensamientos, 
que viven en mi mente cuando sueño; 
pinta mi porvenir bello y risueño, 
y ahuyenta dolorosos sufrimientos. 

En sus brazos me estrecha; de su aliento 
aspiro yo la esencia perfumada, 
y en un beso de amor, enamorada, 
me dice que la vida... sólo es cuento. 

En este retrato de su musa, pinta Julio, tal vez sin 
darse cuenta, muchos rasgos que observaba en Galán. 



DE GALÁN 



37 



De Antonio: 



RIMA XXXIII 



Hinchó la suave brisa la ancha vela; 
A su tierra el marino dió un adiós; 

Y dejando en el mar límpida estela, 
Tranquilo puerto el buque abandonó. 

Abatió el vendaval la arboladura; 
La hirviente espuma salta ,en derredor; 
El marino impotente jura y llora 

Y aquel buque en el abismo al fin se hundió. 
La niñez es el puerto; el mar la vida; 

La brisa que acaricia, una ilusión; 
El hombre, aquella nave que, atrevida, 
Va al abismo insondable del amor. 



El pobre Antonio sentía atracción irresistible por 
las cosas del mar, que, cual traidoras sirenas, ya le 
llamaban. 



38 



LOS RECUERDOS Y PAPELES 



Del peor de los tres: 

ANTE UNA MARIPOSA 

APLASTADA ENTRE LAS HOJAS DE UN ÁLBUM 

Tan alegres como esa mariposa 

que, revoloteando, 
sin cesar tras la dicha iba gozosa, 

con las brisas jugando; 
tan hermosas eran las ilusiones 
que forjaba mi ardiente fantasía; 

tan llenas de poesía, 

tan libres de pasiones... 



Y, cual ella también, son hoy ya secos 
y aplastados cadáveres; cenizas 
yertas de algo; rüinas ya sin ecos 

de encantado castillo 
que despiadadamente han hecho trizas; 

colores sin el brillo 
ni el matiz nacarado que tuvieron... 
¡Son restos de mariposas que fueron!! 

De mí sé decir que la facilidad que notaba en Ga- 
lán me hacía atrevido. El gozquecillo también quería 
hacer andar la noria. 

Galán nos animaba, elogiando nuestros ensayos^ 
a pesar de todas sus faltas. 



DE GALÁN 



39 



Al emprender Galán su viaje de regreso a Frades, 
Antonio y yo fuimos acompañándole hasta la Coruña. 
Imagine el lector nuestra despedida en la estación del 
ferrocarril, que nos llevaba ¡para siempre! —no sé por 
qué lo presentíamos— aquel pedazo del alma. 

Él iba emocionadísimo. Hasta en el tren me escri- 
bió la carta número 2, que está con lápiz; y desde 
Medina le envió a Antonio la número 3, cuya trascrip- 
ción debo, como la de algunas otras, a la amistad de 
la familia de este inolvidable y llorado amigo. 

Antes de llegar Galán a su casa, desde la Maya, 
también volvió a escribirme a mí la sentida carta que 
lleva el núm. 4. Después me remitió el poema que con 
el título deMañanas y Tardes escribió expresamente 
para mí, como consta en su dedicatoria y se ve en su 
contexto. 

Y así continuó aquel hombre, todo virtud y corazón, 
dándome siempre pruebas enormes del tesoro opulen- 
tísimo de afecto que me profesaba. 

El lector de estas sus cartas notará quejas frecuen- 
tes, y tal vez abominará de la pereza con que Antonio 
y yo las correspondíamos. Debo alegar a esto, en mi 
descargo, que mi residencia oficial tenía pésimo servi- 
cio de correos. ¡Sabe Dios a qué manos habrán ido a 
parar bastantes de mis cartas y alguna preciosísima 
del poeta! ¡Cuánto me-tengo desesperado por esto! 

También podrían hacérseme cargos de no haberle 
pagado en Frades la visita que me hizo en San Satur- 
nino, a pesar de los insistentes ruegos que se ven en 
varias de sus cartas, y principalmente en su poema 
¡Patria mía! 

Una verdadera fatalidad me impidió siempre acce- 
der a estos ruegos suyos y cumplir este vivo deseo mío. 

La visita había de ser por las vacaciones del verano, 



40 LOS RECUERDOS Y PAPELES DE GALÁN 



y en las de 1889 fué cuando Galán vino a mi casa. Pues 
bien: las del 90 tuve que pasarlas íntegras en Monda- 
riz, con mi hermana, ¡la pobre Merceditasl atacada 
a los 14 años de espantosa diabetes; en las del 91 es- 
tuve allí con el mismo objeto, caí gravemente enfermo, 
y poco después se nos murió esta niña; y en las del 92, 
que pasé bien delicado de salud, así que ésta me lo 
permitió, tuve que ir a tomar las aguas de Caldelas, y 
hacer los preparativos de mi boda. Después ya empe- 
zaba Galán a hacer los de la suya, y en mi casa nacía 
un chico cada año... ¡y precisamente en vacaciones! 

¡Estaba escrito que yo no había de volver a ver a 
Galán! 

Y él mismo lo predijo, como predijo otras muchas 
cosas; porque a mí nadie me quitará de la cabeza la 
idea de que Galán era un santo. 

De esto tengo muchas pruebas; y aquí sólo decla- 
raré que aquel corazoncito de oro, que me llamaba a 
mí su confesor, estaba inocente y sin mácula como el 
de un San Luís Gonzaga; que él fué, con su virtud he- 
roica y con su ejemplo, quien me libró desde que fui 
su amigo de ejecutar acción alguna que yo no pudiese 
confesar a mi madre; y que para mis hijos no deseo 
amigos ni compañeros mejores que Galán. 

¿Cómo había de ser yo perezoso para escribirle, 
ni como podría desairarle yo, que le adoraba? 

La mejor prueba de mi justificación en cuanto a él, 
—¡está en sus cartas!— es que siempre perdonó mis 
aparentes faltas, y que me conservó su preciosa amis- 
tad hasta la muerte. 

jSea siempre bendito su recuerdo! 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 

DE 

D. JOSÉ MARÍA GABRIEL Y GALAN 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



CARTA 1.^ 

Madrid 23 de Junio 1889. 

Hoy, mi querido Casto, he recibido dos cartas de 
mis papás. En una de ellas, que ha llegado a mis 
manos con retraso, se extrañan de mi silencio, y lo 
achacan o a que he salido mal de mis exámenes o a 
que ya estoy camino de Galicia. 

En otra de las dos referidas cartas, escrita con 
fecha posterior, me dicen que al fin recibieron la que 
yo les dirigí, dándoles cuenta del resultado de los 
exámenes nuestros. Me dicen también que no me 
olvide de escribirles dándoles cuenta del día en que 
salimos para tu país natal, y de cuanto en el viaje 
nos ocurra. 

De modo, querido, que el lunes, si Dios quiere, 
llegaré a la estación de esa capital tomando aquí, 
como tú harás en esa, el billete directo a la misma 
capital de la Coruña. Yo facturaré también los libros 
directamente como el billete. 

No dejes, pues, de estar preparado en la estación 
un ratito antes de la llegada del tren de Galicia, por- 



44 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



que si no te encuentro, o me marcho a Salamanca o, 
lo que es mejor, me plantifico solo en la capital del 
reino gallego, lo cuaU sin tíy me sería gravemente 
sensible. 

Asimismo, no dejes de contestarme por carta, si 
hay tiempo, o por telegrama, si antes de llegar aquí la 
carta tuya me fuera yo o ésa. Y en esta contestación 
me dices solamente (y con ello yo me conformo): 
Recibí tu carta: el lunes salgo a la estación con 
billete para Galicia. 

Fíjate bien; quiero que me contestes, sin falta, lo 
que te digo en estas letras gordas de arriba. Si no, no 
iré tranquilo. 

Mi aburrimiento, Castlño, desde que te fuiste de 
Madrid, ha llegado a su término. Si esta situación se 
prolongase... ¡vamos! que sería muy triste la vida para 
tu amigo 

José María. ^ 
Recuerdos de la simpática Modesta. 



LA FUENTE VAQUERA 



BALADA 

PARA CASTO BLANCO CABEZA 
de su bueno y cariñoso amigo 

JOSÉ MARÍA. 

PARA CASTIÑO 



Lejos, bastante lejos, 

del pueblo mío, 
encerrado en un monte 

triste y sombrío, 
hay un valle tan lindo 

que no hay quien halle 
un valle tan ameno 

como aquel valle. 

Entre sus arboledas, 

por la espesura, 
solitaria y tranquila, 

corre y murmura 
una fuente tranquila 

y bullanguera, 
a que dieron por nombre 

Fuente Vaquera. 



46 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Está tan escondida 

bajo el follaje, 
guarda tanto sus aguas 

entre el ramaje, 
que cuando por el valle 

va murmurando 
toda clase de hierbas 

va salpicando. 

Unas veces sonríe 

dulce y sonora, 
y otras veces parece 

que gime y llora, 
y siempre de sus aguas 

el dulce juego 
arrullando, produce 

grato sosiego. 

Allí pasan las horas 

en dulce calma, 
allí meditar puede 

tranquila el alma, 
y todo son consuelos 

para el que llora 
al pie de aquella fuente 

fresca y sonora. 

Todo es allí sosiego, 

calma, tristeza! 
las auras, que suspiran 

en la maleza... 
los pájaros, que cantan 

en la espesura... 
el agua, que en el valle 

corre y murmura... 



DE GABRIEL Y GALÁN 



47 



Los arrullos del viento, 

gratos y mansos... 
los juncos que vegetan 

en los remansos... 
los claros resplandores 

del sol naciente, 
que asoma entre vapores 

por el Oriente... 
las tórtolas que arrullan 

con harmonía, 
convidando a una dulce 

melancolía... 



¡Todo, en fin, allí aleja 

presentimientos, 
trayendo a la memoria 

mil pensamientos, 
y adormeciendo el alma 

con impresiones 
que convidan a dulces 

meditaciones!... 



Tal es Fuente Vaquera, 

la hermosa fuente 
que murmura en el valle 

tan sonriente, 
que en su margen tranquila 

cantan amores 
tórtolas, colorines 

y ruiseñores. 



48 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Una hermosa mañana 

de Junio ardiente 
salió el sol como nunca 

de refulgente, 
y pájaros y flores 

con alegría 
la bienvenida daban 

al nuevo día. 

Elevábase el Astro 

con gran sosiego, 
esparciendo sus rayos 

de luz y fuego 
sobre el fresco rocío 

de la mañana, 
que formaba en los valles 

mantos de grana. 

Sacuden las ovejas 

sus cencerrillos, 
y en el prado retozan 

los corderinos, 
que del rústico valle 

sobre la hierba 
forman jugueteando 

linda caterva. 

Al cielo sube el humo 

de los hogares, 
los gallos ya despiertan 

con sus cantares, 
y sacude la hermosa 

naturaleza 
el tranquilo letargo 

de su pereza. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



49 



Dejé el mullido lecho 

con alegría, 
cuando apenas rayaba 

la luz del día; 
carguéme diligente 

con la escopeta, 
y como siempre he sido 

medio poeta, 

al nacer del gran Febo 

la luz primera, 
ya estaba yo en la hermosa 

Fuente Vaquera... 
Fuente en cuyas orillas 

cantan amores 
tórtolas, colorines 

y ruiseñores. 

Ocúlteme en la margen 

con el follaje, 
y viendo las delicias 

de aquel paisaje, 
esperé silencioso 

bajo la fronda, 
viendo correr las aguas 

onda tras onda... 

* 

* ♦ 

Siguió el Sol elevándose 

resplandeciente, 
y era ya tan molesta 

su luz ardiente, 
que, a medida que el Astro 

más se elevaba, 

5 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



todo se iba durmiendo, 
todo callaba. 

Se inclinan en su tallo 

todas las flores, 
rendidas por los rayos 

abrasadores, 
y las aves se esconden 

en las encinas 
que a la tranquila fuente 

crecen vecinas. 

Sólo se escucha a veces, 

del fresco viento 
las ráfagas que lanza, 

sonoro y lento... 
el agua, que su curso 

nunca suspende... 
el rumor de una hoja, 

que se desprende... 

el piar apagado 

de alguna alondra, 
que entre las verdes matas 

busca una sombra... 
y los ecos lejanos 

de los zumbidos 
de insectos, que en los aires 

vagan perdidos... 

Lejos de la apacible 
Fuente Vaquera, 
que corre por el valle 
tan placentera, 



DE GABRIEL Y GALÁN 



51 



existe un solitario' 
y oscuro monte, 

que cierra los confines 
del horizonte. 

Al compás de las auras 
lenta se inclina 
altiva, corpulenta 
y añosa encina, 
y entre sus verdes ramas 

aprisionado 
tiene una tortolilla 
su nido amado. 

En él está arrullando, 

dulce y sonora, 
a los amantes hijos 

a quien adora, 
gozando en su coloquio 

de las delicias 
que sus hijos le endulzan 

con sus caricias. 

El calor la atormenta, 

la sed la abrasa, 
y dejando con pena 

su pobre casa, 
les dió con un arrullo 

la despedida 
a los hijos queridos 

que eran su vida; 

batió sus puras alas, 
tendió su vuelo, 
cruzó por los espacios 



52 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



del ancho cielo, 
y pensando en sus hijos, 

se fué ligera 
a beber a la clara 

Fuente Vaquera. 

* 

¡Ay! ¡dónde irá esa madre 

tierna y sencilla!... 
¡dónde irá tan ligera 

la tortolilla, 
mirando a todas partes, 

amedrentada, 
al verse sola y lejos 

de su morada!... 

¿Por qué deja sus hijos 

abandonados, 
y ella, cruzando espacios 

tan dilatados, 
va surcando los aires 

rápidamente 
a beber en las aguas 

de aquella fuente!... 

¡Pobre madre, si, ansiosa, 

vuelve a su nido 
y sus amantes hijos 

ya se han perdido!... 
¡Pobres hijos, si, a causa 

de abandonarlos, 
no volviera su madre 

nunca a arrullarlos!... 



* 



DE GABRIEL Y GALÁN 



53 



Por el verde follaje 

casi cubierto, 
yo, casi más que un vivo 

parezco un muerto, 
y mudo y silencioso 

presto mi oído 
al eco que produce 

cualquiera ruido. 

Al columpiar las hojas 

el viento blando, 
pájaros me parecen 

que van volando, 
y con mi diestra mano 

nerviosa, inquieta, 
alzo la curva llave 

de la escopeta. 

* 

Sobre la verde copa 

de vieja encina, 
que cubre aquella fuente 

tan cristalina, 
una tórtola hermosa 

paró su vuelo, 
mirando la corriente 

del arroyuelo. 

Lanza su blando pecho 
tiernos arrullos, 

que no imita la fuente 
con sus murmullos, 

y a los lados humilde 
mira asustada. 



54 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



débil, inquieta, esquiva 
y amedrentada. 

Tendió después su vuelo 

pausadamente, 
y al llegar a la orilla 

de la corriente, 
sobre la verde alfombra 

lenta se posa, 
débil y acobardada 

triste y medrosa. 

Dirige luego el paso 

tímidamente 
hasta tocar la margen 

de la corriente, 
donde, el agua fingiendo 

cuadros de plata, 
se recoge su imagen 

y la retrata. 

Yo, silencioso, en tanto 

que la espiaba, 
mi artística escopeta 

ya preparaba, 
y ocasión esperando, 

cual diestro espía, 
afiné cuanto quise 

la puntería. 

Disparé... ¡sonó el tiro 
ronco, tremendo!... 

El arroyuelo manso 
siguió corriendo... 

el viento entre las hojas 
siguió sonando 



DE GABRIEL Y GALÁN 



55 



con un eco apacible 
sonoro y blando... 

¡Y vi la tortolilla, 
que ya sufría 

las tristes convulsiones 
de la agonía!... 

Cogí tan apreciado 

tierno despojo; 
su hermoso pecho estaba 

de sangre rojo, 
rojas las aguas puras 
del arroyuelo, 
que corría llorando 

con triste duelo, 
y mis ardientes manos 

también manchadas 
de sangre, enrojecidas 

y salpicadas. 

Con ellas oprimía 

su pecho blando; 
sus latidos se iban 

amortiguando, 
y cerraba sus ojos 

pausadamente, 
su cabeza inclinando 

lánguidamente... 



Yo vi en sus turbios ojos 
el sentimiento 
y las fieras angustias 
de su tormento. 



56 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



porque del nido lejos 

agonizaba 
y a sus pobres hijuelos 

solos dejaba. 

Conocí en sus miradas 

bien claramente 
esa inquieta agonía 

del inocente, 
que sufre los rigores 

de su destino 
muriendo por las manos 

de un asesino. 

Aquella pobre madre 

casi espirante 
era la madre tierna, 

la madre amante, 
que a sus hijos no pudo 

darles en vida 
una lágrima dulce 

de despedida. 

Y aquella tierna madre, 

cuando sufría 
la convulsión postrera 

de la agonía, 
me dijo con sus ojos 

casi nublados 
que dejaba dos hijos 

abandonados. 

Yo comprendí lo injusto 
de aquella muerte, 

mas la víctima estaba 
fría e inerte... 



DE GABRIEL Y GALÁN 



57 



y una lágrima amarga 
por mi mejilla 

rodó, cuando vi muerta 
la tortolilla. 



* 

* * 

Desde entonces no quiero 

que un inocente 
de alguna injusta muerte 

se me lamente, 
y diga con sus ojos 

casi nublados 
que deja sus hijuelos 

abandonados. 

Y en vez de estar cazando 

la tarde entera 
junto a la cristalina 

Fuente Vaquera, 
voy a ver cómo en ella # 

cantan amores 
tórtolas, colorines 

y ruiseñores, 
y cómo de aquel monte 

sobre las lomas 
arrullan solitarias 

blancas palomas. 

José María. 



San Saturnino, Julio de 1889. 



PARA MI QUERIDO AMIGO 

C B. C 

José María G. Galán. 
San Saturnino 10 de Julio de 1889. 



ADIÓS 

Antes que deje la tranquila aldea 
donde mecieron tu modesta cuna, 
darte un adiós mi corazón desea, 
ya que de ti me aleja la fortuna. 

Antes que deje este rincón hermoso 
donde tanto placer gocé contigo, 
quiero darte un abrazo cariñoso: 
el abrazo leal del buen amigo. 

Voy a mi aldea, donde ya me aguarda 
mi amante madre, que abrazarme ansia; 
voy a buscar el beso que me guarda 
y a colmar con el mío su alegría. 

Aquí te dejo en el rincón querido 
do viste el mundo por la vez primera; 
yo voy también al adorado nido 
que ya en mi patria con amor me espera 



DE GABRIEL Y GALÁN 



59 



Yo debiera evitar mi despedida, 
darte un adiós me impide mi cariño; 
no puede hablar mi lengua enmudecida 
y lloro humilde como llora un niño. 

Y mi embargo, antes de dejarte; 
antes que tenga, al fin, que despedirte, 
me dice el corazón que quiere hablarte, 
porque no sé qué tiene que decirte. 

Perdónalo, porque te va a afligir 
diciéndote el dolor que lo devora; 
olvídate de lo que va a decir, 
pero escucha un momento como llora. 

Si de la vida algún día, 
al cruzar por el desierto, 
oyeras decir que ha muerto 
el pobre José María; 

Si algún amigo del alma 
encontrares en la vida, 
y no véis interrumpida 
de vuestra amistad la calma; 

Si de tu destino en pos, 
llegas un día a saber • 
que existe en la tierra un sér 
que habla de ti siempre a Dios; 

Si, cuando estés en el cielo, 
vieses que un mísero humano, 
que en el suelo fué tu hermano 
llora por ti desde el suelo; 



60 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Si una voz dulce y sonora 
dijese un día a tu oído 
que por qué echarte en olvido 
a un amigo que te adora; 

Si estas cosas algún día 
llegan a tu corazón... 
recíbelas, porque son, 
del pobre José María. 

Si al morir en mi memoria 
tu buen alma necesita 
una lágrima bendita 
para subir a la gloria; 

Y si una oración sencilla 
tú pidieres con anhelo, 
¡verás como sube al cielo 
desde un rincón de Castilla!... 

Dale esperanza siquiera 
de guardarlo en tu memoria, 
pues será la mayor gloria 
que en esta vida le espera. 

Que un lugar oculto, sí, 
ocupe sólo en tu alma, 
pues esta será la palma 
de su cariño hacia ti. 

Déjalo después que vuele 
por la senda del destino; 
no le llores si le duele 
lo triste de su camino. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



61 



Déjalo, si ves que a solas 
sufre algún dolor profundo; 
déjalo, si el mar del mundo 
lo arrebata entre sus olas. 

Ahora, comienza a soñar; 
ahora principia a vivir; 
¡y no sabe qué es amar! 
¡y no sabe qué es sufrir! 

Déjalo, que tras su suerte, 
solo, triste, abandonado, 
llegará pobre y cansado 
a encontrarse con la muerte. 

Y entonces, cuando en el suelo 
donde lloró sus desvíos, 
deje ya sus restos fríos 
y Dios se lo lleve al cielo... 

Entonces, cuando en la gloria 
esté con su Dios reunido, 
a su amigo más querido 
tendrá siempre en la memoria. 



Adiós; me voy a Castilla; 
pero antes de abandonarte, 
quiero el afecto dejarte 
de un alma fiel y sencilla. 

Goza una vida de calma, 
no pienses nunca olvidarme, 
que te dejo al ausentarme 
un pedazo de mi alma. 



62 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Goza en la aldea querida, 
que tantos recuerdos deja 
en un alma que se aleja 
por el dolor oprimida. 

Al ausentarme de aquí 
¿qué te puedo yo encargar? 
¡que me vayas a abrazar!... 
¡que no te olvides de mí!... 

Y ya que dispuso Dios 
y quiso nuestro destino 
que del mundo en el camino 
nos hallásemos los dos, 

Sé buen amigo conmigo 
no me olvides tú jamás, 
y ¡ya verás, ya verás 
lo que te quiere este amigo! 

Si nuestra ausencia es amarga 
del cariño estrecha el lazo, 
porque ¡es tan dulce un abrazo 
después de una ausencia larga!... 

A ti, que anhelas ventura 
a ti, que en tu corazón 
das morada a una pasión 
tan hermosa como pura, 

¿Qué puedo yo desearte 
que pueda satisfacerte? 
¡que la que amas, pueda amarte 
y pueda feliz hacerte! 



DE GABRIEL Y GALÁN 



63 



Si a las puertas de tu alma 
llama la pena algún día 
y destruye tu alegría 
y te arrebata la calma; 

Y si a endulzar tu desvelo 
ningún ser humano acude, 
¡pídele a Dios que te ayude 
y piensa mucho en el Cielo!... 



Adiós, adiós! hasta el día 
en que en su mísera aldea 
tranquilamente te vea 
tu amigo 

José María. 



CARTA 2.^ 



España 23 de Julio, 



Castito: No sé por donde voy, ni tampoco me im- 
porta saberlo: sólo sé que debo haber entrado en Cas- 
tilla. 

Voy alegre, muy alegre; pero también voy triste, 
muy triste. Tú, que sabes la causa de mi alegría y la 
de mi tristeza, podrás explicar bien lo que te digo. 

También te supongo preocupado y triste con nues- 
tra separación, que ha sido para mí tan violenta y tris- 
te. Confianza en Dios, y ya nos volveremos a abrazar 
dentro de un año, si Él así lo quiere; que yo se lo pe- 
diré y no me lo negará. 

Tengo frío. 

He pasado de Astorga y estoy, por lo tanto, en mi 
querida Castilla. Ya te daré detalles del viaje. 

Hasta entonces, recibe el último abrazo de despe- 
dida, que te manda tu buen amigo (no, no, me equivo- 
qué); quien te lo manda es tu hermano 

El Castellano. 

La trepidación del coche me impide hablarte más. 
Un abrazo para todos. 



6 



CARTA 3.* 



Sr. D. Antonio García Ramírez 

Medina del martirio 23 de Julio de 1889. 



Estoy, querido amigo mío, en Castilla; en la fonda 
de Medina del Campo, donde, por no haber, no hay ni 
tinta ni plumas buenas; y donde, lo que es peor, tendré 
que pasar diez mortales horas, que acabarán con mi 
paciencia, ya casi agotada por mi mal estado de áni- 
mo, y por este viaje largo, interminable, eterno. 

La primera hora de mi permanencia en este cafetín 
desesperante, la dedico a escribirte; porque, además 
de ser ésta ocupación la que me causa mayor placer, 
disiparé así, siquiera sea mientras te escribo, esta nos- 
talgia y esta tristeza y abatimiento de ánimo, que me 
hajce sufrir tanto, desde el momento en que me separé 
de vosotros, mis más queridos amigos. 

A nuestro Castiño le escribí desde el tren unas lí- 
neas con lápiz, y no lo hice contigo porque no tenía 
sobres preparados. 

Desde que os dejé, mi estado de ánimo es bien 
triste, por cierto. 

Cuando me acuerdo de que, si Dios me lo permite, 
abrazaré a mi familia y sobre todo, a mi madre, den- 



68 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



tro de poco tiempo, mi alegría es grande, es inmensa, 
es... ¡como tú te la puedes figurar! 

Pero este recuerdo me trae inevitablemente el tris- 
tísimo, el muy triste, de nuestra separación... y aquí 
me tienes entre la felicidad y la tristeza. Aquí me tie- 
nes sin saber qué hacer ni en qué pensar, porque si 
hubiese llegado a reírme alguna vez, desde que nos 
despedimos, me hubiera yo mismo llamado ¡ingrato! 
para con vosotros; y por tanto, no puedo estar alegre» 
Y cuando estoy triste parece que me llaman ingrato 
también, porque es natural que yendo a mi querida 
aldea a reunirme con mi familia, es muy natural, repi- 
to, que estuviese contento. 

Por todo cuanto te digo, comprenderás perfecta- 
mente que viaje tan delicioso habrá sido éste, ya de 
antemano tan temido por mí. 

¡Dichosos, he dicho para mí, y mil veces dichosos 
los que os habéis quedado juntos en tu casita! 

Verdad es que os hallaréis también algo preocupa- 
dos con nuestra separación, después de haber pasada 
juntos unos días tan dichosos. 

Pero ¡hay tanta, tanta distancia de la preocupación 
a la honda tristeza!... 

En fin, para dejar esto, te confesaré tan ingenua- 
mente como pudiera hacerlo un niño, ¡que nunca, 
hasta después de dejaros, he comprendido cuánta 
os quiero! 

Y aunque nunca me gustó mucho decir estas cosas,, 
dispénsame que lo haga hoy, porque hoy, francamente, 
no puedo prescindir de decirlas. 

Oye: tengo aún muchas horas desocupadas; estoy 
completamente solo, y ¿en qué puedo emplear mejor 
el tiempo que en escribiros? Por eso voy a hablarte 
algo más de mi viaje. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



69 



Para que fuese más grata la impresión general que 
traigo de Galicia, el cual país fui a ver, a estudiar y a 
conocer, me ocurrió un incidente que, por lo agrada- 
ble que me fué, no se me olvidará jamás. 

Aquellos dos pobres aldeanos que venían en nues- 
tro coche, me vieron triste, y ¿por qué negarlo? verían 
también alguna lagrimilla que vertí ocultamente, y me 
decían en su sencillo lenguaje: 

—¿Por qué está usted triste? Es porque dejó ya a 
sus amigos ¿verdad? 

-Sí. 

—¿Y está usted en los estudios? 
-Sí. 

—¿De dónde es usted? 
—De Castilla. 

Y va a ver ahora a su madre? 
-Sí. 

—¡Pobre madrina suya! ¡qué contenta estará! Y 
iisted está tan triste, y va a verla pronto!... 
Yo, no supe qué contestar. 

Y cuando, después de un rato de cariñosa conver- 
sación, me dejaron; cuando me dijeron, entre otras co- 
sas, ¡que Dios me acompañara durante mi viaje!... no 
fué nada extraño que, dados los pensamientos tristes 
que a mí me dominaban, tuviese que hacer grandes 
esfuerzos para contener estas picaras lágrimas, que re- 
percuten enseguida los apretoncillos que, en ciertos 
casos, siento en el corazón. 

Ahora, que voy a concluir ya de escribirte, me pre- 
pararé a pasar con resignación el largo tiempo que me 
resta de permanencia en esta Medina insoportablCy y 
después... después, a seguir mi interrumpida peregri- 
nación por estos horizontes largos, redondos, monóto- 
nos, interminables. 



70 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



A tus papás, mil recuerdos; otros mil para tus bue- 
nas hermanas, sin olvidarte decirles que no se olviden 
de los amigos que se marchan, aunque sea para nunca 
más volver. Y tú, adiós; recibe un cariñoso abrazo que 
con el alma te envía tu amigo 

José María» 



CARTA 4.* 



La Maya 24 de Jalio. 



Casto querido: Acabo de llegar a este pueblo, 
donde me esperaba mi adorada madrecita y mi queri- 
da hermana Enriqueta. Mi padre y mis demás herma- 
nos vendrán mañana, si Dios quiere, a verme, y a 
pasar aquí las fiestas de Santiago. Dios ha querido 
que a todos los encuentre bien, y por ello le doy 
gracias. 

No te engaño si te digo, querido Casto, que me 
faltan fuerzas físicas hasta para escribir; pero como 
me sobran morales, lo hago con un poco de agua, que 
es lo que, sin pedirio a nadie, he encontrado. 

A nuestro amigo Antonio le escribí largamente 
desde Medina del Campo; desde Medina del Campo, 
en cuya fonda permanecí ¡diez horas! empotrado en 
una silla. 

A Antonio le di ya cuenta detallada de mi viaje; 
este viaje largo, monótono, interminable, eterno. 

Vine triste, cansado, abatido. 

Me acuerdo mucho de ti, mucho. 

Hasta después que me separé de ti; hasta que la 
tristeza que naturalmente se sigue a una despedida, 
no vino a herirme, no he comprendido lo que te que- 
ría, y lo que os quena a todos.— Perdóname que te lo 
diga así, pero el correo se me va; se me va, y esto que 
te he dicho es lo que más me importaba decirte. 



72 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Toda mi familia, toda, sin saber ellos mismos por 
qué, estaban en la creencia firme, que ellos mismos 
también se habían forjado, de que me acompaña- 
bas tú. 

Mi madre me manda no sé cuántas cosas para la 
tuya. 

Acabo de bajar del coche, y estoy medio calentu- 
riento con este calor tropical que aquí se siente. 

No sé si entenderás mis garabatos. 

Escríbeme, escríbeme y dirige tu carta a Frades, 
que allí iré yo lleno de alegría a leerla. 

Cuando te conteste, te hablaré de mi viaje exten- 
samente. 

Ahora me dejarás ir a descansar ¿verdad?... Bueno. 
Pues allá va un apretado abrazo que José María 
manda para ti. 



CARTA 5.* 



Sr. D. Casto Blanco Cabeza. 



Amigo querido: Hoy llego a Frades, después de un 
corto viaje de tres días. Acabo de hacer la visita a los 
enfermos del pueblo, por acompañar al doctor, que es 
un chico muy joven y amigo de confianza de casa. 

Como sabia que tenía que hacer el viaje, que al fin 
he llevado a cabo, no te he escrito antes por darte 
hoy cuenta de todo. 

Salí de casa el pasado sábado por la mañana, y 
llegué al Guijuelo a comer con el amigo estudiante de 
que ya creo te hablé. 

Con él salí a paseo y al café, donde estuve con 
una colección de mediquillos, jóvenes conocidos. El 
domingo despaché con mi sustituto por la mañana, y 
salí del Guijuelo en dirección a la Maya, acompañado 
de mi papá. Allí pasamos la tarde, la noche y el día 
siguiente, con mi Enriqueta, que ya tenía deseos de 
verme otra vez. 

Y aquí me tienes de nuevo en mi pueblo, contestan- 
do a la consoladora carta que me enviaste y que reci- 
bí hace días. Acabo también de contestar a otras 
cuantas epístolas, que varios amigos me habían dirigi- 
do al pueblo, deseosos, como siempre, de saber algo 
de mí. 



74 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Y por cierto que uno de ellos es Cabanelas. 
¡Dios se lo pague a todos! 

* * 

Y a ti ¿qué quieres que te diga? 

Las impresiones que recibí en mi viaje, como tar- 
días que son ya, no te interesarán. 

Sin embargo, voy a decirte, aunque tarde, todo 
cuando le dije al amigo Antonio oportunamente. 

Di ¿te acuerdas —claro que te acordarás— de 
aquella despedida de que en tu carta tan leída por mí^ 
me hablas?-— Bueno. Pues aquella despedida me hirió 
mucho en el corazón. ¡Como que me hacían daño sus 
latidos! Tan fuertes, tan violentos eran. Cuando el tren 
me apartó de vosotros; cuando os dejé de ver, no sé 
lo que por mí pasó. Me vi tan sólo, tan solo, que por 
un momento me creí solo en el mundo. Luego... lue- 
go lo de siempre: lloré, sí, lloré, y no tengo por qué 
negarlo, porque las lágrimas en un hombre no siempre 
acusan cobardía de espíritu. El que, como yo, no tiene 
agotado por las penas el manantial de las lágrimas; 
el que ha llorado poco ¿por qué se ha de avergonzar 
al decir que, en ciertas situaciones de la vida, llora? 
Cuando se me acaben las lágrimas en fuerza de llorar,, 
entonces permaneceré imperturbable y sereno ante las 
amarguras. Hasta entonces, no puedo, no puedo me- 
nos: lloraré. 

Aquellos dos pobres aldeanos debieron ver alguna 
de las lagrimillas, que ocultamente vertían mis ojos. 

Y querían consolarme. 

Me preguntaban:— ¿Por qué está tan triste? ¿es 
porque ha dejado a sus amigos, ¿verdad?— Sí, les 
contesté. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



75 



Y después de otras preguntas, me decían: 

—Y ahora ¿va a ver a su madre?— Sí. 

—¡Pobre madrina suya! ¡qué ganas tendrá de ver- 
lo! ¿Y usted va a abrazar a su madre, y está tan triste? 
Eso no es bueno. Debía estar muy contento». 

Esto fué para mí como una acusación, que bien 
traducida quería decir: 

¿Conque yendo a abrazar a quien más debe que- 
rer en el mundo, después de Dios, está usted triste? 
¿Hay causa, por grave que sea, para que esto suceda? 

¡No! —decía el cariño ciego que debo a mi madre» 

¡Sí! —decía el que os profeso a vosotros. 

Procuré conciliar estos dos sentimientos, que tan 
encontrados me parecían y que, al chocarse dentro de 
mí, herían mi alma. 

Y, después de darle un sentido adiós a aquellos 
dos campesinos de tan buenos sentimientos, así crucé 
estos achatados y desiertos horizontes de Castilla; 
largos y tristes como mis sufrimientos, áridos como 
mi alma en momentos de dolor. 

En Medina del Campo habían variado, por lo 
visto, las horas de salida del tren expreso, pues al 
preguntar por él, siguiendo extrictamente tu consejo, 
me dieron la desconsoladora respuesta de que no 
salía hasta la una y media de la mañana, siendo dicho 
tren el primero que salía para Salamanca. ¡Y habíamos 
llegado a Medina a las tres de la tarde! 

Estuve diez horas y media empotrado en una silla 
de aquella odiosa fonda. 

Tomé café, tomé cerveza, volví a tomar café con 
tostada, ¡y todavía no podía tomar ni la puerta, ni el 
tren expreso de Salamanca! 



Llegué a la Maya en el coche y allí me esperaban, 



76 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



como sabes, mi mamá y mi hermanita. Y, como sabes 
también, allí fueron todos a verme ai siguiente día 
de mi llegada. 

Mi madre lloraba, pero lloraba de alegría. 

En la Maya pasé las fiestas del Apóstol «Vuél- 
vete, mi querido Galán, vuélvete a Frades y déjate de 
fiestas, que si concurres a muchas, te acordarás poco 
de mí y dejarás pronto de quererme>. 

«¡Te acordarás poco de mí y dejarás pronto de 
quererme!...» 

¡Y yo, que había pensado, -—y no me había atrevi- 
do,— decirte: 

—Escóndete, mi querido Casto, escóndete en tu 
San Saturnino y no vayas a bailar con las niñas a las 
romerías campestres, que hay espíritus en los cuales 
las impresiones dulces, agradables y últimas, borran 
la huella de otras que fueron más débiles quizás!... 

Te adelantaste tú, querido amigo. Pero si juzgas 
una mentira lo que yo tenía pensado decirte, juzga 
como inverosímil lo que tú me has dicho. 

* * 

Antonio me escribe. ¡Pobre Antonio! ¿No sabes 
que lo quiero mucho? 

Y me acuerdo mucho de él. 

Y apropósito de recuerdos. Tú me dices: «¡Quiera 
Dios que me recuerdes mucho tiempo; tanto —por lo 
menos— como yo te recordaré a ti!... Con esto me 
contentaba... vaya si me contentaba!» 

Todos nos contentamos con algo. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



77 



Yo con ocupar el (*) lugar entre los amigos 

y amigas de tu alma, no incluyendo en esta cuenta a 
quien suponerte debes. Sirva esto de contestación a 
esa frase, que me soltaste, impregnada de amargura 
y con sus ribetes de escepticismo. 

Punto y aparte. 

Allá va con la carta esta, otra carta que contiene la 
composición que pensaba titular «Tardes de Agosto» 
en Frades. Ya sabes por qué he variado el título. 

Obra que pueda oler a plagio, en cualquier senti- 
do, la odiaré siempre. Mi lema es: malito, malitOy 
pero mío todo. 

Para terminar la composición que te envío, no he 
podido disponer más que de dos o tres ratos. De 
modo que puedes figurarte cómo irá, cómo habrá 
quedado. 

Y ahora escúchame. 

¿Me prometes solemnemente que nadie verá tal 

tontería, hecha excepción de E , Antonio y José 

María; o tus papás, si es que juzgas algún día oportu- 
no leerla a los tres últimos? Bueno. Te estoy oyenda 
que sí, y quedo satisfecho. 

No encontrarás grandes —ni pequeñas— concep-^ 
ciones poéticas; ni encontrarás acaso poesía. Lo pri- 
mero, sabido es que no lo tiene: lo segundo, créeme, 
Castiño, créeme, lo tiene: o para hablar con más 
exactitud, lo tiene para mí. 

Si tú no le encuentras esa poesía, confórmate con 
su naturalidad, que es lo mejor que tiene; lo demás, 
todo malo. 

En fin; admítela como un pequeño recuerdo mío,. 



(•) Sustitáyelos por letras. 



78 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



quizás el mejor que puedo darte, porque nada bueno 
tengo para ti. 

Asimismo desearía algo tuyo además de tu cariño. 
Mándame, pues, lo que me prometiste. ¿O es que te 
ocupas ya de todo menos de eso? Sigue, querido, 
sigue con tus laudables aficiones de siempre, que para 
todo hay tiempo. 

*■ 

Aunque llegué a Frades cansado de mi último 
viaje al Quijuelo y la Maya, no sé si me decidiré 
a emprender otro más largo: a Sequeros, a las Batue- 
cas —acompañado de Estella— y a visitar a la Virgen 
de la Peña de Francia. Y va de viajes. 

Hace dos o tres días que el correo diario que 
viene a Frades desde Mora, me dijo que Purita y su 
maestra, le han estado hace tiempo preguntando si 
había regresado yo de Galicia; y el día que lo supie- 
ron con certeza me enviaron recado que el domingo 
siguiente me esperaban en Mora sin falta. El domingo 
se pasó y aún no he ido. 

Item más. Antes de ayer una carta con idéntico fin, 
de las niñas de Ferrones, María y Juanita. Y tampoco 
he ido. 

Item más. Hoy otro recado para que vaya a ver 
a una primita. No sé qué la pasará. 

Si empiezo a visitar, me tendré que estar viajando 
lo que me resta de mes. Y luego al Guijuelo, a crecer. 

Se me olvidaba decirte que cuando veníamos de la 
Maya, al cruzar una dehesa donde había toros, nos 
sorprendió uno de ellos, que se atravesó en el camino 
bramando y esperándonos a unos diez o doce pasos 
de distancia. No lo vimos hasta no estar delante de él. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



79 



A mi papá, que no quiso escapar tan pronto como yo, 
estuvo a punto de cogerlo. A mí, excuso decirte que 
no me cazaba tan fácilmente, gracias a mi... prudencia. 

Me dice nuestro amigo Antonio, entre otras cosas, 
que iría a Ferrol uno de estos días. ¡Qué felices, qué 
dichosos sois ambos! Me alegro que así sea, me ale- 
gro. Yo en cambio... nada. 

El solitario está destinado a vivir siempre tan solo 
como hasta aquí. Sus alegrías serán sus esperanzas, si 
alguna le queda, y sus amigos... sus amigos, los pen- 
samientos que revuelve en su mente. Amigos harto 
crueles, harto ingratos. Ellos me sonríen cuando la 
dicha me sonríe, y me martirizan cuando en mi alma 
toma morada la tristeza. 

Estos son mis amigos. 

¡Ingratos!... ¡ingratos!... Escucha: me halagan y me 
regalan, cuando estoy bajo las alas de la voluble diosa 
de la fortuna; y luego se ensañan contra mí cuando me 
atosiga la desgracia. 

Les doy mil vueltas en mi cerebro aun a los más 
tristes. ¡Cuántas veces he pensado en aquella frase 
que pronunciaste de repente al separarnos! — -<¡No nos 
volvemos a ver!» dijiste en el último momento de 
nuestra despedida. Me dió esto mucho que pensar. 
Hoy me consuelas, cuando en tu carta me dices lo 
contrario. 

Adiós, adiós, van tres pliegos de papel. ¡Cuánto 
me extiendo! Quizás más de lo que desees. 

Ayer u hoy ha escrito mi mamá a la tuya, según 
la primera me dice. Supongo para qué será. 

Ya habrás recibido un certificado que papá te envió 
desde Salamanca. 



80 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Contéstame pronto, aunque no haya pasado aún el 
tiempo reglamentario que dispusimos, porque tiene 
vivos deseos de saber de ti 

El Solitario. 



Recuerdos mil a todos. 



PARA MI BUEN AMIGO C. B. C 
del suyo 
José María Gabriel y Galán 

Frades, Agosto de 2889, 



MAÑANAS Y TARDES 

SUEÑOS 

¡Gloria al Señor, que puso 
mi pobre cuna 

donde hay estas estrellas 
y hay esta luna, 
y hay estas flores, 

y hay estas dulces auras 
y hay estas noches! 

A, de T. 

I 

La tarde está serena, la calma es tanta, 
que ni llora el arroyo, ni el ave canta; 
la ráfaga de viento, que a veces pasa, 
llanuras y sembrados, todo lo abrasa. 

El Astro bochornoso que reverbera 
convierte las llanuras en una hoguera; 
crujen unas con otras las cañas huecas; 
las doradas espigas estallan secas, 
y en el fondo parduzco de la barranca, 
el agua del arroyo su curso estanca. 



82 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Tan pesada es la calma, tal el bochorno, 
que la abrasada tierra parece un horno. 

Las alondras reposan en sus solaces, 
las codornices duermen bajo los haces, 
los lagartos, que salen de su agujero, 
cruzan algunas veces por el sendero; 
la perdiz a sus hijos, cauta, reclama 
bajo la tibia sombra de la retama, 
y uniendo sus cabezas abochornadas 
dormitan las ovejas en las cañadas. 

* 

♦ * 

Llega el sol a la cumbre de su apogeo; 
duermen algunos bueyes en el rodeo, 
y otros van a la obscura charca verdosa 
para ahuyentar la mosca, que los acosa. 

Trabajan en las eras lentas las reses, 
en derredor girando sobre las mieses; 
bajo el trillo, que arrastran con lento empuje, 
la seca paja estalla, se rompe y cruje; 
el ruido de la marcha casi ensordece, 
el choque de las mieses casi adormece. 

Al son con que el cambizo lento rechina 
responde el de la parva que está vecina; 
desparrama el labriego los secos haces, 
y en el trillo se duermen ya los rapaces. 

m 

El perro perezoso se entrega al sueño 
a la sombra del viejo carro del dueño, 
y sacude la mosca que le molesta 
turbando impertinente su dulce siesta. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



83 



Forma el trigo tendido redondas fajas 
y cantan las chicharras entre las pajas. 
Los pájaros se ahogan en el espacio 
y hacen de las encinas fresco palacio; 
ni canta la culebra, ni rana alguna 
asoma la cabeza por la laguna; 
en su casa escondidos callan los grillos, 
y quedan en los prados secos tronquHlos 
del pasto saludable, fresco y lozano 
que con rudos calores quemó el verano. 

De la Peña del Niño por las laderas 
quedan piedras, tomillos y carrasqueras. 
Por evitar de Febo la ardiente lumbre 
las perdices se suben hacia la cumbre, 
y armado de escopeta recorre el cerro 
el cazador constante detrás del perro. 

De las húmedas piedras por las rendijas 
se ven salir a veces las lagartijas; 
el sol despide fuego, fuego la tierra, 
fuego los pedregales de aquella sierra. 

Sólo se ven en torno zarzas y espinos; 
no transita un viviente por los caminos. 

El viento con sus ráfagas lleva ligero 
una nube de polvo por el sendero. 

Siegan, unos tras otros, los segadores 
del sol bajo los rayos abrasadores; 
entre espigas y cardos van encorvados, 
bajo tantos calores casi agobiados, 
y el dueño los vigila bajo una encina 
que al árido sembrado crece vecina. 



84 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



El caballo, corriendo por el atajo, 
va a humedecer su boca con el regajo; 
el carro con las mieses lento camina 
y en lento balanceo cruje y rechina, 
y el buey, uncido al yugo, la cola enrosca 
ahuyentando indefenso la inquieta mosca. 

* 

Largas tardes de Agosto!... tardes de calma!... 
en vuestras largas horas se duerme el alma!... 

* 

* * 

Si quisierais tristezas y soledades, 
buscadlas en los tristes campos de Frades. 

No busquéis en él nunca tiernos planteles 
ni busquéis en sus campos lindos verjeles; 
no busquéis en sus lomas los olivares; 
buscad en sus laderas los tomillares. 

No busquéis en sus pobres alrededores 
jardines esmaltados de lindas flores; 
ni hallaréis en sus cerros los naranjales, 
ni veréis en su sierra lindos rosales. 

No hallaréis en sus campos un paraíso, 
que la naturaleza darle no quiso. 

Son sus áridos valles pobres plantíos; 
son sus pobres cañadas vegas sin ríos. 

Si visitáis sus montes y sus marjales, 
veréis viejas encinas y matorrales, 
y en vez de frescas bandas de azules violas 
veréis entre los trigos las amapolas. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



85 



¡Buscad secos barbechos siempre agostados!... 
]buscad la rubia espiga de los sembrados!... 
¡buscad cuando el gran Astro lumbre fulgura, 
una encina, una piedra y una llanura!... 

♦ 

♦ * 

En sus tristes y humildes alrededores 
jamás cantar se oyeron los ruiseñores. 
De sus montes de encinas por los confines, 
saltan lindos chivones y colorines. 

Gorjeadoras alondras y golondrinas 
de sus pobres casitas son las vecinas, 
y habitan sus laderas, montes y lomas, 
las dulces tortolitas y las palomas. 

* 

* * 

No busquéis en sus sierras fieros torrentes; 
buscad sus solitarias y ocultas fuentes: 
no busquéis en el monte la catarata 
que al bajar al abismo se desbarata: 
buscad, en vez del río que se despeña, 
el manantial, que fluye de negra peña; 
y en vez de la cascada de las alturas, 
buscad los arroyuelos de las llanuras. 

¡Buscad secos barbechos, siempre agostados!... 
¡buscad la rubia espiga de los sembrados!... 
¡buscad, cuando el gran Astro lumbre fulgura, 
una encina, una piedra y una llanura!... 



86 



CARTAS Y POESIAS INÉDITAS 



II 

Hay en medio de Frades rústico huerto, 
que parece el oasis de aquel desierto. 

Entoldan sus paseos los emparrados, 
con sus brazos frondosos entrelazados; 
despliegan las acacias sus anchas copas, 
donde los gorriones cantan en tropas. 

Son las tapias del huerto de vieja piedra, 
que cubre cuidadosa la verde yedra; 
las auras vespertinas y matinales 
juegan con los cerezos y los perales; 
tapizan sus paseos yerbas silvestres, 
y en los rincones crecen flores campestres. 

Los alegres manzanos cuando florecen 
dan sombra a las verduras que abajo crecen. 

Si un aroma se aspira dulce y ligero, 
es el aroma dulce de algún romero. 

Junto a la vieja tapia crece y vegeta 
el junco del pantano con la violeta, 
y unen abrazos tiernos y fraternales 
las verdes zarza-moras con los rosales. 

El viento se embalsama con los olores 
de aquellas coloradas y lindas flores, 
y junto a la violeta crece amarilla 
exhalando su aroma la manzanilla. 

Hay entre las verduras una fontana, 
do el agua para ellas tan clara mana, 
que a la vez se reflejan en sus cristales 
dos manzanos, tres guindos y tres rosales. 

Y al pie de esta fontana, tan pura y bella, 
vive el amargo ajenjo con la grosella, 



DE GABRIEL Y GALÁN 



87 



y de igual modo vive, crece y se hermana, 
la colorada fresa con la romana. 

En esas mañanitas del mes de Mayo, 
antes que el sol nos mande su ardiente rayo, 
de aromas y harmonías hay un concierto 
dentro de aquel silvestre y alegre huerto. 

Cuando la luz asoma por las colinas, 
ya cantan en los guindos las golondrinas, 
y antes que el sol derrame luz sobre el suelo, 
ya las pardas alondras suben al cielo. 

Hay cerca de aquel huerto viejos cercados 
y viejas encinltas y viejos prados, 
y entre estas encinitas, casi cubierta, 
canta la tortolilla cuando despierta. 

En los rojos tejados de aquella aldea 
el tordo se despluma, silba y gorjea, 
y chillando a su lado sobre el alero 
el gorrión inquieto salta ligero. 

Se revuelcan y charlan en los corrales 
las alegres gallinas con los pardales; 
despierta la paloma madrugadora 
cuando el astro naciente las lomas dora, 
y dejando en parejas los palomares, 
por el cielo del huerto cruzan en pares. 

Los cargados manzanos abren sus flores; 
la humilde manzanilla despide olores, 
y olores dan las rosas y la romana, 
que vejeta en la orilla de la fontana. 

En las ramas nudosas de los manzanos 
depositan sus larvas pardos gusanos; 
las constantes arañas tejen sus redes 



88 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



en las húmedas grietas de las paredes, 
y trepan las hormigas por su sendero 
que suele ser el tronco de un limonero. 

Previsora, constante, madrugadora, 
inteligente, sabia, trabajadora, 
en busca de sus flores sola se aleja 
y su obscura colmena deja la abeja. 

Insectos, flores y aves en dulce salva 
saludan con sus ruidos la luz del alba, 
que asoma sonrosada, bella y riente, 
recostada en las lomas del claro Oriente. 



III 

Mes de Agosto ardoroso, serena tarde; 
arde el sol en el cielo; la tierra arde. 

Todo, todo, en la aldea reposa inerme... 
el hombre, el ave, el bruto, todo se duerme... 
y cuando el mundo vivo parece muerto 
yo, que soy el que velo, me voy al huerto. 

Allí, bajo la sombra de un emparrado, 
de amarillentas hojas entrelazado, 
hago lecho mullido del verde suelo 
y mis cansados ojos fijo en el cielo. 

Mis párpados se entornan pausadamente; 
confuso mar de ideas turba mi mente... 
mi pensamiento flota, vago... perdido... 
y, cerrando mis ojos, quedo dormido!... 



DE GABRIEL Y CALÁN 



89 



En las tardes de Agosto, tardes de calma, 
en cuyas largas horas se duerme el alma, 
después que me embriaga dulce beleño 
y me quedo dormido... ¿sabes que sueño? 



Sueño que voy cruzando por un desierto, 
un mar sin fin de arenas, un mar sin puerto. 

Lágrimas de agonía vierten mis ojos 
porque mis pies heridos pisan abrojos. 

En medio del desierto sueño que existe 
un albergue que sirve de alivio al triste; 
un oasis bendito, do el peregrino 
alivia las fatigas de su camino. 

Es el rey del oasis un niño alado, 
que aquel edén hermoso vigila armado. 

En una aguda flecha guarda amoroso 
un licor sonrosado, dulce y sabroso. 

Cuando a algún peregrino la sed abrasa 
y cerca del oasis llorando pasa, 
a recibirlo sale solo y armado, 
con una de sus flechas el niño alado. 

Y el arma punzadora lanza certero 
al corazón marchito de aquel viajero 
que, entrando del oasis bajo el ramaje, 
refresca los ardores de su viaje. 

Y mientras a la sombra duerme y descansa 
a sus pies una fuente resuena mansa. 

El niño de las alas su sueño vela; 
su espíritu cansado soñando vuela, 
y el licor de la flecha del niño alado 
su corazón ardiente tiene embriagado. 

Y, mientras a la sombra yace dormido, 
viene con sus acordes a herir su oído 
un coro de angelitos que, en derredor 



90 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



del lecho del viajero, dicen: ¡Amor!.,. 



Y yo sigo soñando... sigo soñando 
con otros peregrinos que van llegando 
al oasis bendito de aquel paraje, 
mitad de su penoso, largo viaje. 

En medio del desierto, solo, afligido, 
fatigado, lloroso, triste, perdido, 
el último de todos voy caminando 
¡siempre pisando abrojos!... ¡siempre llorando!... 

Lanzado en el desierto por mi destino 
no llego al fin querido de mi camino, 
y el corazón se ahoga casi abrasado 
sin el licor sabroso del niño alado. 

En medio del oasis y en él gozando 
a ti, Casto querido, te vi cantando. 

De un árbol oloroso bajo la sombra 
y apoyado a tu lado sobre la alfombra, 
vi un ser, que dulcemente te sonreía 
y oí distintamente que te decía: 

*Tú cruzaste un desierto para buscarme 
y entraste en este oasis para adorarme. 
Si el resto del desierto juntos cruzamos 
y al fin de la jornada juntos llegamos, 
viviremos felices, sin duras penas, 
aun yendo del desierto por las arenas! > 

Y tú que lo escuchabas, de allí saliste 
y aceptado el apoyo que le ofreciste, 
os vi llenos de gozo, cruzando luego 
aquel desierto inmenso lleno de fuego... 



DE GABRIEL Y GALÁN 



91 



Rendido de cansancio, lleno de pena, 
y con mis pies hollando la ardiente arena; 
os perdieron mis ojos... ¡que se cerraban 
sin llegar al oasis que divisaban! 

Y tendido entre espinas, sin esperanza 
de hallar jamás el puerto de mi bonanza, 
exclamaba llorando... ¡Dios mío!... ¡no puedo L 
estoy aquí tan solo, que... ¡tengo miedo!!... 

* 

Quemaba con sus rayos el sol de estío 
y el corazón sentía yerto de frío. 

Cubrió mis turbios ojos un negro velo, 
alcéme amedrentado del duro suelo, 
y al extender mi vista por el desierto... 



desperté en mi silvestre y alegre huerto! 



IV 

En las dulces mañanas del mes de Mayo, 
cuando el sol nos envía su primer rayo, 
voy al huerto a sentarme, porque en el huerto 
hay de aromas y ruidos dulce concierto. 

♦ * 

Recostado en la alfombra del verde suelo 
y siempre con mi vista fija en el cielo, 
percibo en torno mío ricos aromas 
que me manda el tomillo desde sus lomas. 



92 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Mis párpados se entornan... ¡estoy despierto 
y sueño nuevamente con el desierto! 

Sueño que voy andando... que voy andando 
y que al hermoso oasis estoy llegando, 
y lo veo tan cerca, que me convida 
a vivir una dulce y alegre vida... 

Y tanto me aproximo que te diviso 
vagando entre el follaje del paraíso. 

Al sér que te acompaña le ofreces flores, 
flores que en vez de aromas vierten amores. 

Al tender tu mirada por el desierto, 
me viste caminando con paso incierto, 
y no lloraste viendo mi gran quebranto, 
porque en aquel oasis no existe el llanto. 



Antes de la dorada y hermosa puerta 
de la mansión aquella que estaba abierta, 
había un gran abismo, profundo, hondo... 
sin medida, sin término, sin luz, sin fondo. 

Al ponerme a la orilla tímidamente, 
un vértigo espantoso turbó mi mente; 
y casi loco, débil y suspendido 
sobre aquel precipicio, perdí el sentido... 



Al recobrarlo luego, te vi a mi lado 
dentro ya del oasis del niño alado, 
y supe que, alargando tu diestra mano, 
me salvaste la vida, como a un hermano. 

Al verme ya en aquella mansión querida, 
sentí mi pobre alma de amor herida, 
y el licor misterioso del niño alado 
mi corazón tenía casi embriagado. 

Y vi, en el paraíso de las delicias, 
un sér que me halagaba con sus caricias, 



DE GABRIEL Y GALÁN 



93 



y al pronunciar mi nombre sus labios rojos, 
desperté de mi sueño... y abri los ojos. 



V 

En las tardes de Agosto, tardes de calma, 
en cuyas largas horas se duerme el alma, 
mis penas y mis ansias doy al olvido 
y a la sombra de un árbol sueño dormido. 

Sueño con el desierto y el paraíso, 
que en las tardes de Agosto nunca diviso, 
y, aunque esparce sus rayos el sol de estío, 
el corazón me queda yerto de frío. 

VI 

Pero ¡ay! en las mañanas del mes de Mayo, 
cuando el sol nos envía su claro rayo, 
solo y meditabundo me voy al huerto 
y a la sombra de un árbol sueño despierto. 

Sueño con el desierto y el paraíso 
que en estas mañanitas cerca diviso, 
y aunque a mi lado fría la brisa pasa, 
mi corazón sensible... ¡ay!... se me abrasa! 



José M.^ G. Galán, 



CARTA 6.* 



Sr. D. Antonio García Ramírez. 

GaijuelOy 8 de Septiembre. 

Suposiciones... extrañezas... conjeturas... ruptura 
de relaciones... ¡hasta amenazas!... 

Todo esto es lo que he visto en tu carta última, no 
todo tan incoherente como yo te lo digo, pero sí más 
significativo, más duro. El escepticismo a las puertas 
de tu alma con un amigo!!... 

¡Esa duda amarga, desesperada, casi sarcástica? 
—Bueno, querido Antonio, bueno. ¿Conque dudas 
de una amistad bien fundada... y todo ¿por qué? 

Porque han pasado días, y el amigo de quien 
düdaSy no te escribió. 

Porque el alma de ese amigo, el alma del pobre 
«Solitario» ha gastado todas, todas sus fuerzas en 
recibir las dulcísimas, amargas, tranquilas y violentí- 
simas impresiones que durante un mes la han herido, 
una tras otra, sin darle tiempo a llorar unas y a gozar 
de las otras. 

Y como no le quedaron fuerzas a mi alma para 
nada, no le quedaron tampoco para que mi pluma 
corriese sobre el papel impulsada por mi mano. 

No te escribí! ya lo sabes. Ni a Casto le escribí 
tampoco. Y no te olvides que yo no busco necias y 



96 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



rancias disculpas para excusarme del cumplimiento 
de mis deberes de amistad con los buenos amigos. 
Sería ridículo en alto grado. 

El estado de mi alma, ya lo sabéis los dos; ése fué 
el que me impidió hablaros un rato, como lo hago hoy 
contigo. 

Casi dos meses en mi querida aldea! ¿Vosotros 
sabéis, vosotros podréis siquiera, siquiera, figuraros 
qué ha sido para mí este período de tiempo? ¡Nol 
Y cien veces no. 

¡Ah! pues si os lo pudieseis figurar siquiera! En- 
tonces... entonces nada más me quedaba por decir. 

Han pasado por mi alma una serie de... sí, de 
cosas: no encuentro otra palabra. 

Y si sólo para esto no la encuentro ¿cómo la en- 
contraría para deciros siquiera cuáles han sido estas 
cosas? 

¡Ay! 

No poder hablar, querido Antonio, me hace daño, 
mucho daño. 

No me lo mandes cuando me escribas. Yo por mi par- 
te, sólo puedo decir que detesto esta pobre y artificial 
manera con que tenemos que comunicarnos. Manera 
que, en mi entender, no sirve para nada ¡para nada! 

Dejémoslo, pues. 



¡Oh!, vendrás hecho un parisién, ¿no es verdad? 

Supe donde vivías, sí. Y aunque hubiese podido 
hacerlo, te lo confieso con ingenuidad, no te hubiera 
escrito. 

¡Pues ya lo creo que no! 

Yo; desde mi tan querido como humilde Frades, 
escribir —o emborronar— una carta para un amigo 
que estaba en París! 



DE GABRIEL Y GALÁN 



97 



Nada menos que en París. Y dirigir yo mi carta... 
al cerebro del mundo! (*) 

Si mi epístola —la que te hubiera dirigido— hubie- 
se tenido un alma para sentir, hubiese escapado de las 
manos de los portadores al llegar a aquellas montañas 
azules de la frontera española. 

Porque la hubiese asustado el ruido de la capital 
francesa. 

Porque el alma que la dictó en el humilde Frades, 
es harto débil, harto tímida para que pueda consentir 
que nada suyo se pierda y se pise en donde la humil- 
dad se desprecia hasta el sarcasmo; en donde los 
nombres humildes no suenan; en donde los cerebros 
humanos están —¡porque, si, lo están!— en un estado 
completamente anormal por la contemplación de las 
grandes cosas, sin cuidarse para nada de las pe- 
queñas. 

¡Y luego me dice Casto... «escríbele a París >. 

Escríbele tú si quieres, querido Casto, que Galán 
es un poco... excéntrico, para que transija con ciertas 
cosas 

Me bastaba con leer en los periódicos, desde este 
humilde rincón —¡donde tan bien se vive!— que el 
amigo que estaba en París, conseguía, en unión de 
sus compañeros, laureles y triunfos, traducidos en so- 
noros aplausos y en doradas medallas de oro. 

Con esto me bastaba; ¡pues claro que me bastaba! 

Por lo demás, lo que yo deseaba, lo que ambicio- 
naba era tu pronto regreso. Y perdona, querido, mis 
quizás extravagantes rarezas, pero no he maldecido 
ya la capital francesa, porque no maldije a la españo- 



(♦) Tomado de los corresponsales cursis. Odio el plagio. 

8 



98 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



la, donde tuve la desdicha de consumir un año de 
mi vida. 

Y es hoy tal el odio, la repugnancia, que me inspi- 
ra todo lo que huela a populosas ciudades, que de- 
seaba que volvieses pronto a tu patria y a tu casa. No 
sé en qué consiste esto. 

¿Será que en mi alma no cabe ya más felicidad 
que la que contiene, y por eso desprecia con indife- 
rencia y frialdad británica todo lo grande, que al lado 
de esa felicidad le parece tan ruin, tan pobre, tan mez- 
quino? Ya lo he dicho: no lo sé. 

Lo que sí sé y puedo decirte, es que aquí tienes, 
no al pobre maestro de escuela, sino al poeta que 
sueña en regiones infinitamente más elevadas que la 
cúspide de la torre Eiffel. 

Regiones para subir a las cuales, me han servido 
de ascensores, no los del monstruo de hierro, sino 



¡Ah! ya encontré la frase: esa serie de impresiones 
de que al comenzar mi carta te hablé. (Cuidadito con 
creer, por esto que te digo, que estoy enamorado!). 

Creo que he hablado sobradamente de mí. Basta, 
por tanto. 

Pesimista y escéptico en tu carta, sólo te cuidas 
de clavar en mi alma el cortante filo de sospechas que 
me han herido. 

Y nada me hablas de tu viaje al otro mundo; por- 
que yo tengo que llamar así a París. 

Que yo haya estado a punto de maldecir a esta 
población, no quiere decir que yo maldiga nada más 
que lo malo. Pero no lo bueno. 

Y de lo bueno quiero yo que me hables. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



99 



No precisamente porque yo desee vivísimamente 
-conocer todo lo bueno que hasta ahora hayas visto 
allende los Pirineos; pero sí por ti, por saber qué has 
pensado de todo, qué impresiones traes. 

Me has entendido ¿verdad? 

Pues a escribirme a vuelta de correo y sin escrú- 
pulos como los míos, porque yo vivo en la escondida 
y gárrula aldea del Guijuelo y no en París, 

Ahora voy a empezar a copiarte, aunque dudo que 
entiendas mi letra, porque la pluma, la tinta y el sitio 
que me han suministrado para escribirte, no pueden 
ser peores. 

<Yo, que sabes camino a pasos agigantados para 
un manicomio cualquiera (!), y que me doy a pensar 
sobre todo, mucho revolví en mi meollo, que tan poco 
fósforo contiene (?), la idea de por qué no me habrás 
€Scrito...> 

Piensa siempre, querido Antonio, como un poeta, 
y no pienses como un filósofo. Porque lo primero, 
—aunque el vulgo lo cree locura— no es locura. Lo 
segundo, puede llegar hasta la demencia. 

Y dígote esto, porque se me antoja —sin saber 
por qué— que regresas de París menos soñador que 
antes; más pensador que nunca. 

¡Ahí Se me olvidaba. Ya sabemos que eres listo, 
que eres un joven que vales, y por eso te aconsejo 
que no digas que tu cerebro contiene poco fósforo. 

Además, aunque lo hayas dicho sin meditarlo, 
como así lo creo, eso de que a mayor cantidad de 
fósforo, mayor cantidad de talento...! (*) ¡Habría que 
hablar mucho de ello! Pero dispénsame, si siendo un 



(•) Perdona que así te hable; pero... ¿materialista yo?... ¡Primero la 
tumba fría! 



100 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



dómine de aldea, intenté siquiera hablarte a ti de filo- 
sofía. Entre buenos amigos, hay derecho a mutuos 
consejos. 

Y sigo copiándote. 

<...sin duda no te soy simpático (¡nada más que 
simpático!) sin duda no te soy simpático y quie- 
res callarte para que me calle yo...> 

En efecto: si yo algún día quisiera callarme, me 
callaría, pero me callaría no más que para oirte a ti; 
no para que tú guardaras completo silencio. Si ese 
algún día llega —aunque lo dificulto, porque yo, aun- 
que barbarizando, charlo mucho— si ese algún día 
llega, ya sabes para entonces cuál es la causa de mi 
silencio. 

Y por último me dices: 

«¡Quién sabe si el hidalgo castellano se olvidó ya 
de los gallegos, menos hidalgos y menos desmemo- 
riados?» 

La medida más acertada que encuentro es dejar 
este parrafito sin comentario, no sin pedirte mil per- 
dones por los que ya te hice. 
Ahora no te voy a comentar; voy a traducir. 

*Pero conste, amigo mío, —me dices,— que Hamo 
de nuevo, que te escribí dos veces...> 

Pero, Antoñito, por qué me amenazas? Porque esto 
lo traduzco yo en una amenaza, más o menos amisto- 
sa, o más o menos amarga. 

Cuidadito con volverme a amenazar. 

* 

Casto me escribió hace días. Aun no he podida 
contestarle. 

Me daba cuenta de un baile que se celebró en 



DE GABRIEL Y GALÁN 



101 



Ferrol <a la melancólica luz de la luna que reflejaba 
sus rayos en la tersa superficie de las ondas del claro' 
y hermoso Océano» (*). 

Así me decía el buen Casto, por cuya carta com- 
prendí perfectamente la dosis de dicha que en aquella 
noche se había acumulado en su alma. Me alegro. 

Pronto le escribiré. 

Cuento las fechas que tardará en llegar al Guijuelo 
tu por mí tan esperada carta, y según mis cuentas es 
preciso que contestes a vuelta de correo. ¡Qué risas 
te darán!... ¿eh? 

Da mis cariñosos afectos a tu familia. 

Voy a dejar la pluma. 

La tinta casi se acaba; la luz que me alumbra toca 
también a su término, y es hora de que vaya a dormir 
y a soñar un rato el alma de tu buen amigo 

El Solitario. 



(*) El baile de los Guardias-marinas de la fragata Asturias, en el sa- 
lón de los jardines de La Graña, al que se invitaba lo más distinguido 
del Ferrol. 



i 



CARTA 7; 



Sr. D. Antonio Garda. 



Antonio: Tenía escrita desde ayer la adjunta carta 
para Casto, y hoy recibo la tuya, contestación a mi 
última. Quiero que hoy salga ésta por el correo, y no 
dispongo del tiempo que desearía para escribirte más. 

Haz el favor, y perdona, de mandar la de Casto a 
Narón, donde le supongo actualmente. 

De buenas ganas te hablaría algo más largamente. 

Te explicaré lo de las cuatro cartas del de San Sa- 
turnino. 

La primera creo que la escribí en el tren. La segun- 
da, después de la que a ti te dirigí, dándote cuenta de 
mi viaje. Y la tercera, que es la última que recuerdo, 
no tuvo otro objeto que el de enviarle, ya terminada, 
la poesía «Mañanas y tardes>, que ya sabes me pidió 
cuando os dejé, y que habrás visto. 

En su última me decía que habías marchado a 
Francia. Por eso no volví a escribirte. 

Después, ¡no han llegado a mis manos dos letras 
más de Casto! 

No me pidas perdón por nada, que no me gusta. 

No critico tus cartas: las leo con gusto, con ansie- 
dad, con atención. 

Respecto a lo del paréntesis, te diré lo que tú sa- 
bes: que dos negaciones pueden producir una afirma- 



104 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



ción, pero una sola es siempre una negación; al menos 
en este caso. 

Para más informes lee la adjunta que escribo a 
Casto, que precisamente en ella encontrarás algo de 
eso; pero créeme que no estoy enamorado. 

Como para mí sois dos amigos iguales, lee también 
lo que le digo a Casto por haber dejado de escribirle, 
porque casi es una copia de lo que a ti te dije ya. 

Y adiós; perdona esta nueva molestia que te causa 

El Solitario. 

Pero ¿y tu retrato? 



17 de Septiembre. 



CARTA 8.* 



Sr. D. Casto Blanco. 



En el Guijuelo me tienes, querido amigo, labrando 
a toda prisa la triste obra de mi embrutecimiento pero 
también la hermosa de mi felicidad. 

Porque, alégrate, soy feliz como nunca, y a Dios, 
tan sólo a Dios, debo esta felicidad. 

Jamás, te diré la causa de ella, porque no puedo. 
Y no puedo, porque aquí, junto a mí tan escondida 
como idolatrada aldea, a la vez que va aumentando el 
número de afecciones de mi alma, para corresponder a 
las de otras, va disminuyendo mi siempre escaso vo- 
cabulario y en él no me quedan, no me quedan pala- 
bras, que yo busco, porque las quiero, porque las ne- 
cesito, para decir lo que siento, para darle cuenta a 
los amigos de lo que me pasa. 

Sólo puedo decir que si antes pensaba, hoy sueño: 
que si antes quise hacerme un filósofo, ahora quiero 
ser un poeta. 

Y puesto que pensar y ser poeta, y soñar querien- 
do ser un filósofo, no puede ser en mi concepto, so- 
ñaré como sueño; como un poeta: y así le daré a mi 
alma lo que buscaba y a mi corazón lo que necesita. 

Cuando esto buscaba mi alma; cuando esto nece- 



106 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



sitaba mi corazón, se absorbieron en ello las fuerzas 
de ambos de tal manera, que no pudieron darle a mi 
mano las que necesitaba para que pudiera desparra- 
mar algo de tinta sobre un trozo de papel, donde tú 
tradujeras lo que al poderoso, no ya al pobre Galán 
le sucedía. 

He aquí, pues, la causa de mi tardanza en contestar 
a tu última carta. He aquí también la causa de las que- 
jas que Antonio me da en la última que hace pocos 
días me ha dirigido, y a la cual contesté oportunamen- 
te. En ella le decía, si mal no recuerdo, lo mismo,, 
casi lo mismo que a ti te llevo manifestado. 

Y no me pidáis más, queridos. 

* 

* * 

Veo que tu vida es la antítesis de la mía.— ¿Que 
por qué? Pues oye. 

Tú vives aún en el mundo del bullicio; yo vivo en 
el mundo del sosiego. 

Tú bailas a la orilla de un inmenso océano; ya 
canto en las márgenes de un pequeño y escondida 
arroyo. 

Las impresiones que tú recibes son, por lo tanto^ 
violentas; las mías son dulces, tranquilas, suaves. 

Tú te acompañas en tus diversiones de muchos 
seres, de muchos seres; yo me acompaño en mis 
soledades de pocos ¡de muy pocos!... 

Tú gozas de dichas ya gozadas otras veces; ya 
gozo de dichas que no gocé nunca como hoy. 

Tú en tus ratos de dicha te ríes; yo en mis ratos 
de soledad, sonrío nada más. 

Tú eres un pensador, que amas; yo soy un poeta^ 
que... sueña. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



107 



Tú estás enamorado de un alma; yo estoy enamo- 
rado de un sér 

Tú conseguirás lo que desea tu corazón; yo quizás 
no consiga lo que anhela mi alma. 

Tú has llegado a la edad de veintidós años; yo 

acabo de llegar a la de diecinueve. 

Tú tienes una Esperanza; yo tengo también una 
esperanza. (Cuestión de ortografía nada más). 

Tú vives por una Esperanza; yo vivo con una 
esperanza. (Cuestión de preposiciones y nada más). 

Tú eres alimentado por ella. 

La mía es alimentada por mí. 

Si la que a ti te sostiene muriese... ¡llorarías!; si la 
que yo sostengo desapareciese... ¡ay! ¡me moriría! 

Tú aseguras; yo confío. 

Tú gozas una vida de placeres; yo vivo una vida 
de... dulzuras nada más. 

Tú amas a... San Saturnino; yo, si hubiese nacida 
mujer, adoraría a San Antonio (patrono de mi pueblo-^ 
Nada más que por serlo; no por otra cosa). 

Tú eres un joven de talento que prometes; (no ol- 
vidar a los amigos). 

Yo soy un joven que cumplo; (lo que prometo, y 
más de lo que prometo). 

Y como resumen: 

Tú tienes en el cráneo masa encefálica; yo tenga 
en el mío patata cocida (**>. 



¡Tienen razón los matemáticos! 

Las líneas paralelas llegan al infinito sin encontrar- 



(*) Sér (según el Diccionario): —«Todo ente que tiene existencia en 
la Naturaleza». Puede ser, pues, una piedra, un árbol, una aldea.... 

(**) Tomada del amigo Antonio. ¡No la patata cocida, sino la íraset 
Entendámonos. 



108 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



se. Pero este infame paralelo (paralelas y paralelo 
deben ser una cosa parecida ¿verdad?); este paralelo, 
repito, creí que llegaba al infinito (por más que no sé 
donde está) sin encontrar su fin. 

Afortunadamente ya puedes cantar el Hossanna, 
porque ya se acabó (el paralelo, no el Hossanna. 
j Cuando yo digo que dentro de poco tiempo no sé 
hablar la lengua de mi patria!...) 

Cambio de pluma por ver si la nueva está mejor 
cortada que la otra. Y ya incurrí en un error; porque 
las dos son de acero y las de acero me parece que no 
se cortan. Pero valga, y pase como una figura retórica. 

Vamos a ver. ¿Conque tanto te divertiste en el 
Ferrol? ¡Bueno, bueno! 

Me parece que tú, con esas diversiones y esos 
chicos amigos que tienes en el referido Ferrol nos vas 
a dejar a los coruñeses y a los fradeños a escuchas, 
como dicen en mi tierra. 

Digo, no; a Antonio no, porque... próximos los dos 
uno de otro... antiguos amigos... comunicándoos a me- 
nudo... nacidos bajo el mismo pedazo de cielo... En 
fin, que todos son motivos para que no os olvidéis 
uno de otro. Lo que es durable, lo que se ha visto y 
se vé muchas veces y detenidamente, deja impresa en 
el alma una huella muy honda para que pueda des- 
aparecer pronto. 

Lo contrario sucede (por ejemplo) con un relám- 
P^gOy que brilla un instante y desaparece después; 
con una pequeña nubecilla, que aparece un momento 
a nuestra vista y es arrebatada enseguida por una rá- 
faga de viento. Todo esto nos impresiona tan débil- 
mente, que ni un obscuro rincón de nuestra memoria 
queda desocupado para dar cabida en él al recuerdo 
de estas insignificantes cosillas. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



109 



Así sucedió siempre, y así seguirá cumpliéndose 
ésta, que parece una ley de la naturaleza, por los pocos 
transgresores que hay respecto a su cumplimiento. 
(Dejemos esto, que me amarga!) 

Yo por aquí, retirado del mundanal ruídOy como 
un monje, paso perfectamente la vida. Tan contento, 
que nunca me pude figurar tal cosa. 

Aun hay insensatos que me dicen que debo acor- 
darme mucho de Madrid. Por ninguna parte faltan 
imbéciles. Voy creyendo que acaso será monomanía 
la aversión, o, como dice un criado de mi casa, la 
inquinia que me ha dado en inspirar Madrid. Y como 
un insecto no puede vengarse formalmente de un ele- 
fante, yo, el insecto, me deleito con repetir aquello de 
la célebre sátira del Marqués de Villamediana que 
decía: 

Vivo en Madrid y no conozco el Prado, 
y no lo desconozco por olvido, 
pues me consta que en él seré pisado 
por muchos que debiera ser pacido. 

¡Ay! por meterme a citar autoridades, he tenido 
que echar mano de un tercer pliego de papel. Cosa 
que tú ni Antonio habéis hecho jamás, porque sois 
partidarios del poquito, poquito, pero bueno. 

Iba a dirigirte ésta a San Saturnino, pero he su- 
puesto que estarás en Narón. No sé ni a qué partido 
judicial pertenece este señor y, por lo mismo, no sé 
cómo poner el sobre (escribir sohx^ sería más exac- 
to y hasta más correcto: esta mi segunda pluma tam- 
poco está bien cortada). 

Ahora, fuera del paréntesis y en serio te diré que, 
de continuar en el Guijuelo, dentro de pocos meses 
no vas a poder entender lo que te dice éste, antes 



110 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



destructor de la Literatura y hoy ya asesino de la 
Gramática. 

Me parece que, como medida preventiva, voy a 
llevar a la práctica la idea de escribir en aleluyas, 
género literario que cultivo más que la prosa, aunque 
me esté mal el decirlo. 

Porque yo, más tardo en concebir — moralmente 
.hablando— un pensamiento por incoloro e inodoro 
que sea, que en tenerlo dentro del matemático molde 
de una aleluya. 



Y basta de barbarizar. 

Si hay que pedir perdón por reflejar en las cartas, 
aun a pesar del que las recibe, el buen humor del que 
las escribe, yo te lo pido. 

Otra vez, en cambio, estaré más lúgubre que un 
cementerio de noche. 

Escríbeme enseguida dándome las señas que he de 
escribir en los sobres, porque no es cosa de que An- 
tonio sufra las molestias de nuestra torpeza. Hazlo 
así, que ya sabes que te quiere 

El Solitario. 



A mí, sigúeme escribiendo a Frades, porque reco- 
jo yo las cartas al pasar por aquí. 
Y dispensa mi laconismo. 

17 Septiembre. 



CARTA 9; 



Sr. D. Antonio García. 



Querido Antonio: Temblón y convaleciente aún de 
un descomunal trancazo complicado con una aguda 
neuralgia, vuelvo a coger la pluma para escribirte. 

Las fiebres me han consumido de mala manera. 
Aun tengo una tos que, por su mal género, me tiene 
algo preocupado, y más que algo. De todos modos 
pasó la gruesa de la nube que me ha tenido amedren- 
tado más de veinticinco días. Creí al principio un mal 
desenlace porque me tragué que se me venía encima 
una fulminante pulmonía, con la cual me hubiera ido 
yo después, si Dios no lo remediaba. 

Pero, gracias a Él, resultó otra cosa que aun cuan- 
do me ha hecho sufrir mucho, estoy perfectamente 
conforme y doy por ello gracias al Señor. 

Casi se me ha olvidado escribir y leer. No tengo 
fuerza en la mano y así queda ello. ¡Y tú tanto tiempo 
sin carta de tu amigo! ¡Qué habrás dicho, qué habrás 
dicho! 

Bien y muchas veces me acordaba de vosotros, al 
ver todos los días sin contestar una carta de Casto 
y otra tuya que recibí en cama y puse a mi cabecera, 
leyéndolas veinte veces. 

He sufrido mucho durante mi enfermedad, porque 
sabía que mi buena, mi querida madre, en cama tam- 



112 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



bién, como sabrás, lloraba sin cesar y sufría por no 
poder volar a ver a su hijo. 

En fin, todo lo arregla Dios, como ahora también 
ha sucedido. Hoy también escribo a Casto que estará^ 
como tú, diciendo: pero ¿se habrá muerto aquel Ga- 
lán que vino a Galicia conmigo? 

Supóngote ocupadísimo con tus estudios prepara- 
torios para oposiciones. Haces bien, haces bien, que- 
rido Antonio; estudia y estudia mucho, que asi es 
como llegarás a valer mucho también. No imites la 
conducta de este castellano que no ha vuelto a abrir 
un libro y quizás tenga encima unas oposiciones coma 
tú. En caso de yo tomar parte en ellas como tú, ¿cuá- 
les serían los dos resultados comparados? Escuso icir- 
te, como dicen en mi pueblo. 

Conque, ánimo y a la lucha, pero con intenciones 
de alcanzar la victoria más cumplida, por supuesto. 

No puedo escribir más, ni sé si entenderás la 
hecho. 

Recuerdos mil a tus apreciables papás y hermanas 
y familia de Gabriel, y para ti el cariño de tu fiel amiga 

José María. 

Güijnelo y Febrero 28 de 1890. 



CARTA 10; 



Querido Casto: Recibí tu última y esperada carta 
en cama, ya con los primeros síntomas del trancazo. 

Calcula si habrá sido mayúsculo, cuando hoy estoy 
aún temblón efecto de la debilidad. Verdad es que el 
dengue no me hubiera tenido en cama tanto tiempo a 
no habérseme complicado con una neuralgia que, 
francamente, me hizo creer que me marchaba al otro 
mundo. ¡Qué dolores articulares tan violentos! ¡Qué 
fiebres! Y sobre todo ¡qué tos de tan mal género y 
qué dolores en el pecho! Esto fué lo que me amedren- 
tó. Hasta que no he visto mi mejoría, no pudo el mé- 
dico desechar de mí ciertos presentimientos, que me 
han dejado rendido moralmente hasta el último extre- 
mo. Debilidad material, no digamos. No puedo con la 
pluma. Si me estoy quieto, no hago el ejercicio que 
me aconsejan; si ando, sudo y me fatigo. 

Parece mentira que en tan poco tiempo, y estando 
como nunca grueso, me haya quedado tan desmejora- 
do, que no se me conoce. Pero no es extraño; he su- 
frido mucho. Caí enfermo en este pueblo y no pude ir 
al mío, como quería mi familia. Por una parte esto, y 
por otra saber como sabía que mi madre, sin poder 
venir a verme, lloraba sin cesar creyéndome grave; 
I todo venía a aumentar mis tormentos morales, más 
graves que los otros. Hoy, pues, que puedo, cojo la 
pluma para darte cuenta de este mi nada halagüeño 
i estado. 



114 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



«Los colores de mi paleta» —siempre pálidos— 
resultan hoy obscurecidos, al identificarse conmigo. 
Para otra carta, que tendré más fuerzas, te hablaré de 
algo más detenidamente. No sé donde estás; por eso 
te escribo a San Saturnino. 

A pesar de todo, aun recorre mi mente las variadas 
esferas del pensamiento, y me sueño... con el amor. 

¡Siempre el amor! Ya te daré cuenta de uno de mis 
sueños, cuando pueda, porque es algo largo, algo ro- 
mántico, y, por lo mismOy algo triste y aburrido para 
los que como tú, tienen la realidad en la mano. 

Es poético como el alma del que lo forjó en una 
noche de fiebre; desconsolador como mis marchitas 
esperanzas; amargo como la amargura; fúnebre como 
mis presentimientos. 

Tiene mucho de esa atosigadora melancolía que 
produce la desgracia después de la dicha, la noche 
tras el crepúsculo, la soledad después de la compañía. 
(Ya me chocaba a mí que se acabase mi carta sin que 
algún rapto poético me arrebatase de la realidad). 

Adiós, adiós, hasta la tuya —como dicen los 
quintos.— 

Recuerdos mil a tus papás y hermanitos y demás, 
y tú sabes ya que te quiere 

José María. 



Guijaelo y Febrero 1890. 



CARTA 11/ 



Querido Casto: El día 8 del corriente recibí, por 
un mismo correo, dos cartas tuyas, fechada la una el 7 
y la otra el 16 de Marzo. Echa la cuenta y te asom- 
brarás de su retraso, porque no quiero pagar culpas 
que tiene el Sr. Mansí. 

Contra lo que me decías, en una de tus anteriores, 
no esperes que «los colores de mi paleta>, siempre 
pálidos, te pinten por ahora cuadros de color de rosa. 

No por eso te aburriré con frecuentes relatos del 
triste estado actual de mi ánimo, no. Hablaré de lo que 
quieras, de lo que a ti te plazca; pero no te extrañe 
que en el cuadro de mis pensamientos resalte, aún sin 
yo quererlo, la pincelada obscura de la tristeza. 

Ha dicho un poeta 

<que todo tiene el color 
del cristal con que se mira>. 

Y natural es, pues, que si el de mi mente está hoy 
turbio y empañado, aparezca obscuro y triste cuanto 
yo piense, cuanto yo sueñe. Y en verdad que así es. 

Me vas a escuchar atentamente. Yo voy a contarte 
lo que me pasa, no como lo cuenta el poeta lírico, con 
galas que lo embellecen, con harmonías que dulcifi- 
can, no; te lo voy a contar como se le cuenta al ami- 
go, con la ingenuidad con que se le habla, si es ver- 
dadero y leal. 

Yo, ni estoy enamorado, ni creo que llegaré jamás 
a estarlo, de una mujer, por supuesto. 



116 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Yo me enamoro lo mismo del alma de un amigo 
que de la solitaria sierra de mi pueblo; lo mismo del 
corazón sensible de un aldeano, que de una determi- 
nada encina del monte. Pero no creas que esto es^ 
decir por decir. Esta es la realidad de mi vida actuaL 

Cuando, como en este momento, me examino a mí. 
mismo juntamente con los actos que ejecuto; cuando 
este examen es, como ahora, procedente de la razón 
fría y lógica, sin que en nada intervenga la imagina- 
ción, ¿sabes qué deduzco, Casto? pues deduzco que 
desde hace algún tiempo estoy siendo, sin yo notarlo,,, 
un verdadero excéntrico. 

La fuente de la poesía, para mí, está en mi pueblo;, 
pero hoy esa poesía la encuentro en lo raro de las 
cosas; pero de las cosas en quienes nadie fija su aten- 
ción, por lo insignificantes que son de suyo. 

En mi pueblo elijo para pasear los lugares más 
áridos, los sitios donde no haya nada, ni movimiento^ 
de un átomo, ni vida, ni vegetación, y, si pudiera ser,, 
ni suelo que sustentara mis plantas. Me siento siem- 
pre, siempre, en uno de esos sitios, que en otro tiempo* 
me parecieron tristes, horribles, antipáticos... desnu- 
dos de toda idea de movimiento y de vida... en uno* 
de esos sitios tan áridos, tan absolutamente áridos,, 
que hacen creer que la Tierra es un pedazo de calizai 
arrojada en el espacio... 

La orilla de un camino abandonado, donde vieneff 
a morir tristemente los parduzcos surcos del barbe- 
cho, me sirve de teatro para mis pensamientos; de 
campo donde espaciar mi mente, que está algunos 
días idéntica al paisaje. 

Si casualmente una ráfaga de viento mueve en el 
suelo un átomo de materia, materia tengo para pensar 
un rato en un átomo; para buscar relaciones (que no 



DE GABRIEL Y GALÁN 



117 



deben existir) entre él y el Universo; para hacer en mi 
mente su historia, la historia de su vida, de una vida 
tan triste, sin ilusiones, sin amigos... sin amores... la 
historia de un átomo, de un sér que no tiene ambicio- 
nes, ni busca fama, ni quiere gloria, ni anhela felicida- 
des... ¡ni tiene madre!... 

Y tú te reirás acaso de estos mis pobres pensa- 
mientos, pero no por eso dejan de ser más ciertos. 

La vista y la contemplación de una arena, de una 
partícula de leve polvo hundida en el olvido en un so- 
litario camino de mi pueblo, me sugiere todas estas y 
otras muchas ideas, que no te diría si no supiera que 
me dirijo a un amigo que me cree. 

Un grano de arena, me dice la ciencia, es un sér. 
Y me atormenta con esto profundamente, porque, 
—aunque sé marcar diferencias entre séres y séres, 
con la razón,— no cabe en mi imaginación la idea de 
-que haya un sér que viva sin ilusiones, sin alegrías... 
«sin amores... y sin querer a su madre...! 

Y aunque la razón me dice, de consuno con la 
•ciencia, que la inercia de la materia es una ley... que 
donde no hay un alma que piense no puede haber sen- 
timientos, ni afecciones, ni nada... yo no quiero enten- 
der esto; y ¿sabes lo que digo después de mis medita- 
ciones? —¡Dios mío! ¡qué vida tan triste la de este po- 
bre y olvidado átomo, juguete del viento que lo arrastra 
donde quiere! 

No me deis a mí, cuando me muera, una vida tal 
de amarguras y agonías. 

Y al pensar en esto, mis pasados extravíos, mis 
rencores, mis odios, mis ambiciones, mis vanidades, 
imis pasadas locuras, mis vergüenzas, todas mis faltas, 
iodos mis extravíos y remordimientos (éstos yo no sé 
por qué), vienen a sonrojarme, a martirizarme, y en- 



118 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



tran y pasan en tropel ruidoso y confuso desde mi 
memoria a mi corazón, me golpean en el pecho, me 
perturban el cerebro, me llenan los ojos de lágrimas... 
me abrasan el alma... me pican en las entrañas... 

Unas veces, un cariño que raya en la locura siento 
hacia mis amigos; hacia los que nacieron conmigo, 
hacia todos mis semejantes, hasta mis enemigos si los 
tuviera. 

Otras veces... nada. Desesperación y aburrimiento, 
cansancio y hastío, o indiferencia rayana en la mi- 
santropía. 

L03 seres débiles me inspiran, sean de la clase que 
fueren, tal compasión, que se convierte pronto en apre- 
cio, el cual degenera en ciego cariño. 

Por eso a lo mejor estoy siguiendo paso a paso la 
vida de un pobre musgo pegado en el tronco de la 
vieja encina del monte; por eso conozco y visito con 
frecuencia la escuálida y amarillenta planta parásita, 
que vive adherida pobremente en el pelado y solitario 
peñasco de la sierra. 

Por eso cuando, donde menos lo pensaba, debajo 
de alguna piedra, descubro una verdosa yerbecilla que 
nadie ha visto sino yo, quiero ir a verla por la tarde, 
y la visito con una ansiedad que debe ser muy pareci- 
da a la del amante que va a ver a la mujer a quien 
adora. 

Cuando descubro, en donde menos lo esperaba, 
como ha poco tiempo me ha sucedido, un alma pura 
y sencilla como pocas, noble y leal como ninguna, 
y un corazón de oro perteneciente a la misma alma y 
que tiene su asiento en unos sentimientos tan puros y 
tan generosos, tan delicados y tan impropios en el 
honrado muchacho de mi pueblo a quien me refiero, 
yo me enamoro de esa alma y de ese noble corazón. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



119 



Si un alma y un corazón como éstos los encontra- 
se en una mujer, yo me enamoraría de ellos, y ellos 
serían el objeto de mi caríño; pero la mujer no seria el 
objeto de mi amor. Lo conozco, lo digo, puedo ase- 
gurarío. 

Pues qué, ¿no estuve yo enamorado de una niña 
de seis o siete años? 

Y sin embargo, ese amor no era, ni pensarlo si- 
quiera, el amor común, el amor —no sé como decir- 
lo~ de todos los que amáis. Era sencillamente una 
corriente hermosa de simpatía —no es ésta la pala- 
bra— de un alma, la mía, hacia otra alma que me 
tenía encantado con sus cualidades. 

Y nadie me venga a mí —aunque lego— a decir: 
<pues eso es amor», porque entonces yo estaría igual- 
mente enamorado (¡tendría gracia!) de mi novia y de 
un amigo a quien quisiera mucho. 

¿Cómo, pues, he de necesitar amar yo a una mujer, 
si tengo sobrados objetos sobre qué colocar mi cariño? 

« « 

¡Si vieras cómo algunos días me gusta estar triste! 

Cuando en las fiestas de mi pueblo bullen todos en 
algazara y alegría, cuando comienza el baile —que 
para mí tiene tantos y tantos encantos— de los mozos 
de mi pueblo, que me esperan todos para que baile 
con ellos, —porque me tienen por alguieny aunque no 
soy nadie,— entonces me gusta alejarme del pueblo y 
de la alegría, solo; y oyendo desde lejos el rústico 
són del alegre tamboril, experimento una dulzura 
amarga, que hace enturbiar mis ojos en lágrimas y 
bañar mi corazón —incomprensible para todos— en 
una especie de cosas, que son el resultado de una 



120 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



amalgama de la dulzura más dulce con la más amarga 
amargura. 

He dicho que mi corazón es incomprensible para 
todos, y no es cierto. 

Y no te vas a ofender por la ingenua y franca con- 
fesión que voy a hacerte. 

Después de mi madre, he tenido la dicha de en- 
contrar un sér, un solo sér, que me haya comprendido 
con matemática exactitud. Y ese hombre, ni es una 
persona ilustrada, ni, ¡harto siento el decirlo! sois 
vosotros, que al fin sabéis estudiar los caracteres y 
habéis visto algo de todo en el mundo. 

Ese hombre es un honrado mozo de mi aldea, que 
nunca salió de ella, ni es un filósofo ni nada que se le 
parezca. 

Pero tiene ¡qué cosa tan extraña! sentimientos más 
delicados que los del primer poeta, corazón leal hasta 
la exageración, ideas religiosas, ideas morales, ideas 
tan puras las unas como las otras. 

Yo me explico este verdadero fenómeno de compren- 
sión en que... Vamos, no lo digo, porque quería decir 
que consistía en que su corazón era igual al mío, y le he 
tributado al suyo alabanzas que estoy lejos de merecer. 

Pero sea lo que fuere, lo cierto es que me com- 
prende ¡casi mejor que yo mismo! 

Y por eso me quiere locamente, como no te puedes 
hacer una idea siquiera. 

¿No te parece extraño todo esto? 

¿Y no te parece también que basta y sobra de ha- 
blarte de estas cosas, de algunas de las cuales puede 
ser que deduzcas, sino enagenación mental, algo así 
como chifladura? 

Pues aparte. 



DE GABRIEL Y CALÁN 



121 



He pasado en mi pueblo las vacaciones de Semana 
Santa íntegras, que fueron siete días como siete 
soplos. 

Recé miércoles, jueves y viernes Santos y me di- 
vertí sábado, domingo, lunes y martes, que no fueron 
tan santos como los otros, dadas las horitas que tenía 
de recogerme por la noche,... digo, por la mañana, 
cuando «el rubicundo Apolo había tendido las doradas 
hebras de sus cabellos», etc., etc. <*) 

Tan bien me encuentro en mi pueblo, que no quise 
ir a pasar las vacaciones a Salamanca, a pesar de las 
repetidas instancias que para ello se me hicieron. 

Y eso que había ferias, toros, venida de estudian- 
íes portugueses finchados, etc., etc. 

En fin, querido Casto, que estoy hecho un tíOy 
engorronado y apegado a los terrones y pedruscos 
de mi Frades. 

Me voy a embrutecer (ya que envilecerme no 
puede ser y empobrecerme tampoco, porque no 
soy rico). 

Ya estoy pensando en las vacaciones veraniegas, 
pero esto me da asunto para otra carta. 

¡Qué! ¿te asustas? Pues no te asustes, porque pro- 
curaré —nada más que procuraré— que no tenga 
tanta longitud y latitud como ésta, ya que profundi- 
dad no puedes hallar en ninguna. 

Y ya que de profundidades hablo, déjame hundir, 
para terminar, en algunas honduras poéticas; que, 
aunque nunca segundas partes fueron buenas, —a no 
ser la del Quijote,— mis segundas partes son las más 
lastimosas. 



(*) Cervantes.— «El Ingenioso Hidalgo D. Quijote de la Mancha». 
<<No sé si conocerás la obra). 



122 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Déjame, pues, hablar una miajirrínina de poesía. 

¡Ay!... ¡ay!... ¡ay! Casto mío; pasará un día, pasa-^ 
rán cien días, pasará el tiempo dejando sus huellas 
sobre nuestras frentes... y no recibiré todavía contes- 
tación tuya. 

A larga distancia se aman dos palmeras en las 
soledades del desierto; a larga distancia se hablan dos 
lirios azules, que moran en apartadas riberas... A larga 
distancia se repiten dos ecos en la escabrosa monta- 
ña... a larga distancia se adoran las campánulas ama-^ 
rillas del cementerio... La brisa es la medianera de sus 
amores, y ellas le pagan con un beso... Tú también 
puedes hablar conmigo a larga distancia... nuestros 
mediadores serán los peatones... nuestro pago, tres 
perras chicas... 

¡Ay!... ay... ay! Jamás los sabios supieron definir 
la muerte y la vida. Yo sólo, que soy un pobre artista^ 
lo comprendo. 

La ausencia de los seres queridos es la muerte... 
su recuerdo es la vida... 

La vida es una cadena con eslabones de hiél... Yo 
hace muchos días que vivo en lóbrega noche... claro 
es, me acuesto a las tres de la mañana!... 

Sér de mi sér, alma de mi alma, (*) yo te veo en el 
aura que respiro, en el aroma de la silvestre campá- 
nula, en el cielo del mes de Mayo, en el arroyo de las 
ondinas,... en el corral de tu casa... 

Tu pensamiento abrasa la sangre de mis venas, tu 
imagen de virgen y de diosa me da noches de horrible 
insomnio... y más si por la noche tomo mucho café. 

Esta mañana, cuando Apolo saludaba a Flora, Ha- 



(*) Ya entré de lleno. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



123 



maba yo el sueño, pero el sueño no es conmigo desde 
tu ausencia... 

Mecíme un rato en la región a que tu belleza eleva 
mi fantasía, ya loca y calenturienta por el cruel in- 
somnio de la noche,... y me quedé dormido cuando la 
naturaleza sacudía su nocturno letargo, cuando Febo 
llamaba al mundo a la vida... cuando alzaba sus can- 
tares mañaneros el gallo de la tía Josefa... 

Eres, hermosa mía, el ideal que soñó Rafael para 
sus lienzos, la náyade que forja el poeta para cantar- 
la... la evocación de las efigies escultóricas griegas, la 
diosa a quien rinde culto el genio del artista en el 
templo de la hermosura. Me deslumbras y me pasmas... 
por eso, cuando te miro, tengo que ponerme anteojos 
ahumados y tomar los antiespasmódicos. 

Si no te alejas del país donde moras, en él habrá 
flores... perfumes... harmonías... 

Si vienes al mío, cantarán los pájaros, y el viento sa- 
ludará tu llegada y se lo contará a las flores, y el arro- 
yo te besará los pies, y zumbará el diminuto insectillo 
en los vallados, y el bosque te acogerá en su seno... 

Paloma mía, dulce compañera mía, barbiana mía... 
¿dónde estás?... Tu hermosura es harto deslumbrado- 
ra para que estos ojos, cansados de llorar tu ausencia,, 
la vean de una vez... ¡ay... ay... ay!... yo me consolaría 
con verte nada más que la punta de las narices... 

Yo soy el trovador que en la solitaria noche tañe 
melancólicamente (*) la cítara clásica debajo de tu 
ventana. Vive mi espíritu con el aliento del tuyo... me 



(*) Por si no comprendes el significado, te daré la etimología: mélan, 
mélon, melón; cólica en griego, es cólico en castellano: esto es, cólico 
de melones, porque al primer trovador le dió un cólico de melones o de 
calabazas, estando cantando a su amada. Esto fué en los tiempos de 
Grecia. 



124 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



alimento con las ilusiones de mi demente fantasía... 
con los suspirillos de tus labios... y con el chorizo y 
'el jamón de la despensa, que son, en este país, aun 
mucho más clásicos que la cítara. 

A la brisa le pido nuevas tuyas... ayer me trajo un 
suspiro de tu boca; mis labios le adormecieron y en 
ellos pasó la noche como el niño que se duerme arru- 
llado por su madre y velado por el ángel, que hace 
onecerse mansamente la cuna con el roce de sus alas 
nevadas y blanquísimas. 

Nuevas tuyas le pido también a la tórtola que 
vuela por el monte; se las pido también a la inocente 
palomita que arrulla en el alero del tejado de la blan- 
xa y poética alqueria, y a los gorriones que escarban 
en el corral de mi casa. Ayer también alcé mis ojos 
hacia el blando nido que la amante golondrina ha 
colgado de mi ventana, para preguntarie por ti... ¡ay... 
ay! si me descuido me pasa lo que al buen Tobías. 

Adiós... adiós... bien mío... corazón mío... lucero 
mío... Cuando la noche tienda la negrura de sus alas 
sobre mi cabeza... yo tenderé también mi cuerpo so- 
bre mi petate y... a dormir. 

Acuérdate del que llora lejos de ti. Enjuga las 
lágrimas del ausente con un recuerdo, con una mirada 
.que tiendan esos dos abismos negros que dan luz 
sobre mi país para que canten los pájaros, y broten 
las que aquí son siempre-muertas, y florezcan las 
xampanillas de la cañada, y broten los morados tomi- 
llitos de la sierra, y juegue el agua en los cauces de 
los arroyos, que van a secarse, si Dios no hace que 
llueva pronto (*)...! 



(♦) Lo dejo ya, porque es demasiado poema, y se acaba el papel; 
rpero eB verdad me daba lástima dejar este pliego en blanco. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



125 



Bajemos el diapasón. De seguro que dirás ¿y hay 
quién se gaste un rato en escribir tales mamarracha- 
das? Y yo te contesto; pues sí, amigo Casto, yo. Yo 
para distraer el mal humor, que a veces me consume. 

De modo (Jue ya lo sabes; cuando estés distraído y 
quieras aburrirte un poco, yo te inviaré alguno que 
otro trocito, como el adjunto, del poema colosal que 
titulé *Las lágrimas del ausente». 

Ahora espero, pero enseguida, una relación en 
cuatro pliegos de los estupendos sucesos de que me 
hablas. Que así como ahora me he pasado un rato 
tal cual, entonces pasaré otro mejor y sin oir tanto 
disparate como los de esta mi segunda parte,... porque 
en la primera no soy yo, es mi corazón el que ha 
hablado. 

Es siempre tu amigo 

El Solitario. 



11 de Abril 1890. 



{ 

I 



CARTA 12/ 



Sr. D. Antonio García. 



Querido Antonio: Hay mismo escribo a nuestro 
común amigo Casto con el mismo objeto que a ti; 
para que llagáis un sacrificio de amistad que yo os 
exijo y vengáis a pagarme —como es justo hasta" den- 
tro de la esfera de la etiqueta— la visita que hace ya 
un año os hice a los dos. 

Que tengan ésta por suya tus padres, a quienes 
harás presente los vivísimos deseos que me animan 
solicitando de vosotros lo que ya te he dicho más 
arriba. 

El sacrificio que os exijo, en su parte... pecuniaria^ 
es tan exiguo, que no merece los honores de ponerlo 
como un obstáculo ante mi real consideración. Por lo 
demás, el verano dispensa a los españoles, —a no ser 
a los pobres labradores, etc.,— del cumplimiento de 
ninguna clase de deberes, porque es la época de la 
holganza humana (al contrario de las hormigas y lo 
mismo que las chicharras). 

¡Qué dicha, qué alegria si a los dos os viera en mi 
pobre casita este año! Quedaría altamente agradecido 
I de vuestra leal amistad y jamás olvidaria ese vuestro 
' sacrificio, que no tendría con qué pagar sino con una 
verdadera y cariñosa y franca hospitalidad. 



128 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



No sé como decírtelo para que te veas obligado a 
cumplirlo, querido amigo mío; en nombre de mi familia^ 
—que me da recuerdos para la tuya— en nombre mío 
y en nombre de nuestra amistad, te lo suplico. 

No quiero hablarte de asuntos distintos a éste. 

Da recuerdos a tu apreciable familia, pero dale 
también con tu primera carta un alegrón de los ma- 
yúsculos a tu amigo 

José María. 



Güijuelo, 28 de Junio 1890. 



A LA MUERTE DE MI HURÓN 

(ELEGÍA IMPROVISADA... Y ASÍ SALDRÁ ELLA) 



A mi muy querido amigo D. Ignatío 
Toledano, compañero de excursiones 
Ciquielunas (*). 

Lágrimas tristes que corréis a nos 
por estos ojos míos 
que son testigos de mi infausta suerte, 
¡Corred hasta el sepulcro abandonado 
del amigo adorado 
que sin piedad me arrebató la muerte! 

¡Depositad sobre su tumba fria 
la fúnebre elegía, 
que le dedica un corazón sensible. 
Verted por él inconsolable llanto, 
y que este humilde canto 
le sirva de corona inmarcesible! 

¡Pobre Ciquiel! de tu olvidada fosa 
yo grabaré en la losa 
un cantar que dirá de esta manera: 
«Aquí yace un hurón noble y honrado, 
que era el Sultán llamado 
por los conejos de la sierra entera. 



(*) Debo a la amabilidad de dicho señor el permiso para publicar 
esta humorística poesía.— (N. del E.). 

10 



130 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Músico pobre, gárrulo y sencillo, 

mi pobre Ciquielillo 
tocaba el cascabel con cierto arte; 
mas le hicieron dejar el instrumento, 

y a lo mejor del cuento 
se nos fué con la música a otra parte. 

De mi pueblo en la sierra solitaria, 
en vez de una plegaria, 
resuenan mil canciones a lo lejos, 
y es porque, del vivar en el encierro, 

te cantan el entierro, 
con cruel regocijo los conejos. 

En su morada subterránea y fría 
celebran una orgía 
en honor de tu muerte, Ciquielillo. 
jAy de todos si tú resucitaras 
y el cascabel sonaras 
de repente a la puerta del pasillo! 

¿Oyes qué ruido en el vivar retumba? 
¡Alzate de la tumba 
porque están de tu honor haciendo trizas! 
Preséntate en la sala de sesiones 
y empieza a pescozones, 
porque están injuriando tus cenizas:^. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



131 



En más de cuatro vivares, 
cuando tu muerte supieron, 
los conejos se reunieron 
en cónclave fraternal, 
para celebrar la muerte 
de aquél que cuando vivía 
clavaba... donde podía 
sus colmillos de chacal. 

De un vivar sobre la puerta, 
cuando tu muerte supieron, 
con las uñas escribieron 
este infamante cartel: 

«Durante dos o tres meses 
en todos estos bibales 
se cantarán funerales 
por el tísico Ciquiel». 

¡Infames! Si del sepulcro ^ 
tu hociquillo levantaras, 
cuán pronto desbarataras 
ese cónclave infernal, 
donde te insultan tan sólo 
porque cuando tú vivías, 
cortésmente les pedías 
la cédula personal. 

En otro vivar del monte 
celebraron una orgia, 
y al rayar la luz del día 
se reunieron en sesión; 
y unánimes acordaron 
salir de su obscuro encierro 
para cantarte el entierro 
€n solemne procesión^ 



132 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



¡Qué canallas! ¡Qué guasones! 
Todos ser curas querían 
y méritos aducían, 
de su pretensión en pro: 
—¡Yo he escapado cuatro veces! 
—Pues de poco V. se queja: 
—¡A mí me rasgó una oreja! 
—Y a mí también me atentó ! 

—¿Qué vale eso que tú dices? 
Yo, al salir por el pasillo, 
me lo encontré de narices 
y nos liamos los dos; 
y, si me descuido un poco 
y no encuentro a la carrera 
la puerta de la escalera, 
¡me divierto como hay Dios! 

—¿Y yo, que estaba en el patio 
arrancando una retama?... 
—Y yo, que estaba en la cama 
cuando en casa se coló?... 
—Pues eso no es nada, hermanos, 
¡yo tengo un ojo vacío 
y tengo un labio partió 
de dos besos que me dió! 

En fin, allí se increparon 
en forma insolente y dura, 
y al cabo el cargo de cura 
se sometió a votación; 
votaron alborotados, 
y aquél del ojo vacío, 
aquél del labio partió 
fué cura en la procesión. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



133 



¡Pobre Ciquiel! ¡Si supieras 
cuánto de ti se rieron! 
Todos del vivar salieron 
ansiosos de retozar; 
y al brillar del alba pura 
los resplandores rosados, 
ya estaban todos formados 
a la puerta del vivar. 

Todos en los pies traseros 
encabritados andaban, 
y con las manos llevaban 
insignias de procesión; 

Uno con la manga fúnebre, 
que era un trozo de retama, 
y otro con una gran rama 
de tomillo por pendón. 

De una agalla perforada 
hicieron un calderete, 
y un conejillo vejete 
¡qué disparate hizo en él! 
Y dos muy tiesos llevaban, 
en los hombros sostenido, 
un palo seco tendido 
que simulaba Ciquiel. 

El cura, aquel cura tuerto 
que era más feo que TitOy 
sólo llevaba un palito 
que en hisopo convirtió; 
y el libro de los latines, 
que llevaba un monaguillo, 
era un forro de un librillo 
que algún cazador perdió. 



134 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



En dos hileras muy largas 
se fueron acomodando, 
y el gori-gori cantando, 
tendióse el cortejo aquel 
hacia un barranco relleno 

de estiércol amontonado 

¡Era el sitio destinado 
para enterrarte, Ciquiel! 

Dos conejos con las uñas 
abrieron tu sepultura 
en el montón de basura, 
chirriando de dolor; 
mas luego que estuvo abierta 
y en ella tu efigie echaron, 
como locos empezaron 
a bailar alrededor. 

¡Qué escándalo! el cura tuerto 
te dió tales hisopazos, 
que sobre ti en dos pedazos 
roto el hisopo quedó; 

y aquél que llevaba aquello 

metido en la caldereta, 
hizo al aire una pirueta 
y encima de ti lo echó. 

El monaguillo del libro, 
que era el de la oreja rota, 
hasta hizo horrible chacota 
de los latines también; 
pues cantaba dando saltos: 
<¡Non haberis mas mordiscum! 
¡Ciquielibus morium íísicumí 
¡Requiescani in pace, amenh 



DE GABRIEL Y GALÁN 



135 



Y hubo conejo insensato, 
que por reír más de prisa, 
hasta se meó de risa 
sobre el palitroque aquel; 
y hubo coneja guasona, 
que la boca te llenaba 
de pildoras que sacaba 
de... no sé dónde, Ciquiel. 

Cansado por fin el cura 
de aquella danza maldita, 
con alegría inaudita 
tierra al palitroque echó; 
holló y echó más de nuevo, 
para hacer mayor la carga, 
y con la uña más larga 
este epitafio escribió: 



«Aquí yacen los restos asquerosos 

del tísico Ciquiel. 
Por mí, que se lo lleven los demonios, 

si es que pueden con él... 



Y caiga un rayo en el sepulcro negro 

de este ladrón sin par, 
¡no haga el diablo que un día este asesino 

vuelva a resucitar !> 



J. G. Y G. 



CARTA 13.* 



Sr. D. Casto Blanco Cabeza. 



¡Pobre Casto! ¡pobre Antonio!: ¡Tanto tiempo sin 
saber nada de su fiel y leal amigo Galán! 

¡ Ay, si supiérais lo que he sufrido después de reci- 
bir vuestra última carta! 

Sí; cayó la desgracia, que he tenido sobre lo más 
sagrado que, después de Dios, existe para mí en el 
mundo; sobre el sér a quien más adoro; sobre mi ado- 
rada y buena madre. 

Aún está, aún está, y estará por bastante tiempo, 
en el lecho del dolor, a consecuencia de una terrible 
caída que en casa sufrió; caída que le produjo una 
bárbara contusión, de cuyas resultas aun no saben 
los médicos si estará fracturado el fémur derecho, 
aunque se inclinan a creer que no. 

¡Imaginaos, queridos amigos, imaginaos el bárbaro 
disgusto que yo recibiría al leer la carta que un 
criado de casa me trajo inmediatamente a este pueblo, 
diciéndome que mi madre, mi querida madre, «quería 
ver enseguida a su hijo José María». 

Monté acto seguido en el caballo que me prepara- 
ron, y que cuando llegué a Frades no podía ya mo- 
verse; y me fui a poner a la cabecera del lecho de mi 



138 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



madre, donde he permanecido más, bastante más, de 
lo que mis deberes en este pueblo podían dispensarme. 

Hoy, ya de regreso, aunque fatigado y rendida 
—más moral que materialmente— os escribo para 
deciros que estoy sufriendo horriblemente; que no vivo 
una vida natural, como los demás amigos que aquí 
me rodean; que tengo deseos, muchos deseos de llorar; 
mejor dicho, ya que sois amigos de mi alma, os diré 
que en este momento estoy llorando, y no veo las le- 
tras que os escribo, porque estorban las lágrimas que 
enturbian y ciegan estos pobres ojos, que acaban de 
ver la desgracia al lado de la felicidad... 



Dios mío: ¿por qué en medio del concierto de la 
dicha, se ha de llegar a oir siempre la nota sorda y 
horrible de la tristeza más cruel? Por qué entre los 
colores del cuadro de la felicidad, ha de venir a resal- 
tar siempre el negro color del infortunio? 

Todos, todos, todos los sueños de dicha que yo 
gozaba, han caido destruidos por su pie, y toda mi 
felicidad se acabó, y todas mis esperanzas de ser, 
como hoy lo era, un hombre feliz, se arruinaron, y 
hoy, en fin, soy un pobre desdichado; pero bien lo 
sabe Dios, bien lo sabe Dios, que yo no lo siento por 
mí, porque yo sé tragarme las grandes dosis de amar- 
guras que la desgracia da al hombre, con la resigna- 
ción más sobrada; pero lo siento por mi madre, por 
mi madre, porque es el segundo sér a quien más 
idolatro; y si lo que forjo en mi mente, la idea espan- 
tosa que trabaja hoy mi imaginación, llegase a ser 
una realidad, que Dios no permitirá, entonces, yo no 
sé, yo no sé qué sería en el mundo de este pobre 



DE GABRIEL Y GALÁN 



139 



desdichado, a quien sólo Dios sabe qué es lo que le 
estará esperando, 

♦ 

Perdonadme vosotros si casi me olvidaba de que 
os estaba hablando. Mientras no pienso en nada, 
estoy bien; pero cuando me pongo a meditar en lo 
que hoy me tiene ahogado de lágrimas, pinto tales 
cuadros, tales horizontes delante de mi vida actual, 
que no sé ni lo que digo ni lo que hago. 

Por la cariñosa amistad que nos une, os pido que 
recéis, que siquiera una vez le pidáis a Dios la salud 
de mi madre conmigo; que yo haré lo mismo cuando a 
vosotros os atosigue la desgracia. Os lo pido, os lo rue- 
go, os lo suplico en nombre de esta tan cariñosa y leal 
amistad que nos liga a los tres. Porque tengo apren- 
dido de la santa religión que mi madre me enseñó, 
que todos somos hermanos y que las oraciones de los 
hermanos para los hermanos valen mucho, valen mu- 
cho y Dios las atiende mucho. Vosotros sois buenos 
hijos y gozáis también de la dicha de tener madre ¡y 
ya sabéis lo que es una madre! pero ya sabéis también 
lo que es un hijo, cuando está a riesgo de perderla! 

Quizás yo no lo esté, pero esta imaginación loca y 
atormentadora así me lo hace creer a veces, y así me 
lo pinta con colores negros y espantosos. 

Pedid a Dios por la salud de mi madre, no ya por 
ella, sino por mí; y cuando la de alguno de vosotros 
se encuentre en riesgo de ser arrebatada de la vida^ 
decídmelo a mí, que yo os daré a vosotros algún con- 
suelo y a ella una plegaria, para que Dios la arranque 
de las garras de la muerte y os la devuelva. 

Díselo a mi querido Antonio y Dios os premie con 



140 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



el cielo si hacéis lo que os pido; que sí, lo haréis, 
porque no sé yo que no hará un buen amigo, que otro 
buen amigo le pida y le suplique. 

José María. 

16 Diciembre 1890-Guijüelo. 

Acabando esta carta recibo noticias de casa y car- 
ia del médico de cabecera, y me dicen todos que mi 
madre continúa algo mejor. 

¿Será por tranquilizarme? 

Dios quiera que no. No puedo escribir más. Adiós. 



CARTA 14; 



Querido Casto: Como ignoro a qué obedece esa 
tardanza en contestar a mi última, <*) vuelvo de nuevo 
a escribirte con la sola intención de que me correspon- 
das enseguida, porque, a la verdad, no merezco que 
me trates como me estás tratando. 

Si estás enfermo (Dios no lo quiera) que me lo 
diga tu papá; sino lo estás ¿por qué no me escribes? 
No te gustó mi último sermón? Pues a trueque de no 
disgustar a mi amigo del alma, me retracto de lo di- 
cho y retiro en absoluto cuantas palabras hayan po- 
dido molestarte, querido mío. 

Y eso que no me agrada que entre amigos, que 
son amigos, haya ofensas, aunque leves, producidas 
por una repasata, o llámalo consejo, o llámalo riña o 
sermón. 

Tengo en el mundo tres amigos; uno en Castilla y 
dos en Galicia. 

Hace hoy un mes que le escribí a Antonio una carta, 
extensa si las hay, con más letras que arenas hay en 
Riazor, con más protestas de cariño que espigas de 
trigo hay en mi tierra ¡y el buen Antonio tan fresco! 

En el mismo día, y a la misma hora, le escribí a 
Castito otra epístola tan larga... como la de San Pa- 
blo; tan sincera como la misma persona que la dictó; 



(*) Que, desgraciadamente, no llegó a su destino, como otras varias. 

\ 



142 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



tan dulce como el azúcar y tan agria como el vinagre. 
En ella le daba cuenta de todo; le pinto con brocha 
gorda SUS pensamientos más profundos, sus ideas más 
recónditas, sus instintos de venganza hacia él, sus 
ratos de aburrimiento sin él, sus horas de nostalgia sin 
él, sus días de cruel cansancio y atormentador hastío 
sin él... durante un eterno verano de esos que enervan 
los sentidos y embrutecen el espíritu... ¡y el buen 
Castito, tan fresco ! 

Y volví a escribir a Antonio, reprendiéndole por su 
tardanza en contestarme, llamándole olvidadizo, ro- 
gándole por favor que me contestara a cuantas pre- 
guntas le hacía, que me dijera si estaba enfermo, que 
me diera noticias de esa querida tierra, ¡todo lo cual 
no ha impedido que el buen Antonio siga tan fresco! 

Y vuelvo a escribirte a ti, y torno a decirte que me 
contestes ¡siquiera por cortesía, por delicadeza, por 
distracción o por lástima! 

Y, como dijo ya la famosa poetisa de antaño, digo 
yo ahora que 

«sin apagar de mi cariño el fuego 
vuelvo de nuevo a lamentarme a solas», 

para ver si me oyes; y si no me oyes, tendré que pa- 
rodiar a la otra poetisa de la tierra de las aceitunas y 
de las jaras que decía con mucho aquél: 

«¿Cómo te llamaré para que entiendas 
que me dirijo a ti, dulce amor mío...» 

Y diré todas estas cosas, pero... ¡ yo creo que to- 
davía el bueno de Casto seguirá tan fresco! 



Me admira vuestra frescura. Os propinaría de bue 



DE GABRIEL Y GALÁN 



143 



ñas ganas cuatro arrobas y media de antipirina, a ver 
si así entrabais en reacción. 

Porque, francamente: ¿no te parece bonito que yo 
no sepa qué te ha ocurrido después de tus oposicio- 
nes, y que todavía ignore si vives en San Saturnino, 
o en Narón, o en la celebérrima ciudad de Tuy? ¡Qué 
vergüenza! ¡qué vergüenza, Dios mío! 

O me escribes con puntualidad y frecuencia, o te 
asedio y te desespero, porque encontrarás cartas mías 
hasta en la sopa. Elige y piénsalo bien, pues te 
importa. 

Porque te quiere más de lo que piensas tu amigo 

José María. 

Recuerdos mil a tus buenos papás y demás gente, 
y no te olvides influir con Antonio para que conteste 
a las dos cartas que le tiene escritas su amigo 

Galán. 

Guijuelo 25 de Enero de 1891. 



CARTA 15.* 



Querido Casto: Estoy recién confesado y estoy 
santo. En tal estado contesto a tu tan esperada carta 
con dos principales objetos: el uno es manifestarte 
que el día 19 de este mes que corre brindé por tu feli- 
cidad y por la mía. 

El otro es inspirado por mi estado de ánimo, tran- 
quilo y sosegado después de haber pasado la mañana 
en la casa de Dios, cumpliendo con uno de los prin- 
cipales deberes del cristiano. 

Quiero hajplarte algo de mí. 

Quiero decirte que al hojear en mi mente las pági- 
nas de la historia de mi vida durante el año pasado, 
me he espantado de mí mismo. Te hablo como a mi 
confesor (*). 

Al sentarme hace pocas noches a mi mesa para 
descansar un rato en la carrera de mi vida, y echar 
hacia el pasado una ojeada retrospectiva, estremecie- 
ron mis entrañas las picadas de mil remordimientos, y 
solamente me dió valor para resistirlas, el dulce calor 
del más sincero arrepentimiento. Eché una mirada 
sobre mí mismo y me desconocí, y casi me odié, por- 



(*) Creemos que no sea de ningún modo indiscreta la inserción de 
esta carta que hace resaltar más y más la delicadeza de alma, la escru- 
pulosidad de conciencia, la rara virtud, en nuestro santo amigo, juzgán- 
dose a si mismo con inaudita severidad por algunas bien leves ligerezas 
j y bromas de muchachos.— (N. del E.). 



146 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



que el José María que vi delante de mis ojos, no era 
aquel José María cristiano y bueno que siempre, o 
casi siempre, tuvo la virtud por guía de sus acciones; 
lo que yo vi delante de mis ojos era un muchacho 
pervertido y extraviado, con la desvergüenza en la 
boca, con la altanería y la vanidad más necia en la 
frente y con la lacería del pecado en el alma. 

Sí, Castito. Aparte de otras cosas cuyo sólo re- 
cuerdo me espanta, llevo más de un año, no solamen- 
te alejado por completo del estudio, al cual tuve en 
tiempos que ya pasaron regular afición, sino viviendo 
la vida de la juerga desordenada y loca, consumien- 
do lo mejor de mi vida en inútiles devaneos, que sólo 
la risa te producirían si yo te los contara; gastando mi 
organismo lentamente con estúpidas rarezas y peli- 
grosas locuras, que nada bueno traen tras de sí, a no 
ser el paulatino desgaste de las fuerzas vitales, que 
consumidas en otras esferas hubiéranme dado resulta- 
dos más halagüeños y más prácticos. 

Aquí formamos a veces una especie de tertulia 
literaria donde preferentemente se cultiva la sátira que 
hiere, el epigrama que sangra, la alusión envenenada 
y el chascarrillo que insulta... los versos insolentes y 
audaces... todo lo malo, con tal que el chiste resulte!..... 

He cultivado las rarezas más ridiculas, la excen- 
tricidad más estúpida, pero una excentricidad siste- 
mática y pertinaz, que obliga a hacer todo aquello que 
produzca más aburrimiento, mayor fastidio y más 
grande molestia. Y así como a otros, y a mí mismo 
en ciertas ocasiones, les da por remontarse sobre su 
esfera verdadera, a nosotros nos ha dado por llegar 
al último grado del relajamiento social. 

Quién me hubiera visto tantas veces acompañado ' 
de unos cuantos que son la hig-lif... sentados aire- j 



DE GABRIEL Y GALÁN 



147 



dedor de una lumbre medio apagada, rendidos y soño- 
lientos, pero persistentes en nuestros bárbaros pro- 
pósitos...! 

Y que esto se haga una vez al año... menos mal, 
pero que se lleve a cabo... por sistema, por em- 
peño, por capricho... ¡Vamos, que es altamente ver- 
gonzoso ! 

¡Ah! ¿Y eso de buscar ad hoc la noche más cruda 
y triste de invierno, o una de esas noches sin atracti- 
vos, sin motivos para divertirse, noches muertas de 
suyo que parecen venidas para que cada cual se esté 
I en su casa: y pasárselas enteras corriendo de calle en 
calle y gozando más cuando menos nos divertíamos!... 
lavamos que eso es de seres irracionales! Por eso 
I cuando la luz del día (mortecina y abrumadora para 
I €l que no se ha acostado) alumbraba nuestras caras 
j amarillas y descompuestas y nos mirábamos los ojos 
I con fijeza, nos daba, aunque nada decíamos, algo así 
I como vergüenza; el chiste o la agudeza dicha por 
! alguno, siendo de noche, y coreado por todos con ri- 
sotadas interminables, nos parecía de día triste y anti- 
pático; y cuando con la guitarra sin cuerdas a la es- 
palda, como comparsa de ciegos en feria, con el 
amargor en la boca y la pesadez en los miembros, nos 
despedíamos para ir cada uno a su casa a descansar 
un momento, sentíamos, por lo menos yo, pequeño 
remordimientillo en el alma y gran envidia a los al- 
deanos que abrían ya sus puertas y salían silboteando 
a trabajar, alegres, sin la inquietud mía en el corazón, 
y con el cuerpo fortalecido por el descanso y el sueño. 
iQué camas me pintaba entonces mi mente! 



Tan grande como es el extravío debe ser siempre 
el arrepentimiento, tan grande como es la culpa debe 



148 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



ser firme el propósito. Y mi propósito creo que es 
firme, si Dios me ayuda. 

Voy a consagrar todas mis fuerzas al estudio, a 
ver si puedo ser algo más de lo que hoy soy. Todos 
vamos a hacernos viejos metodizados, para imitaros a 
vosotros los positivistas, que entendéis la vida mejor 
que nosotros mil veces... 

La cuestión era hacer algo que no sea bien hecho^ 
Por eso hace unos cuantos días salimos a tirar al 
blanco con los fusilones de la guardia civil, a caballo; 
y el mío (el caballo) se desbocó con mi personilla 
encima, se cegó corriendo, y a lo mejor del cuento 
(que lo cuento por milagro) se partió el freno, saltó el 
caballo la pared de un cercado, se dirigió sin saber lo 
que hacía a un grupo espeso de robles, se zampó por 
entre dos que no le daban lugar a pasar y... ¡ay mi 
pierna derecha! Aunque no me cayó, me hice dos he- 
ridas en ella contra el tronco del roble, y el caballo 
quiso caer con la frente el tronco de otro, que se puso 
por delante; pero afortunadamente para mí, botó como 
una pelota hacia atrás. ¿Crees que me arrepentí? Pues 
eniadía me volví a montar cojeando, antes de que 
llegaran los otros, que venían tras de mí a todo correr, 
y, sin freno y sin nada, le di al caballo tres gruesas de 
carreras, que lo dejaron bueno y manso. 

Te digo que si me dejo despedir de la silla, me 
mata. Es un potro de tres años de un amigo mío; pero 
tan bravo (el potro) que hace seis o siete días se ha 
vuelto a desbocar con otro ginete encima. ¡Oh, si mi 
mamá lo supiera!... 

En fin, vale más tarde que nunca. A los arrepenti- 
dos quiere Dios. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



149 



Antes de ayer apadriné un niño de los dueños de 
la casa donde vivo. Tuve en casa cuarenta convida- 
dos me gasté... unas perrs^s, y nada más. 

Nunca me hablas de Esperanza. Ni de tus grandes 
proyectos para el porvenir, ni de cierta clase de aspi- 
raciones, ni de cierto género de pensamientos. Si los 
tienes ¿por qué me los ocultas? Si no los tienes ¿habrás 
dado un paso atrás en el camino que ha tiempo habías 
emprendido? 

Ando en este asunto sumergido en un mar de du- 
das... vamos, casi tan alborotado como el que se co- 
mió quinientas presas de carne del «Utopia». 

Aquél sólo Dios podía calmarlo; el mío puede 
rosegarlo una carta tuya. 

Que es esperada por tu siempre afectísimo 

José María. 

Devuelve mis recuerdos a Angelito... 
Adiós. 



Guijaelo y Abril 1891. 



SUSPIROS 



Solo, triste, perdido sin sosiego 
Del mar del mundo en las inquietas olas^ 
Sin apagar de mi dolor el fuego 
Vuelvo de nuevo a lamentarme a solas. 

Ha tiempo ya que entre celajes de oro 
Hermoso edén en mi ilusión soñé. 
¿Quién mi ilusión arrebató?... lo ignoro 
¿Quién goza en mi martirio?... no lo sé. 

Yo sólo sé que mitigar deseo 
Este pesar que arrebató mi calma; 
La causa de mi pena no la veo, 

Y sin embargo me desgarra el alma. 

Tal vez será que el alma se lamente 
En fuerza de sufrir, ya sin motivo; 
Pero mi pobre corazón no miente 

Y me hace ver las penas en que vivo. 

Nadie comprende, porque a nadie importa, 
Las tristes penas de mi vida amarga; 
Vida que en dicha y en placer es corta 

Y en desventuras y en sufrir, muy larga. 

¿Quién causó mi placer? un sueño necio; 
¿Con quién soñó mi alma? con mi bien. 
¿Quién causó mis angustias? su desprecio; 
¿Quién mató mis ensueños? su desdén. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



151 



En medio de mi pena y desconcierto 
No tengo nunca un cariñoso amigo 
Que me enjugue las lágrimas que vierto 

Y se venga a llorar también conmigo. 

Aunque lo quiera y aunque así lo anhele, 
No ha podido encontrar el alma mía 
Ningún amigo fiel que me consuele 
Cuando yo le contase mi agonía. 

Siempre sufriendo mi cruel martirio 
Turbado veo mi soñado edén, 

Y la niña que amaba con deürio 
Ha pagado mi amor con un desdén. 

Su mirada de angélico candor 
No quiso mi pesar calmar jamás. 
¿Y con qué la he pagado?... ¡con mi amor! 
¿Y cuál es mi venganza?... ¡amaria más!... 

J. M.^ G. Y G. 



CARTA 16.* 



Guíjuelo 4 de Noviembre 1891. 



Mi buen Casto: Si esta carta no corre la suerte de 
las demás; si al fin llegase a tus manos, recibe con 
ella la expresión más pura del sentimiento amargo 
que comprime el corazón de tu amigo, desde que ayer 
recibió la tarjeta de defunción de Merceditas, que se 
fué al Cielo. 

El dia anterior recibí también tu última carta fe- 
chada allá en 1.^ de Octubre. ¿Quién se opone a que 
nos hablemos? Allá va como testimonio de mi veraci- 
dad, un pedazo del sobre sellado ¡en Nava de Béjar! (*) 
Ha venido por el Sur de mi provincia. ¡Cuánto habrá 
corrido! Igual o peor suerte habrán corrido las mías 
dirigidas a ti y a Antonio, cuyas contestaciones aun 
no he recibido. 

Hablaremos de esto otro día. 

Rogué por tu hermanita a Dios, cuando ya estaba 
con Él. Hoy, sin embargo, le pido un pedacito de Cie- 
lo para ella, fuerzas para el espíritu atribulado de tus 
padres y resignación para ti. 

Bien sé que cuando lleguen a tu alma estos con- 



(*) Véase como andaba nuestro correo! Con frecuencia desesperante 
se extraviaban, o se perdían para siempre, las preciosas cartas de Galán, 
y hasta nuestras pobres contestaciones.— (N. del E.). 



154 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



suelos tardíos, habrás llorado mucho a tu hermana; 
habrás sentido en el corazón la punzada cruel de los 
verdaderos dolores de la vida, junto con la pesadez 
profunda y aniquiladora de esas negras penitas, que 
nos envía el que más tarde nos dará su gloria. Todo 
esto es natural y te ennoblece. 

Lo que no quiero suponer, porque no quiero que lo 
hagas, es entregarte tú mismo de lleno al dolor, ator- 
mentándote tú mismo con él, en vez de procurar es- 
quivarlo cuando sobrepasa límites determinados. Por- 
que tú no te perteneces. Y creo excusado casi decirte^ 
porque tú lo comprendes, que tus energías son nece- 
sarias para otras cosas ahora. De ellas precisas para 
sobreponerte con espíritu fuerte y alma grande a tu 
dolor, y atenuar en lo que puedas el de tu madre, que 
es el dolor de los dolores. 

Aunque sólo humanamente consideremos a nues- 
tra Santísima Virgen María, no nos formaremos apro- 
ximada idea de su amargura cuando exclamaba sin su 
Hijo: «Atended, hombres, y ved si hay dolor que se 
iguale a mi dolor>. 

Solamente pensando en lo que nosotros sufriría- 
mos por la pérdida de nuestras madres, y consideran- 
do encima, aunque no nos lo parezca, que sus almas 
guardan más cariño hacia nosotros que las nuestras 
hacia ellas, llegaremos nada más que a concebir, y 
acaso incompletamente, lo que pasará por ellas con la 
pérdida de un hijo. 

Calcula luego que el dolor por la pérdida de un 
sér querido, es proporcional al cariño que hacia él se 
tiene, y comprenderás cuán necesitada estará de con- 
suelos una madre a quien le arrebatan un pedazo de 
su alma. 

Aparte de que, como buen hijo, necesitas para lo 



DE GABRIEL Y GALÁN 



155 



que te dejo indicado, tus vitales energías; como hom- 
bre, y como hombre cristiano, es menester que con- 
serves, aun dando a los sentimientos del corazón algo 
de lo que es suyo, la serenidad de espíritu y la forta- 
leza de ánimo propia de las almas bien templadas y 
suavemente empapadas en el aroma fortalecedor de la 
fe y de la Religión. 

Seguro, segurísimo de que tal harás, no te molesto 
más con consideraciones, que no sé si producirán 
efecto contrario del que me propongo, con lo cual 
sufriría no pequeño disgusto. 

Escríbeme en seguida, en seguida, que tengo varias 
cosas que decirte. 

Y no olvides que se apropia para sí parte muy 
buena de tu sentimiento 



José María. 



CARTA 17.^ 



Querido Casto: No sé cómo empezar una carta 
que no debiera escribir. Te di cuenta oportuna de mi 
pensamiento de hacer oposiciones en la convocatoria 
del pasado Noviembre, te di las señas de la casa don- 
de me instalé en Salamanca, empecé los ejercicios, 
los continué y los concluí, y una sola letra tuya no vi 
que me diera ánimos y fuerzas para la lucha (*). 

Antes de mi última escribí otras dos; una con mo- 
tivo de la infausta desgracia que os aqueja con la 
muerte de Merceditas, que está en el Cielo, y otra 
para tus papás con el mismo tristísimo motivo, procu- 
rando dar algún consuelo a su espíritu atormentado 
por tan rudo golpe. 

Nada me extraña el silencio de tus papás a mi 
carta-pésame, que iba también firmada por los míos, 
porque su dolor les dejaría sin gusto para nada. Mas, 
aunque a ti te ocurriese lo propio, debiste contestar- 
me (**), sobreponiéndote a todo para darme una parte 
del dolor que a ti te aquejó. Te perdono, a pesar de 
todo, porque de todo eres digno en circunstancias 
normales, cuanto más en las tristes porque has atra- 
vesado. 

¡Pobre Merceditas!... Aunque renueve en parte tu 
pena, permíteme que recuerde los ratos de alegría 



(*) El correo extravió la contestación. — (N. del E.) 
(**) Idem, Ídem. 



158 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



(que tampoco yo gozo con recordarlos) que pasamos 
a la puerta de tu casita, en las noches de aquel verano 
de eterna memoria mía!... 

Si algún día vuelven mis pies a hollar el suelo del 
país que me recibió como a su propio hijo, ya acudi- 
rá a mi cabeza un recuerdo triste ¡sólo uno! entre 
todos cuantos me traje y dejé en tu patria. 

«¡Qué le hemos de hacer!» «¡Sea lo que Dios 
quiera !> «¡ Paciencia !> Estas frases, que son las tapa- 
deras del dolor que hierve debajo de ellas, son las 
únicas que brotan de mi boca cuando me duele el 
corazón. 

No sé qué decirte que tú no sepas. 
En determinadas ocasiones, si a decir me pusie- 
ra, diría quizás herejías sin saberlo 



Y descendiendo desde las cumbres de las ideas 
incomprensibles, de las cosas que no compagino con 
otras cosas, a los pedregosos valles de la vida prácti- 
ca, te diré que, terminadas las oposiciones, me dieron 
el primer lugar entre los 68 aspirantes presentados. 

Elegí la villa, o la ciudad o lo que sea, de Piedrahita, 
en la provincia de Ávila, y allí me tendrás (cuando 
me envíen desde la Corte el nombramiento), con más 
sueldo, más distancia a mi pueblo (nueve leguas) y más 
penillas por consiguiente; pero con el mismo corazón, 
con el mismo, sino más, cariño hacia ti, que no te 
puedo olvidar, aunque quisiera. 

Ahora estoy malo. Efecto acaso de los malos ratos 
que me llevé antes de las oposiciones, ya cien veces 
nombradas, hay en mí un desequilibrio a consecuencia 
del predominio del sistema nervioso; ¡porque has de 
saber que estoy casi siempre nervioso! 

Cuyo desequilibrio o lo que sea, me produce fuer- 



DE GABRIEL Y GALÁN 



159 



tes y continuados dolores, variables, pero que radican 
casi siempre en los huesos de la cara y a veces en el 
pecho, haciéndome creer, cada vez que en tal sitio se 
presentan, la visita de una fulminante pulmonía que en 
pocos días dé conmigo en la tumba ¡Dios quiera 
que no! 

Por si acaso, escribe pronto a tu 

José María. 

Hoy 1? de Febrero de 1892. 
Mil recuerdos a tus papás. 



I 



CARTA 18.^ 



Piedrahita 4 de Mayo de 1892. 

Mi buen Casto: Hace 15 días que llegué a esta 
villa avilesa y los he pasado hospedado en una mala 
posada hasta hoy, que he podido, por fin, instalarme 
en la magnífica casa que me da el Ayuntamiento para 
vivir. 

Aquí la tienes; es toda tuya desde las tejas hasta el 
cimiento, y creo que así lo considerarás sin que yo 
invente cumplidos y etiquetas. 

He tenido más de veinte días en Frades una carta 
escrita en contestación a tu última, y no te la envié es- 
perando venirme de un día a otro a Piedrahita y escri- 
i birte ya desde aquí dándote algún detalle de esto. 

Hoy llevo escritas nada más que 18 cartas de ofre- 
cimiento, como comprenderás, y he dejado la tuya pa- 
ra la última esta noche, con el fin de dedicarte más 
tiempo que a los demás. 

Vivo como te digo, en mi casa, acompañado por 
un honrado matrimonio sin familia, que he buscado 
para que me cuide y me dé de comer. 

Me tratan muy bien, aunque verdad es que también 
lo pago bien... 

I En mi anterior (la que no he echado al correo) te 
i daba cuenta, entre otras cosas, de una de altísima im- 
portancia para mi familia: la próxima boda de mi her- 
mana Carlota. 

12 



162 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Sí, hijo mío; se me casa la segunda y última herma- 
na que aun estaba al lado de los pobres papaítos, que 
se van quedando ya solos en el nido. ¡A eso llaman 
leyes de la vida! A dejar los pájaros, cuando ya pueden 
volar, a los padres que los criaron!... 

Dejemos también esto. 

Con la Carlota tenemos un consuelo, que no hemos 
tenido con Enriqueta, la mayor, que no sé si recorda- 
rás que está casada en un pueblo que dista tres leguas 
del mío. Carlota se queda en el pueblo donde nacimos. 
Y ahora te hablaré del que va a ser pronto hermano 
mío. Es el médico de Frades. 

Hace ya tres años que está desempeñando su pro- 
fesión en él y, como joven todavía, es el primer pue- 
blo en que ha ejercido, después de terminada su bri- 
llantísima carrera. 

¡Y no vayas a creer que lo alabo porque va a ser 
mi hermano! Si otra cosa fuese, por gravedad que re- 
vistiera, yo te la diría a ti como se lo diría a un con- j 
fesor. ! 

Es, en verdad, un talento en su profesión; pero un j 
talento de verdad, no de aparato. 

Constantemente fué el número 1 en la Escuela de | 
Medicina de Salamanca, de cuya capital dista su pue- i 
blo una legua; y en su hoja de estudios no hay más j 
notas que la de sobresaliente, habiendo obtenido ade- 
más matrículas de honor y cuantos premios por oposi- 
ción se dieron en su época. 

Desde el día que llegó a Frades, antes de conocer 
todavía a mi hermana, he sido su amigo de confianza; 
quiero decir que conozco su fondo moral, y excusado 
es decirte que si no me satisñciera, no consentiría que 
la boda se realizase. En tres años de íntimas relaciones 
de amistad, hay tiempo, a mi entender, de conocer a un 



DE GABRIEL Y GALÁN 



163 



hombre moralmente; pero, como todos somos falibles, 
podré acaso equivocarme, lo que Dios no quiera que 
suceda. En fin, te repito el encargo que en la referida 
carta te hacía: reza una salve y un padrenuestro por la 
futura dicha de los que para siempre se van a unir 
ante Dios. 

La boda estaba dispuesta para el 14 de los corrien- 
tes; mas por estar enferma una hermana del médico, 
es posible que se retrase algo. 

Pasado mañana dará la justicia, en esta localidad, 
el triste espectáculo de la ejecución de la reo de un cri- 
men cometido en una dehesa de este partido judicial, 
hace ya dos años. 

¡Dios la recoja en el Cielo! 

Se me olvidaba decirte que mi hermano Baldomero, 
<jue está en la Corte doctorándose en Derecho, ha prac- 
ticado el l.er ejercicio de oposición a las plazas de 
Abogados del Estado vacantes, y que ha sido uno de 
los veintinueve aprobados, entre ¡¡214!! que se presen- 
taron. Veremos si lo tumban en el 2.^ o 3.^^ ejercicio. 

Escríbeme en seguida y mucho; y háblame de cosas 
tuyas que yo no me atrevo a preguntarte y que tú pue- 
des suponer. Me tienes a media miel de noticias y de 
asuntos tuyos. Creo hasta que me escribes por cum- 
plido. Si yo lo hago dos veces, tú otras dos y nada más. 

¡Cuándo podrá ahogarte con un abrazo 

José María! 

Piedrahita (Avila) Mayo 4-92. 



CARTA 19.^ 



Inolvidable Casto: Me temo que ésta corra la misma 
suerte que mi anterior: o extraviarse o, lo que es aún 
peor, no ser contestada. A no existir causa grave que 
te lo haya impedido (y quiera Dios que no exista), no 
comprendo por qué no has contestado a la referida 
carta, cuando en ella, entre otras cosas, te daba cuenta 
de mi definitivo establecimiento en esta villa, y además 
como asunto para mí más importante, de la boda de 
mi hermana Carlota con el médico de mi pueblo. 

De ambos asuntos te daba minuciosos detalles y 
te pedía últimamente contestación pronta. Al no ha- 
berla recibido, a pesar del tiempo transcurrido, vuelvo 
a escribirte porque sospecho que estás enfermo o que 
ocurre cualquiera novedad en tu familia, porque sólo 
éstas son las causas suficientes para disculpar tu 
silencio. 

¡Quiera Dios que haya sido por pereza! Y no por 
otra cosa. 

Si por lo primero, en cualquiera forma que puedas 
dame cuenta de todo, porque mi alarma es muy 
fundada. 

Si ha sido por pereza, sacúdela, hijo, sacúdela y 
contéstame a ésta, ya que no lo hayas hecho a la 
anterior. 

Por si estás capaz para leer, allá vá la 



166 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Sección de noticias. 1 

La boda de mi hermana se celebró y fué mu lucidaJi 
gracias a Dios, aunque como siempre, hubo algo que 
lamentar. Mi hermano Baldomcro estaba, como sabes^ 
doctorándose en la Corte y haciendo oposiciones a 
unas plazas vacantes de Abogados del Estado. 

La víspera del enlace, fueron a buscarlo a Sala- 
manca y trajeron, en su lugar, un telegrama suyo- 
anunciando con sentimiento que no podría asistir, 
porque le plugo al Ilustrísimo Tribunal alterar los días 
señalados para el último ejercicio, (pues ya había 
practicado los dos primeros) y le correspondía practi-^ 
car el tercero precisamente el día de la boda. Esta no 
pudo volverse a prorrogar de nuevo, porque los invi- 
tados forasteros, en número muy crecido, estaban ya 
camino de mi pueblo. Y ahí tienes la nota única triste, 
en medio de tanta alegría y de tanto jaleo. 

Yo regresé a esta villa cachao, hijo mío, por haber 
pasado cuatro días de jolgorio y cuatro noches de 
bulla, sin dormir cuatro horas en conjunto. 

Noticia número 2. 

Y bastante gorda, por cierto. Mi hermano Baldo-^ 
mero ha obtenido el 7.^ lugar entre los doscientos 
y pico opositores y, por tanto, le corresponde una 
plaza. 

Es más, aunque se anunciaron 25 de éstas, sola- 
mente nueve o diez son las que actualmente están 
vacantes y que hay que cubrir en seguida. Los que 
hayan obtenido las demás, quedan en espera, agrega- 
dos al cuerpo de aspirantes. 

Como ves, mi hermano, empezará en breve, Dios 
mediante, a desempeñar su destino. 

Ya ves que, licenciarse el pasado año y obtener en 



DE GABRIEL Y GALÁN 



167 



éste, por oposición, tan buen destino, supone ¡un 
triunfo! para un muchacho que no gasta todavía 
bigotes- 
Verdad es que no hay que juzgar su mollera por 
la mía, por eso de ser hermanos. 

Te comunico estas cosas, porque creo que, cuando 
menos, no han de desagradarte. 

Entre las capitales donde están las vacantes figu- 
ran Córdoba, Oviedo, Lugo, Zaragoza y Valencia. Ve- 
remos donde lo llevan. Desearía que fuese a un puerto 
de mar. 

El asunto de que voy a hablarte, estaba destinado 
a tratarse cuando tú me escribieses, pero mis deseos 
respecto de él, me obligan a tratarlo en la presente 
misiva. A juzgar por la época, que ya está próxima, 
supondrás a lo que me refiero. 

Como en años anteriores no han sido suficientes 
para moverte de tu pintoresca tierra los resortes del 
cariño, que en ti casi no funcionan por efecto de 
paulatino desgaste; he registrado cuidadosamente la 
colección de tus cartas, que siempre conservaré, bus- 
cando textos que den autoridad a mis pretensiones y 
fuerza a mis súplicas y ruegos. 

Y he hallado lo que buscaba. 

En ocasiones distintas, me has prometido sin ro- 
deos ni salvedades, venir este verano a cumplir la 
visita que me debes. Y creo yo que todo hombre que 
se precie de caballero, debe cumplir lo que solemne- 
mente promete, aunque para ello tenga que sacrificar, 
ya alguna de sus caras afecciones, ya sus intereses 
materiales... (¿) 

Al menos yo lo entiendo así, y así lo hice siem- 
pre... ¡ya lo sabes tú! Seré acaso un caballero... an- 



168 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



dante, como los de Cervantes; mejor: aquéllos eran 
los que tenían la idea pura e inmaculada de la caba- 
llerosidad, y no los caballeros de hoy día que son casi 
todos unos faramallas y unos cochinos. Yo no te ten- 
go por tal, y creo que la negativa de tus promesas no | 
ha de obligarme a hacer copia literal de las mismas. 

Harto doloroso me es apelar a la dignidad, y no al 
cariño, para hacer que cumplas tus deberes... ¡tampo- 
co de cariño ! sino de pura cortesía. 

¡Qué contrastes! Yo le robé a mi madre 30 días 
para dártelos a ti y tú me robaste a mí otros 30, cuando 
menos, para dárselos a las señoritas que van a tomar 
vientos, digo, aguas a tu pueblo. Es decir que en la 
lucha entre el cariño y la cortesía, venció ésta. Por 
eso apelo hoy a ella. 

Bien comprendo, hijo mío, muchas cosas. Com- 
prendo que, después de haberte pasado la mayor 
parte del año fuera de tu casita y lejos de tu familia, 
es casi injusto dedicar el resto del tiempo que nos 
dejan libres nuestras pesadas tareas, a personas que 
no sean tus papás. 

Comprendo, hijo mío, que hay compromisos so- 
ciales, si no imposibles, al menos difíciles de evadir. 

Comprendo del mismo modo, que tienes además 
de tu familia, otras clases de afecciones que te llama- 
rán a voces... 

Comprendo también, además de todos estos debe- 
res, tas mismos deseos de volar hacia tu pueblo, que 
te atraerá con la fuerza que a mi el mío me solicita. 

Comprendo que todo viaje, por corto que sea, trae 
consigo... gastos, —¡dichosos gastos!— molestias y 
trastornos. 

Comprendo... ¡hasta que quieras dedicar la tempo- 
rada del descanso a tus estudios! 



DE GABRIEL Y CALÁN 



169 



Y comprendo, finalmente, que parecerá de mal tono 
improcedente, incómodo y hasta de mal gusto, que el 
que vive en una tierra que es el paraíso del estío, que 
a tantos viajeros llama, salga de ella en el estío para 
meterse en el horno de Castilla, calcinada por un sol 
insoportable, tan árida, tan triste, tan poco coquetona... 

¡Ya ves si lo comprendo todo, Castito! 

Pero comprendo también que la amistad sin sacri- 
ficios... es prosaica teoría. 

Comprendo que es menester cultivar todas las 
afecciones, refrescarlas, para que no se agosten, como 
la espiga de trigo de mi tierra... atenderlas, porque 
todas lo merecen! y corresponderías en algo... ¡pará 
que no se mueran de la anemia del olvido! ¿Lo oyes, 
Casto? 

Comprendo... que yo te quiero, ¿no sabes ya que 
te quiero? ¿no sabes ya que te quiero mucho? 

Yo necesito algo ¿lo oyes? Me conformo con muy 
poco, y como respeto todas esas otras afecciones 
luyas, les dejo para ellas la mayor parte del tiempo 
que yo necesitaba que me dedicases. 

¡Las vacaciones duran 45 días!... Si me correspon- 
den 8, me conformaré resignadamente con 8. 

Cuento los días que tardará en llegar acá tu próxi- 
ma carta, y con ansia viva la espero. 

Y hasta... ¡pronto! 
Te abraza 

José María. 
Piedrahita (Ávila) 4 de Junio de 1892. 



CARTA 20.* 



4 Agosto 92. 



Querido Casto: Desde el día en que cayó en mis 
manos tu última carta hasta fines de la pasada semana, 
he estado abrumado bajo el peso de unas intermiten- 
tes tercianas que el cambio de clima, agua y aires me 
regaló en Piedrahita. En fuerza de cuidados y de en- 
gullir altas y repetidas dosis de quinina, han desapare- 
cido tan ingratas huéspedas, y quiera Dios que sea 
para no volver. 

Después de lo dicho por ti en tu última y ya referi- 
da, yo no sé, hijo mío, en qué sentido escribirte ésta. 
¡Me da miedo decirte nada, y me da miedo no decirte 
nada! 

Lo que sí voy a decirte es que tengo, más que el 
presentimiento, la casi seguridad de que no nos vemos 
por ahora, hijo mío. 

¡Y esto me duele, me duele; me duele tanto, que 
más no puede dolerme !... ¿Y por qué no me has escrito? 
Yo aquí, solo y malito, y sin saber nada de ti. 

¡Acaso a estas horas estés casado!... ¡acaso seas 
feliz y yo sin saberlo ! 

Díme lo que haya, lo que pienses, lo que hagas. 

Yo, a lo ya dicho ahora y antes de ahora, nada 
quiero ni puedo añadir... porque no puedo... 

Escríbeme en seguida, sí, en seguida a este mi que- 



172 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



rido Frades. Leeré tu carta que espero será larga, a la 
hora de la siesta... de esas siestas largas y abrumado 
ras que tanto me están haciendo soñar despierto, en 
estas horas en que pienso en ti tantas veces! 

Hablaré con tus escritos ya que no pueda hacerlo 
contigo, como llegué ¡ loco de mí ! a figurarme. 

¡ Qué ratos tenía soñados para los dos! ¡Qué me 
importaba a mí que el aire que respirásemos fuese más 
o menos cálido, ni que el paisaje que nos rodeara fue 
ra un poco más triste que esas sonrientes playas, ya 
demasiado sobadas por las gentes ! 

Para el que sueña le es indiferente cuanto le rodea 
porque no ve. 

Yo lo comprendo; te extrañará y acaso te haga reir 
este lenguaje, propio de un cursi muchacho, que h 
venido a su pueblo a veranear. 

Pero también tú has soñado. Lo que hay es que ho 
estás tocando dulcísimas realidades y los sueños te da 
risa... haces bien... «el que venga detrás, que arrée> 

Llámame cursi, pero déjame serlo. ¡Bah! tonterías 
Yo dejara de ser cursi si, cuando digo lo que pienso 
pensara como lo digo; pero la tontería está precisa- 
mente en perfilar lo que se dice... ¡dejarlo! 

Ya que no de otra cosa, serviré de distracción. Yq 
pensaba que este verano los dos no dormiríamos, sin 
gozaríamos estas siestas de Castilla. 

¡Qué idea tendrás tú de ellas, cuando tantas veces 
te hablé del mismo tema!... ¡pobre Casto! 

Creerás acaso que son éxtasis dulcísimos a la som- 
bra de sauces y llorones, allá en lo espeso de la fronda 
cargada de sabrosas humedades, que prestan las aguas 
de una fuente que mana a borbotones!... ¡Y aquí no 
hay sauces, ni llorones (a no ser yo) ni frondas!... ni 
casi aguas para beber... 



DE GABRIEL Y GALÁN 



173 



Aquí todo es simétrico, regular, como cortado a ti- 
jera. Hasta las sombras son así; la triangular del cam- 
panario, la dentada del alero del tejado... la circular de 
la encina, que cae sobre la hierba abrasada y seca; rí- 
gida, inmóvil, como si fuera una gran mancha de tinta 
sobre satinado papel de color de barquillo, o la boca 
de un pozo obscuro y redondo... 

En esas sombras me duermo yo con los ojos abier^ 
tos, con el cigarro encendido, con el cerebro abrasado 
y la frente sudorosa, y... ¡cosa rara! casi nunca pienso 
en lo porvenir; casi siempre en lo pasado y en lo pre- 
senté; ¡ con qué placer pienso en mis virtudes y con 
qué dolor agri-dulce en mis locuras, en mis debilida- 
des... en... cosas! ¡ay, pero qué cosas! Aveces tengo 
que cerrar los ojos para ver más claro y sentir mejor 
lo que, con ellos abiertos, ni sentiría ni vería!... ¡Qué 
estúpida es la escritura para decir ciertas cosas! ¡Dios 
sabe como yo te las hubiera dicho con la lengua y 
sobre el terreno L. ¡Qué estúpida es la escritura para 
decir ciertas cosas! 

Escribeme y dime... lo que quieras. 

Mil recuerdos a tu familia presente y futura, sin ol- 
vidarte de la de Antonio, y quiere mucho a tu 

José María. 

Di si Antonio merece que le dé por algo la enhora- 
buena, porque no me atrevo a tomar como cierta to- 
talmente una noticia que acabo de leer en un periódico 
de Madrid, por si fuese un error del periódico o una 
casualidad. 

¡Cuánto me alegraria que resultase cierto! 



CARTA 21.* 



Piedrahita y Septiembre 9 de 1892. 



No hay que ser tan ideal. Con un muy mediano cál- 
culo, para saber dividir 45 dias en cualquier número de 
partes, ya iguales... ya proporcionales al asunto a que 
deben destinarse; con un regular sentido práctico para 
no dejarse arrebatar por ilusiones que realmente han 
sido irrealizables, y con un muro de contención para 
las corrientes de optimismos que ya se desbordan, se 
evitan a veces contrariedades que a todo saben menos 
a miel. Y esto lo digo porque había comenzado a pa- 
ladear el dulce saborete de tu venida, y me quedé por 
último con la boca abierta, seca y amargosa. 

Quiera Dios que te vean estas letras completa- 
mente restablecido de tus dolencias, que es lo primero. 

Pero allá va un consejillo con cara de malhumora- 
do, y regañón como él solo: aunque < entre dos que 
bien se quieren» son muy gratos los sueños de la es- 
peranza, que hacen ver realidades las ilusiones, cuan- 
do éstas son imposibles totalmente, ¡nunca, nunca 
deben hacerse concebir a la persona que las ansia, y 
que en el menor detalle funda un castillo... de fichas 
de dominó! 

Esa conducta es egoistona, porque la persona que 
así obra, goza engendrando y concillando esas espe- 
ranzas; cruel, porque luego esos engendros mueren en 



176 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



feto, sin llegar a los brazos de quien los espera^ 
¿Lo oyes? j 
El palabreo será naturalista y hasta espeso inclusi- 
ve; pero la substancia de la cuestión bien la com- 
prendes. 

¡De sobra que sé yo que a ti tampoco te habrá 
agradado la broma, y que si no tuviéramos esperanzas 
ni ilusiones... estaríamos medrados! 

Pero... (tengo la nobleza de confesarlo) te argu-^ 
mentó de este modo... ¡porque me ha dolido mucha 
no sé qué, y no tengo a quién quejarme, ni a quién 
herir, ni... ¡qué sé yo, porque ni yo mismo sé lo que 
me pasa! 

Quisiera no verte enfermo para injuriarte cuanto 
pudiera, para insultarte como yo insulto cuando me 
pongo de esta manera... 

Y no es porque lo merezcas, que tú no te lo mere- 
ces. Casto querido; es porque (¡y cualquiera se reirá!), 
porque siento a veces un bárbaro deleite con injuriar 
a quien más adoro... 

¡Es increíble lo que me pasa! pero es verdad; mal 
explicada, sí, pero verdad al fin; aunque explicada tan 
mal por... miedo, sí, por algo de miedo; no porque no 
pudiera explicarlo algo más claro. 

¡Dejemos esto!... que me hace mucho daño, queri- 
do Casto, ¡¡querido Casto!! 

¡No hagas caso de mis locuras... ni trates de pe- 
sarlas nunca! me pertenecen a mí solo: ¡son mías! 

Que Dios no niegue la salud a tu cuerpo, ni arran- 
que de tu alma el cariño que haya en ella para este 
pobre loco, que llaman 



José María. 



¡PATRIA MIA!. 



porque has de saber, amigo mío, que todos 

los años, en el verano, hago un cantar para mi 
pueblo. 

Y te mando éste —el cantar— porque algo te 
corresponde en él. 

Si te extrañas de que en el siglo que corre 
haya todavía hombres que se ocupen en cosas 
tan inocentes, satisfaré y haré desaparecer tu 
extrañeza, natural en un chico fin de siécley con- 
testándote que aun quedan en el mundo hombres 
honrados. 

J. M.« G. Y G. 

25 Septiembre 1892. 
I 

Rodando en la corriente del mundo vano 
como rueda una arena sola y perdida, 
me encontré con un hombre, Uamélo hermano 
y te lo di por hijo, patria querida. 

Pasado luego tiempo, te abandonaba, 
y en unión de aquel hombre, yo visitaba 
la tierra en que se asientan sus pobres lares... 
y canté aquella patria que se me daba!... 
¡maldita sea la lira con que cantaba, 
y malditos los ecos de sus cantares! 

Yo no tengo más patria que esta aldeita 
donde está todo el fuego de mi cariño; 
el corazón sin ella se me marchita, 
pero pensando en ella se vuelve niño. 

13 



178 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



¡Patria mía querida, que con tu aliento 
haces quejar de nuevo con voz vibrante 
la fibra más doliente del sentimiento 
que se oculta en el pecho de un hijo amante- 
no llores, si aquel hombre de quien te hablaba 
no ha venido a abrazarte y a conocerte; 
no admitas aquel hijo que yo te daba, 
si en un lejanó día viniese a verte. 

No amargues con tu llanto mi pobre vida 
porque aquí estoy yo solo para adorarte; 
duérmete y no me llores, porque, dormida, 
me tendrás a tu lado para cantarte, 
^ ¡patria querida! 
Porque tú me adoraste con ardimiento, 
porque tú me has amado con fe constante, 
porque tú bendeciste mi nacimiento, 
y no puedo olvidarme que, siempre amante, 
de tu brisa amorosa con el aliento 

tú me arrullabas, 

cuando dormía 

sobre mi cuna, 

y me besabas 

cuando reía 

sin pena alguna, 

con la alegría 

de la ignorancia, 

que el alma mía 

ya no ha gozado 

desde la infancia 

ni un solo día!... 



DE GABRIEL Y GALÁN 



179 



II 

Mi patria es la aldeíta donde he nacido, 
donde tengo los padres que me criaron, 
donde existe aún caliente mi pobre nido, 
donde alientan los seres que me mimaron, 
donde viven las almas que me han querido, 
donde vuelan las auras que me arrullaron. 

Si no fueron ingratos ni olvidadizos 
los hijos que a tus pechos se amamantaron, 
no llores tú desprecios de advenedizos, 
que de pisar tu suelo se desdeñaron, 
porque no eres la cuna de los hechizos 
donde ellos se mecieron y se criaron. 

Pero tú eres la virgen ruda y bravia 
que escondes el tesoro de tu pureza, 
más clara que los rayos del mediodía, 
que tuestan tu morena gentil cabeza. 
Eres la campesina que sólo ansia 
ver sin hambre a tus hijos y sin tristeza; 
por eso les regalas pan y alegría; 
y si algún hijo indigno de tu terneza 
por buscar más placeres se te extravía, 
le dices: «come, canta, trabaja y reza, 
y no busques la senda que te hundiría 
de ignorados abismos por la aspereza». 

No llores, pues, si un hombre te quiso un día 
menospreciar acaso por tu rudeza, 

¡no, patria mía! 
que si no eres del mundo la maravilla 
ni eres de la hermosura supremo exceso, 
eres la madre tierna, ruda y sencilla, 
que a tus hijos veneras con embeleso; 



180 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



y yo, sólo por eso, te quiero tanto, 

que hasta llamarte madre mi amor me lleva, 

y sólo tu recuerdo bendito y santo 

me hace bueno, me arrastra, y hasta me eleva 

desde el pantano 

sucio y liviano 

de las pasiones, 

donde revuelcan 

encenagados 

los corazones 

desesperados 

sus ilusiones... 

hasta la cumbre 

de paz y calma 

de las virtudes, 

en cuya lumbre 

se inunda el alma 

de resplandores; 

se dignifica 
con la agonía de los dolores; 

se purifica 
con la alegría de los amores. 

III 

Verdes lomas cubiertas de matorrales, 
laderas guarnecidas de robledales, 
nidal de negros cuervos y ruiseñores, 
pradera salpicada de manantiales, 
archivo de recuerdos encantadores!... 

Patria mía, que enciendes mis ideales, 
que conservas la historia de mis mayores!..- 
tú siempre has sido y eres la dulce idea 



DE GABRIEL Y GALÁN 



181 



que ilumina mis sueños de resplandores, 
que a mi espíritu enfermo cura y recrea, 
que endulza de mi vida los amargores. 

Porque haya habido un hombre que ingrato sea, 
no quiero que te aflijas, ni que lo llores, 

¡plácida aldea! 
que si a ese hombre le ha dado cuna ostentosa 
aquella tierra hermosa, cuya presea 
borda de rubias perlas la mar furiosa 
que con salvaje arrullo la galantea, 
tú, más casta que ella, más candorosa, 
la sencillez severa que te hermosea 
guardas, como la virgen más pudorosa, 
en el aro de montes que te rodea. 

No llores el desprecio del hijo ingrato 
de la altiva sultana, rica y liviana, 
que es la más lujuriosa de las mujeres; 
porque si él es hijo de la sultana 
que emborracha sus hijos con los placeres, 
yo soy el hijo amante de la aldeana 
que alimenta sus hijos con pan moreno, 
y les dice, cual madre pobre y cristiana: 
«Come, canta, trabaja, reza y sé bueno. 

Tus desventuras 

sufre con calma 

noble y sincera; 

¡y ama, si el alma 

te lo pidiera! 

Que el alma buena, 

se purifica 
con la crudeza de los dolores; 

se dignifica 
con la pureza de los amores». 



182 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



IV 

Tú, patria mia, no tienes de azahar un velo, 
ni mares que te arrullen enamorados, 
ni montañas que escalen el mismo cielo, 
ni bosques con verjeles entrelazados. 

Lucir tampoco puedes en tu garganta 
de nácares y perlas rica presea; 
y aunque tú estás guardada de gente tanta 
como a la gran sultana siempre babea, 
ni la brisa marina tu frente orea, 
ni puede, aunque quisieras, gozar tu planta 
las frescas humedades de la marea. 

En tu suelo al viajero tampoco encanta 
la luz de inmenso faro que cabrillea, 
alumbrando al navio que se adelanta 
y en noche borrascosa se balancea 
sobre un mar encrespado que al hombre espanta^ 
y que a la luz siniestra, que lo platea, 
y a impulsos de la fuerza que lo levanta, 
se agita, fosforece y amarillea, 
duerme, ruge, suspira, murmura y canta. 

Tú no eres la sultana que se recrea 
en la misma belleza que la agiganta, 

¡rústica aldea!... 
pero eres la aldeana trabajadora 
que, al trabajo rendida y a las fatigas, 
reclinas tu cabeza de labradora 
sobre un haz de maduras, rubias espigas, 
que este sol de Castilla calcina y dora. 

Tú eres la esposa rústica, la madre sana, 
más casta, más salvaje que la sultana. 
Si para ti no arrastran del mar las olas 



DE GABRIEL Y GALÁN 



183 



aderezos de nácar, de meleagrina, 
ni gárrulos concentos de barcarolas, 
tienes, en cambio, campos de mies cetrina, 
donde tú te abrillantas y te arrebolas 
bajo esta meridiana luz argentina 
que, al vibrar de mil flores en las corolas, 
tiñe a trozos tu manto de purpurina, 
que Dios ha recamado con orla fina 
de claveles azules y de amapolas... 

Y todo ser que bulle, murmura o trina, 
ruge, canta o se mueve sobre tu suelo, 
es la voz de un concierto que sube al Cielo; 
la esencia inmaculada de aquella idea 
que siempre de ti ausente canto y evoco, 

¡gárrula aldea, 

nido de un loco!... 
Si son en ti dichosos tus moradores, 
no te aflijas por nada, por nada llores, 

que yo te adoro; 
¡pero guarda la vida de mis mayores, 

como un tesoro, 

constantemente!... 
porque, si yo te quiero como un demente 
y te llamo en mi ausencia con hondos gritos 

desgarradores, 
es porque están contigo seres benditos 
que son el amor santo de mis amores!... 

V 

Tu sol arde en el Cielo como una hoguera; 
sacude, patria mía, la cabellera 
de tus viejas encinas y tus sembrados. 



184 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



y mándame por ellos la brisa lenta 
que agite mis pulmones congestionados 
y humedezca mi boca que arde sedienta; 
que sacuda mis miembros aletargados 
y refresque mi frente calenturienta... 

Ha mediado la tarde y el sol abrasa; 
la espiga suelta el grano, chasca y se tuesta; 
si corre el aura, escalda por donde pasa; 
todo sér animado duerme la siesta... 

Cántame alguna estrofa pesada y larga, 
como las que cantabas cuando era niño... 
arrúllame este sueño, que me aletarga, 
con un cuento de amores, en que el cariño 
me trasporte a otra vida menos amarga!... 

¡O cuéntame una historia!... mas no una historia 
de esas que el alma queman al escucharlas; 
que labran hondos huecos en la memoria, 
y que espantan y hieren al recordarlas. 

Cuéntame historias largas de trovadores, 
de bardos, de poetas y de mujeres... 
inyecta en mi cerebro sueños de amores, 
y que, siquiera en sueños, tenga placeres... 

¡Pero no! si lo hicieras ¡me matarías! 
haz que ningún recuerdo mi alma taladre. 
Cuéntame lo que quieras de aquellos días 
en que sólo soñaba yo con mi madre. 

Emborráchame el alma con regodeos 
y apariciones místicas de la pureza, 
y déjame este cuerpo sin los deseos 
del ensueño letárgico de la pereza... 

Duérmete tú conmigo desde esta loma 
donde ni un ser se mueve ni el aura bulle, 
y tráeme de tus montes una paloma 
que, oculta en esta encina, mi siesta arrulle. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



185 



Cántame los idilios con que regalas 
al hijo extraviado que te visita, 
y haz de tu amor de madre, con ambas alas, 
un dosel en que apoye mi sien marchita... 



¡Gracias, patria amorosa, gracias mil veces! 
¡Dios conserve y bendiga tus moradores! 
¡Dios de tus pobres hijos oiga las preces! 
¡Dios les dé pan, virtudes, glorias y amores! 

¡Dios aleje la muerte de tu morada! 
¡Dios te dé a manos llenas dichas benditas! 
¡Dios alegre tu cielo con su mirada! 
¡Dios bendiga tus campos y tus casitas.! 

♦ * 

Tú has combatido siempre mis agonías 
con fuerzas misteriosas y celestiales; 
por eso hoy, gastado, como otros días, 
vengo a buscar de nuevo fuerzas vitales... 
¡que se van extinguiendo mis energías! 
¡que se van apagando mis ideales!... 

Úngeme de esa esencia tan misteriosa 
que sacude la anemia de mi impotencia, 
y a mi sér da una fuerza bien poderosa 
para esta lucha horrible de la existencia. 

Satura tú mi sangre con esa esencia, 
y no llores por nada, patria amorosa; 

canta y reposa, 

¡gárrula aldea! 

duerme la siesta 

sobre esta cuesta 

que el sol caldea, 



186 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



la luz platea 

y el aura tuesta... 
Y si es que, mientras lenta la tarde pasa, 
no puedes regalarme brisa más fría, 
¡bésame en esta frente, que se me abrasa, 
y ampara esta cabeza, que se extravía!... 

Pero si tú me quieres, 

si tú me llamas, 
nuestro cariño bendito sea! 

Pero si no me adoras 

si no me amas, 
¡dame a mi madre!!! y ¡adiós, aldea!! 

J. M. G. Y Galán- 



CARTA 22.» 



ESPERANZA-CASTO 



€A nadie en el mundo, después de 
Dios, querrá el marido más que a su 
mujer, ni la mujer más que a su 
marido...» 

(Epist. de S. Pablo), 



EPÍSTOLA LAICA O COSA PARECIDA 

¡CON EL ALMA! 

Ensueños celestiales arroben vuestros espíritus, y 
eróticos deliquios estremezcan vuestras entrañas con 
los espasmos del goce...; y brote en vosotros el fuego 
del amor puro, a la sombra santa de la bendición sa- 
grada, que lo idealiza y acrisola. 

Arrullen vuestra unión santa, rumores de ensueños 
pasados, latidos de goces presentes y harmonías leja- 
nas de dichas futuras... y al eco hermoso del concierto 
del amor completo, del amor íntegro y entero, del 
amor del cuerpo, purificado al calor del espíritu, fún- 
danse vuestras almas en una sola y trasvasen mutua- 
mente su sangre vuestras venas para formar un solo 
sér. 

Comience con la dicha vuestra unión, y acabe 



188 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



cuando el zarpazo brutal de la muerte enfríe vuestras 
energías y marchite vuestras frentes. 

Yo os lo digo: no toméis por amor lo que yo llamo 
nada más que el complemento del amor. Amaos con 
el amor espiritual ennoblecido por la idea; con el 
amor que el hastío no mata, ni el tiempo apaga... Si 
así lo hacéis, cuando la mano fría de los años blan- 
quee vuestras cabezas y apague y hiele los fuegos del 
amor segundo, del amor complementario, seguiréis 
viviendo al calor sagrado del espíritu, que nadie apa- 
ga, y al calor tibio y suave del hogar tranquilo, en- 
noblecido por el cariño y alegrado por los frutos de 
ese amor... 

Si así no os amáis, sentiréis, después del abrazo 
insensato del amor impuro... lo que sienten todos los 
hombres: un vacío de amargura, ansiedades infinitas, 
algo así como remordimientos... una hartura y un hastío 
espantables, mortales inquietudes del espíritu que no 
tiene donde posarse... un dejo de aversión disimulada 
hacia el sér a quien se amó... cosas mil que yo no sé 
explicar... pero que amargan... 

Llenad cada uno vuestra alma con el alma entera 
del otro; y yo soñaré con vuestra dicha, porque nací 
para soñar venturas que nunca logro alcanzar... y para 
interrumpir con monótonos cantares, idilios dulces de 
amor, como el vuestro. 

Siembre de flores vuestro camino el Dios que ha 
bendecido vuestra unión, y broten de ella frutos her- 
mosos nacidos al choque de vuestros seres y amaman- 
tados al calor de vuestro amor. 

El fuego del cariño parece el soplo vivificante que 
anima el fuego del hogar. Conservadlo siempre latente, 
para que el hogar no se enfríe, porque un hogar frío 
€S una tumba de vivos. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



189 



Dios OS dé pepueños ángeles que alegren vuestra 
casa y encanten vuestra vida. El lazo del matrimonio, 
sin ellos, es rosa de artificial terciopelo, sin aromas, 
amor sin objeto, vida sin estímulos, egoísta vida sin 
sacrificios, soledad desconsoladora y triste, existencia 
híbrida y terrena, sin besos de ángeles cuando la 
frente se arrugue... sin caricias que consuelen cuando 
la garra del dolor se clava y desgarra la fibra más 
delicada del sentir... sin manos que, jugando y sin 
saberlo, limpian el ingrato sudor del trabajo, que es la 
levadura amarga del pan que comemos los pobres... 

Haced de vuestra casa un nido de amores hoy, y 
mañana será un templo de virtudes. 

Si habéis tomado a broma mi semisacerdotal epís- 
tola, quitaos la sonrisa de los labios y tomadla en 
serio, porque lo es. 

Habéis comprendido lo que comprenden muchos: 
que para cruzar el desierto de la vida es peligroso ir 
solo; se precisa alguien que nos levante, si nos caemos 
desfallecidos por el cansancio; alguien que calme 
nuestra sed con su propia sed; alguien en quien apo- 
yemos nuestra abrasada cabeza, cuando al venir la 
noche, tras la jornada dura del día, gocemos un rato 
de descanso que nos devuelva las fuerzas desfalleci- 
das, las energías agotadas... 

Habéis hecho bien... 

Pero tú, Casto mío, te me vas... te veo alejar de 
mí, que me quedo atrás solo. 

¡Cuánto te apartas de mí con tu unción! Perdóna- 
me si te escribo esta carta con el estilo de siempre... 
Será la última... por que tú ya dejaste los lugares en 



190 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



que yo revoloteo todavía; dejaste de ser el muchacho 
soñador como yo, y como yo algo loco, que conmigo 
corría cuatro años hace por las sierras de tu pueblo, 
sin reposo como los pájaros, sin juicio como todos los 
que despiertos se sueñan. 

Te veo con pena alejarte de mí, y contigo se me va 
quien me comprendía, quien me mandaba como yo a él, 
a muchas leguas de distancia, sueños y movimientos 
del alma y afectos de su corazón de hermano y artista. 

Se me cierra con tu moral ausencia de mí, la vál- 
vula querida de los desahogos de mi alma; se me va 
mi único confesor. 

Yo me alegro mucho, me alegro por dentro, porque 
vas a ser feliz; pero deja que lamente, por única vez, 
la soledad en que quedo. 

De ti me queda solamente el cariño que te tengo, 
¡que ése jamás acabará!, y la colección de tus cartas... 

Las mías en adelante, adoptarán un tono de tem- 
planza, seso y mesura que no resulte ridículo... porque 
Casto es ya un hombre casado, y sé yo, por una espe- 
cie de intuición espiritual, el vuelco completo de las 
ideas, de las afecciones, de la manera de pensar del 
hombre en ese caso. 

Manera de pensar. Casto, que tú procurarás disi- 
mular ante mí, porque me quieres; pero que no cam- 
biará ya nunca, a pesar de tus esfuerzos. 

Acaso encuentres ya extraño mi lenguaje y mis pen- 
samientos, si esta carta te encuentra a ti ya unido con 
la mujer a quien tanto tiempo has amado. 

El que ingresa con su cuerpo y con su espíritu en 
el mundo de la realidad, es forzoso que permanezca 
pocos momentos en la región de idealismos, que po- 
drán ser tontos, pero que son el alimento de ciertas 
épocas de la vida. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



191 



Necesitas el ejercicio del espíritu desde hoy, no 
para gastarlo en gimnasias espiritualistas y locas, sino 
para aplicarlo unas veces en la contemplación de los 
goces que tengas, y otras en la resolución de ingratos 
problemas de la vida práctica, a lo cual te ayudarán 
de consuno tu amor hacia la compañera que Dios va 
a darte y el pensamiento de que mañana tendrás hijos, 
que necesitan pan para vivir. 

Y el que todo esto trae entre manos, no se solaza 
¡ay! con cosas de orden práctico secundario... ¡y qué 
natural es que así suceda! 

Tu comunidad de ideas conmigo no puede ser, 
pues, más limitada. 

Yo no encuentro palabras para sentirlo, porque el 
sentir no tiene palabras; pero la visión de tu felicidad 
me sale al paso, y me hace hasta acallar mis sentimien- 
tos. Si te quisiera menos de lo que te quiero, estaría 
celoso y ofendido. 

Lo que más siento de todo es que a la amistad tam- 
bién le toca una parte alícuota de rebaja con el matri- 
monio. ¡Y qué gran verdad es ésta! 

La amistad en ese caso, pierde mucho de ese ab- 
soluto desinterés y de ese cariño hondo que sabes ha 
tenido siempre la nuestra. Se hace tan práctica, tan 
afectuosa, tan fría... ¡Como que, casi siempre, se redu- 
cen sus pruebas a mutuos servicios, que se cotizan de 
parte a parte! 

¡Cómo me quitarás hoy la razón y cómo, interior- 
mente, por supuesto, me la darás cuando pase algún 
tiempo sobre nosotros! 

Pero hoy es día de cantar tu felicidad solamente, 
y nada más. 

Perdona si mi carta ha resultado demasiado larga 
I y pesada... será la última de este género que te dedico, 



192 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



y por eso aún me cuesta ansias angustiosas, ansias 
íntimas, no continuarla, cerrando el poema de nuestra 
hermosa amistad con un tristísimo cantar que bien pu- 
diera llamarse elegía. 

¡Pero es día hoy de idilios! 

Si mi carta llega a tiempo todavía, mírame con los 
ojos del alma detrás de ti en la Iglesia, murmurando 
por vosotros una oración; y si hay sitio en la mesa 
para mí, haz que respeten vacío un lugar que te recuer- 
de mi ausencia, porque pocos lo ocuparán en la mesa 
de tus bodas con tanta justicia, como este pobre loco 
que te adora 

José María. 



¡27 de Octubre de 1892! 



CARTA 23.* 



10 de Enero del 93. 



Querido Casto: Cuando me fui a mi pueblo dejé la 
adjunta carta (*) —o cartapacio— en casa, para que la 
echasen al correo. Tal prisa se dieron, que la encontré 
en el sitio mismo donde la dejé. 

Con referencia a ciertos párrafos que en ella leerás, 
y en los cuales me muestro muy pesimista, te diré... ni 
sé cómo decírtelo, porque es la primera vez en mi 
vida que tengo que decir ésto... 

Te diré, aunque na más sea, que... que la tormén- 
ta... —(¡si el caso es que no es una tormenta!)— la 
tormenta o lo que sea, se cierne sobre mi cabeza... 

¡Site dijera la pluma con que escribo, qué dice 
una carta que con ella misma acabo de escribir!... 
¡¡¡¡¡¡horror!!!!!! 

Hasta que no vea qué tal., no te diré yo nada... Y 
voy a dejar la pluma, porque me clareo como un tonto. 

¡Anda! que no te digo más. 

Te quiere 

Galán. 



(*) Es la siguiente, de Diciembre 1892.— (N. del E.). 

14 



CARTA 24.* 



Diciembre 1892. 

Querido Casto: Recibí tu carta que leí atentamente 
y guardé donde todas las tuyas... por no discutirla; 
porque entre nosotros es fea la controversia, y «cuan- 
do dos se quieren bien», se asiente y no se discute; se 
cree y no se duda. Nada más; porque por aquello de 
mi «elegancia en el decir», mis talentos y mis dotes 
de artista, no pienso darte las gracias siquiera. La 
pintura de lo que es hermoso de suyo —como decís 
los de esa tierra— tiene que resaltar siempre con al- 
gún rasgo de belleza, por torpe que sea el artista; 
porque en este caso, es el mismo asunto el que da 
belleza a la obra; y bella resultará, aunque el que pin- 
ta lo haga con brocha gorda. 

* * 

¿Cómo te va de casado? 

Preguntas hay que son, como ésta mía, Cándidas 
inocentadas, —«la pregunta del español», que dice el 
refrán de antaño,— pero que es como necesario formu- 
larlas, porque se caen por su peso, porque son, aunque 
inútiles, naturalísimas. 

La mía, creo que será innecesaria, y así lo deseo 
también. Si todos estáis buenos y no os falta la salud, 
claro es que te irá bien, acaso mejor que a mí. 

He resuelto hace tiempo enamorarme de veras y 



196 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



no puedo conseguirlo. Acaso sea por lo frío de la 
frase, «he resuelto». Pero yo he dispuesto resolverme^ 
porque, espontáneamente, nada fuerte he sentido por 
nadie en mi vida (se entiende con relación al asunto). 

Y (como en otra parte he dicho), me disculpo a mí 
mismo, exclamando como un inglés: 

¿Y yo qué poderle hacer 
si estar harto de buscar, 
y no conseguir hallar 
ni siquiera una mujer 
que poderme a mí agradar? 

Ser o no rareza mía, 
yo ignorarlo, pero es cierto 
que no ver yo todavía 
la mujer que noche y día 
hacer soñarme despierto. 

No conseguir yo encontrar 
la mujer que necesito, 
y haberlas bellas sin par, 
ser dolor más infinito 
que poderse imaginar. 

Mas tener yo, aunque ser feo, 
gusto como no haber dos, 
y no llenar mi deseo 
ninguna de las que veo 
por esos mundos de Dios. 

¿Y qué poderle yo hacer, 
si nadie querer creer 
que estar loco de buscar, 
y no encontrar la mujer 
que poderme enamorar? 

¿Irme yo a la fuerza a uncir 
al yugo de alguna fiera 



DE GABRIEL Y GALÁN 



197 



que hacerme al año morir 
de una desazón cualquiera? 
¡pues irme yo a divertir! 

Ser harto trabajo estar 
solo en un lecho a dormir; 
que hacerme a mí constipar, 
por no haber quien me abrigar 
cuando el invierno venir! 



Es lo cierto, hijo mío, que no consigo mi objeto, 
por más esfuerzos que hago. 

Temporaditas me paso sin pensar en otra cosa ¡y 
cuidado si adelanto! 

¡Un zángano de 22 años corriditos, hijo de este 
siglo, y sin haberse atrevido una sola vez a decir ¡te 
quiero! a una mujer!... Es hasta inverosímil. 

De no variar, es preciso la resignación de un már- 
tir, para sufrir la cruel soltería que ya me enseña los 
dientes. Verdad que no soy un viejo, ni siquiera un 
hombre Jecho del todo; pero ir empezando... ir empe- 
zando siquiera... 

¡Oh, el ejemplo! ¡lo que es el ejemplo! Cuando 
veo a mis amigos y conocidos viviendo, charlando y 
gozando cada uno con lo suyo, siento una envidia tan 
grande por no poder hacer yo lo propio, que llegan 
momentos en que estoy a punto de echarme a la calle 
y, sin respetar estado, ni condición, ni nada, decir de 
un golpe al primer palo con faldas que me encuentre: 
¿Usted quiere ser mi novia? 

Basta de prosa latera e inoportuna. 



198 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Pasad las pascuas felices, y no digáis que no soy 
adelantado para decíroslo. Yo, Dios mediante, daré 
con mi humanidad en Frades, para alegrar con mi pre- 
sencia a los pocos que en el mundo con ella se alegran 
Supongo que haréis lo propio, y escribo con anteriori- 
dad a las próximas festividades, temiendo que cuando 
a Túy llegase mi carta, hubiéseis levantado vuestros 
reales para sentarlos en otra parte. 

En una de mis últimas te dije que había leído hacía 
tiempo en un periódico de Madrid una noticia relacio- 
nada con Antonio, o al menos con un Antonio García 
La noticia merecía una enhorabuena, y no se la he 
dado por temor de equivocarme. 

¿Es cierto? 

Vaya, adiós; no me corrijo de esta manía de char- 
lar descosida y largamente, aunque me ahorquen. 

Dispensa... y sigue leyendo, que Voy a acabar esta 
carilla, que sería lástima no aprovechar. 

Nada me has vuelto a hablar de tu padecimiento 
desde este verano, y como al que no se queja nada le 
duele, deduzco que las aguas de Caldelas te libraron 
de tus dolencias. 

Lo celebraré. 

Mi real persona, por ahora (g. a. D.), continúa sin 
novedad en su importante salud. 

Después de Esperanza, a quien saludarás en mi 
nombre, comunica mis recuerdos a tus papás, y recí- 
belos muy cariñosos de tu amigo que no te olvida 

Galán. 

Me parece que estamos a 15 ó a 16. 



CARTA 25 * 



Jueves, nueve de Febrero 
del año que empecé a amar. 

Carísimo amigo mío: 
Salud y fraternidad. 

Ya que a mis cartas en prosa 
no te dignas contestar, 
voy a probar si consigo 
partirte por la mitad, 
endosándote un romance 
que a chorros te haga sudar, 
y que consiga sacarte 
de ese silencio tenaz 
en que alienando, alicuandOy 
te sueles encastillar. 

Y si este primer intento 
no me resulta eficaz, 
espero, querido amigo, 
que no te resistirás, 
si otro segundo romance 
te dejaras propinar, 
callándote como un muerto 
con quien es harto locuaz. 

Me basta... y hasta me sobra 
con el silencio fatal 
que está observando conmigo, 
y que escamándome está. 



200 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



una... cierta personilla 
que no quiere contestar 
a una pregunta muy jonda 
que yo, con valor audaz, 
le dirigí por escrito 
dos largas semanas ha. 

¡Ay del que espera anhelante 
cartas que no han de llegar, 
y que, si llegan un día 
tras larga inquietud mortal, 
lejos de darle consuelos, 
tan sólo le servirán 
para escribir otra página 
de su destino fatal. 

Quien solamente ve rota 
su terrible soledad 
cuando recibe los ecos 
de algún cariño real, 
en cuatro míseras líneas 
que repasa sin cesar... 
quien esas líneas devora 
con delirante ansiedad, 
porque allí posó los ojos 
y el espíritu quizás 
un sér a quien él adora 
con un cariño ideal... 
el que sólo con las cartas 
vé rota su soledad, 
y hasta las cartas le niegan, 
más le valiera... ¡olvidar! 
y no esperar suspirando 
lo que nunca llegará. 

Y más valiérale a otros 
interesarse algo más 



DE GABRIEL Y GALÁN 



201 



por lo que ocurre en el alma 
de algún amigo leal, 
que ha callado... ¡ porque hay cosas 
que se deben preguntar! 

Voy a variar de asonante 
aunque, a decirte verdad, 
no de asonante: de tema 
debiera yo de variar, 
al ver esa indiferencia 
rayana casi en frialdad; 
pero... ni puedo vengarme 
ni puedo ser desleal. 

* 

Por vez primera en mi vida 
siento un ligero temblor 
cuando recuerdo y medito 
lo que mi pluma escribió... 

Ya resuena en mis oídos 
el ruido ensordecedor 
de la tormenta... extremeña^ 
que a mí se acerca veloz, 
preñada de mil rumores 
de acento amenazador. 

Ya me obscurecen los ojos 
las sombras del nubarrón, 
y casi siento ya el frío 
del soplo denunciador 
de las ráfagas primeras 
que presagian el turbión. 

Y allá... desde Extremadura 
siento venir un rumor 



202 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



cuyos sonidos discordes, 
combinados en un són, 
forman con eco de trueno 
tremenda y tonante voz, 
que al llegar a mis oídos 
parece que dice: ¡¡¡no !!!... 



¡Por eso, por vez primera, 
siento un ligero temblor 
cuando recuerdo y medito 
lo que mi pluma escribió!... 

Yo, que siempre he respondido 
con el estoico valor 
de todo cuanto mi pluma 
por mi mandato trazó; 
yo, que una pluma he tenido 
que, en triste y jocoso son, 
ha puesto a muchos en solfa 
y a muchos en serio hirió; 
yo, para quien es la pluma 
válvula del corazón, 
por donde arrojo a mil rostros 
bocanadas de vapor; 
yo, que jamás la reñía 
cuantas veces se clavó 
en las entrañas del hombre 
que me causara un dolor, 
y a quien ella, aunque sin arte, 
valientemente injurió, 
sin que una vez solamente 
yo desmintiera su voz... 
yo, que he jugado con ella 
como el niño que jugó 



DE GABRIEL Y GALÁN 



203 



con un arma peligrosa 
que abandonó el cazador, 
y que en la mano inexperta 
del niño se disparó... 
por vez primera en mi vida 
siento un ligero temblor, 
cuando recuerdo y medito 
lo postrero que escribió. 

¡Oh, si el escrito que hace 
temblar a mi corazón, 
causado hubiese temblores 
al alma que lo leyó!... 

* 

'* * 

Adiós y dejemos esto 
voy a hacer punto final, 
que más de lo que mereces 
te llevo charlado ya, 
y quizás en vez de franco 
me tomes por charlatán. 

Si con este nuevo ataque 
no consigo hacerte hablar, 
apelaré a otros recursos 
con insistencia tenaz; 
pero no olvides, querido, 
que el cobarde capitán 
que no asistió a la batalla, 
jamás participará 
del botín de la victoria 
que otros sin él ganarán; 
o de la triste amargura 
que toda derrota da, 
cuando el cobarde se niega 



204 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



con el valiente a luchar 
o a darle siquiera alientos 
para la lucha fatal. 

¡ Así perdieron cien reyes 
lo que debieron ganar!... 

Veremos pues si la plaza, 
que tengo sitiada ya, 
capitula al solo ataque 
del valiente general, 
que, además de un buen soldado, 
es también un buen 

Galán. 



Espero al fin tu respuesta. 
Dale a Esperanza con ésta 
sinceras memorias mías, 
y díla que si me presta 
su nombre por unos días. 



CARTA 26.^ 



Piedrahita, Febrero 20 de 1893. 



Extremeñita es la luna 
y extremeñito es el sol, 
y extremeñita la prendí 
que adora mi corazón. 

(Cantar popular). 

Mi estimadísimo Casto: El que para nada tiene 
método, no es de extrañar que no lo tenga para escri- 
bir con periódica regularidad a sus amigos. Esto me 
ocurre a mí. Acaso no hayas acabado de leer mi 
última carta, y allá va otra; pero este adelantamiento 
tiene su disculpa. 

Voy a empezar recordándote parte del conocida 
cuento andaluz. 



Yo, que en peligro me vi 
me metí por un reducto 
y por el mismo conducto 
entró el toro tras de mí. 

Salgo del reducto y ¡zás! 
en una casa cercana 
me colé por la ventana, 
y el toro siempre detrás. 



206 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Esto no me ha ocurrido a mí, como al andaluz, 
con un toro del Jarama, pero me ha sucedido con la 
imagen de una mujer, imagen de la cual venía huyen- 
do hace un año... acaso más. 

Lo grave del caso es que la mujer no es hermosísi- 
ma, ni lindísima (quiero decir: en los rasgos de la 
fisonomía de la cara de su semblante. ¡Olé por los 
buenos escritores!). 

Ya ves que tengo el valor de decir que no es una 
divinidad griega, casi que ni española... pero ¡ay! no 
digas nunca, querido Casto, que <de esa agua, o de la 
otra, no beberás», no lo digas en tu vida; te lo acon- 
sejo parodiando, con respecto a mí, aquello que dicen 
en El Rey que rabió: 

«Yo, que siempre de los hombres me burlé, 
yo, que siempre de los novios me reí, 
yo, que nunca sus halagos escuché, 
hoy en busca de mi amante vengo... ¡aquí! 

No está bien que, sin recato ni pudor, 
venga en busca de mi amante... ¡a este cuartel! 
pero es tanto lo que adoro a ese pastor, 
¡que al infierno si es preciso, iré por él! 

(Bomba final) 

¡Ay de mí! ¡ay de mí! 
¡Si acabaré llorando, 
yo que siempre reí!... 

(¡Y yo estoy sospechando 
que todo esto se ha escrito para mí!) 



DE GABRIEL Y GALÁN 



207 



Tengo en un pueblecito de Extremadura unos tíos 
que me quieren... porque nunca tuvieron hijos a quie- 
nes querer. Hace ya quizás dos años, en atención a 
las ya demasiado frecuentes invitaciones suyas, fuíme 
a pasar con ellos cuatro o seis días, que resultaron 
luego veinte. 

Al nacer una niña, sobrina también suya, se la 
llevaron con ellos, la criaron y la educaron con más 
regalo que una princesita y más mimos que una hija... 
Con ellos la vide yo y... lo demás no sé cómo ha 
sido... Me ha dado un mundo de observaciones psico- 
lógicas que te explicaré algún día; si yo ambicionaba 
antaño el amor de una mujer, era por una especie de 
vanidad espiritual, sugerida por otras almas que ama- 
ban; por un anhelo, que yo llamaría artístico, que me 
impulsaba a buscar nuevas fuentes de... ¡qué sé yo! de 
poesía, porque las mías, aunque inagotables, eran 
siempre las mismas... mi hogar, mi patria, la naturale- 
za, mi madre... ¡todo inagotable y purísimo! ¿lo oyes 
bien? ¡inagotable todo! Pero nos hace pecar muchas 
veces esta tendencia hacia lo nuevo, hacia lo vario... 

Por eso quería yo amar; por eso, y por una espe- 
cie de curiosidad, que yo llamaría de buenas ganas 
científica, filosófica... quería hacer en mí mismo obser- 
vaciones anímicas, es decir, verme por dentro... y 
luego,... (¡infantil puerilidad!) luego escribir lo que 
viera y léermelo a solas muchas veces, como me leo 
cuanto puede hacerme llorar un ratillo... ¡Manías de 
muchachos solteros, de que tú ya no debes hacer 
caso!... 

Yo siempre he sentido comezón irresistible de es- 
cribir ¿sabes?, pero para mí solo, o, cuando más, ¡qué 
sé yo para quién!... casi para nadie; porque yo, contra 
tu benévola y cariñosa opinión, no sirvo para hacer 



208 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



vibrar la cuerda del sentimiento de nadie; y porque lo 
conozco, no lo intento. ¡Tengo el gran mérito de co 
nocerlo, que es un mérito desgraciadamente muy 
raro... bien lo sabes tü. 

Al percibir las tibias humedades de las lágrimas 
que yo vierto desordenada y confusamente en pedazos 
de papel, sólo mis entrañas pueden sentir estremecí 
mientos de goces, escalofríos de entusiasmos, impul 
sos íntimos de llorar, sacudidas de sentimentalismo, 
porque todo ello es enteramente mío, y yo me lo río 
me lo lloro, sin que nadie pueda reírse de lo que a mí 
me hace echar lágrimas. 

Lo que hay es que yo, cuando contigo, por ejem 
pío, hablo, llego a creer a veces que estoy solo y me 
excedo un poco; me quejo creyendo que no me escu 
chan... me elevo quizás demasiado... 

Te digo todo esto, de una vez para siempre, par 
que entiendas que mis pobres cartas para ti, no so 
alardes vanos de estilo, ni erudiciones pensadas 
alambicadas, ni empeños literarios que, contigo sol 
no tendrían razón de ser, ni serían muy del caso, po 
estar reñidos con la sencillez que debe campear entr 
amigos como nosotros. Si yo lo hiciera así por un 
mal entendida vanidad, haría con todos lo que conti 
go; pero mis cartas todas, a excepción de las que a 
dedico, son verdaderos modelos de prosaísmo formal 
que nada dice sino lo que es preciso decir. 

Aunque la confianza está reñida con todo aparat 
exterior, precisamente por la confianza misma que m 
inspiras me presento a ti tal cual soy y como me gus 
ta ser. Con otro jamás lo haría. 

Para darte la última prueba de que, a pesar de 1 
que la apariencia diga, no son mis cartas producto de 
pensados atildamientos, que a gritos reclaman u 



DE GABRIEL Y GALÁN 



209 



aplauso, si conservas las mías, como yo las tuyas, dé- 
jame la más sublime de todas y verás cómo yo mismo 
encuentro en ella, no sólo defectos de índole superior, 
sino los que condenan las rudimentarias reglas de la 
gramática. 

No creas, querido, que yo desprecio tus aplausos; 
al contrario, los tuyos son los únicos quizás que yo 
admito y que me agradan; ¿por qué he de ocultar- 
lo? me agradan porque sé que son sinceros, aunque 
sean inmerecidos. 

Y basta de digresiones. 

Te decía que sólo por unas cuantas pequeñeces 
quería yo amar, y hoy... no puedo ya decirte lo mis- 
mo; hoy ya es ¡porque sí! ¡ya no es por pequeñeces...! 
En fin: tardío, pero seguro. Es decir, seguro no, por- 
que soy un tantico raro en algunas cosas, y el día 
menos pensado castigan mi rareza con alguna ensala- 
da de calabazas.,. 

¿Más detalles? 

Pueblo de su residencia: Guijo de Granadilla, pro- 
vincia de Cáceres, partido judicial de Plasencia. 

Edad, así como 19 años, plus be, como dicen por 
aquí. 

No tiene ya padre. Su madre, con los demás her- 
manos de ella, viven en Granadilla, pueblo inmediato 
al Guijo. 

Su nombre... Desideria; menos bello que ella. 

Te doy estos detalles como si te importaran, aun- 
que no te importen mucho, pero sí creo que los leerás 
con curiosidad siquiera. Ya te iré dando más, poco a 
poco. Es ya mucha dosis para un día solo. 

Para terminar, y ya que me pides franqueza y cla- 
ridad, te diré que este mi primer amor ya es en mí 
todo lo intenso que yo quisiera, ¿entiendes bien?... me 

15 



210 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



conmueve, y yo aun trabajo conmigo mismo para que 
llegue al grado sumo (*), para que desaparezca en él 
todo lo que proceda de simpatía... ¡puf! la simpatía es 
muy fría para mí, que quiero las cosas puras, sin ele- 
mentos extraños que ayuden... ¡no, a mí que no me 
ayude nada ni nadie a querer! El amor fundado en 
afectos de segundo orden, no es una simplicísima 
esencia, es una mixtura de quinientas yerbas que, por 
tener quinientos elementos, se aplica para quinientos 
casos y no sirve para ninguno. ¡Aquí del per se y el 
peraccidens de los moralistas! 
El amor por el amor. 

Yo creo que siempre se empieza por algo nada 
más, y confío en que, poco a poco, se irán fundiendo 
en una sola esas quinientas yerbas... 

Ya iremos viendo, ya iremos viendo... 

¡Qué conversaciones para hombres casados! Pero, 
en fin, creo que te he dicho que me parece que aun 
estás soltero, y obro como si así fuese. ¡Como no te 
he visto aún al lado de Esperanza, en calidad de ma- 
rido, no llega la fuerza plástica de mi imaginación a 
poderlo representar todavía... 

A ella y Angelito les das mis cariñosos recuerdos. 
Al último le dices que no abuse del uso de las levitas 
verdes; y que no me olvido jamás de aquella célebre 



(*) Galán amando, era insaciable; todo le parecía poco.— (N. del E.). 



DE GABRIEL Y CALÁN 



211 



noche en que quiso acompañarnos al sarao del Casti- 
llo de los Marqueses en figura de lagarto. Dale un pe- 
llizco en una mejilla como recuerdo de entonces, y mis 
memorias a tus papás, cuando les escribas. 
Y tú no te olvides nunca de tu fiel 

Galán. 



CARTA 27.* 



Sr. D. Casto Blanco. 

22 de Marzo de 1893. 

Querido amigo mío: 

no tomes mis cartas como alardes vanos y 

tontos de estilo, que a nada conducirían, tratándose 
de ti, sino como retratos de mi alma que sólo a ti se 
presenta tal cual es; con sus aficiones y su naturalísi- 
tna manera de ser. 

Cuando te escribo a ti, me abandono a mí mismo 
y confieso que me excedo, aunque no sea más que en 
la forma... Me subo demasiado, sí. Pero a todo se pare- 
ce, menos a la afectación, cuanto te digo. Precisamen- 
te peco, como te decía en mi última, de descuidado y 
de distraído; tanto que ni me cuido de corregir rudi- 
mentarias faltas gramaticales, que observo en mis car- 
tas después de escritas. 

A riesgo de repetir lo ya dicho, volveré a manifes- 
tarte: 

Que mi vaquera se llama... Desideria (el nombre 
vale menos que ella); que vive desde que nació con 
unos tíos míos (y suyos) en una aldeíta de Extrema- 
dura... y que ya me dijo... que sí, que bueno. 



214 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Ayer tuve carta suya, y en mi contestación te pre- 
sento a ella con tu fe de bautismo, circunstancias, etc. 
Ella 

¡Dios mío, cómo necesitaba yo hablar contigo a 
solas! Cuánto bien me resultaría de una entrevista! 
¡Qué daría yo por hablar contigo unas horas! Sólo 
unas horas. 

Por escrito... ¡puf! hay contestaciones que se nece- 
sitan a los dos segundos de formulada la pregunta; 
después... resultan estudiadas... 

¡Qué largo veo ese día en que dices y crees que 
nos veremos! ¡Cómo se pone todo! 

¡Rayos! qué desesperación! 

Lo mejor que puedo hacer, para agradecerte más 
tu felicitación, es no hablarte de ella, ni del día de mi 
Santo. Basta decir que lo pasé muy acompañado, 
pero muy solo. 

* * 

Tengo el pensamiento, sólo el pensamiento, de ir a 
Zamora a dar un alegrón a mi hermano Baldomcro, y 
a pasar con él tres o cuatro días de los de Semana 
Santa. 

Si el proyecto se realiza, te lo comunicaré. 

♦ * 

¿Y para qué quieres mi estampa? ¡Si te parecerá 
la estampa de la herejía! No tengo más que una de 
hace cuatro o seis años, y no te la envío, porque me 
parezco todo a un queso de bola sin cáscara. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



215 



Pero por complacerte, en cuanto pueda, si voy a 
Zamora, sacaré copias de mi carauie, y te enviaré una; 
pero a condición de cambio. Tengo una tuya, borrosa, 
vieja y roñosa, que recordarás te robé contra tu gusto. 

¡Y qué mala espina me da esa petición! 

¡Ni te acordarás ya de cómo soy! 

Adiós; ya que no pueda ser un cigarrp de mi Santo, 
te envió el testimonio de mi cariño, querido. 

José María. 



Ya no voy a Zamora. 



CARTA 28.* 



Junio 5-93. 



Mi querido Casto: Creerás que te tengo olvidado, 
y no es verdad. 

Desde Salamanca te envié hace más de 15 días un 
retrato mío, que no sé si iiabrás recibido; pero que, al 
fin, prueba que te recuerdo «hoy como ayer, mañana 
como hoy y siempre igual...> 

A Salamanca me fui... ¿a qué dirás? pues a hacer 
oposiciones, que ojalá no hubiera hecho; no porque 
nada bueno me dieran en ellas (me aprobaron los ejer- 
cicios con la nota de Sobresaliente); sino por no ver 
tanta miseria humana... y nada más; porque acaso digas 
que esto se llama el derecho de pataleo; pero cuando 
yo me quejo a ti... creo yo que debes creerme. 

Sólo había una escuela que me conviniera; las 
demás vacantes no las solicité. 

Y ni una palabra más de tan desagradable asunto. 

* * 

Al emprender mi viaje desde Salamanca a este pue- 
blo, llegaron a dicha capital mi hermano Luis (el pe- 
queño), y mi otro hermano Fortunato que, como creo 
recordarás, está casado con mi hermana Carlota. 

La cual hermana había estado más que mediana en 



218 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



las 48 horas que duró su primer alumbramiento, fruto 
del cual es una hermosa niña, que se llama María de 
los Ángeles o Ángeles a secas. 

Mis hermanos viéndome algo disgustado, me hi- 
cieron irme con ellos a mi pueblo, donde bautizamos 
la niña, y pasé un par de días bien contento, y sin cu- 
rarme ya de lo que en las oposiciones había ocurrido. 

Después... nada; vuelta a este pueblo, desde el cual 
te escribo en el único papel que tengo a mano, para 
decirte estas cosas. 

Y como no es cosa para dejada al olvido, debo de 
cirte algo de mi vaquera; siquiera que está buena y 
esperándome con ansia. 

¡Ah! y también debo decirte que parece que me 
quiere; a lo menos me lo escribe. 

Cuando lleguen las próximas vacaciones veranie 
gas, iré a ver si me ha dicho la verdad, y si no... la 
llamo pérfida, que es la palabra que me es más anti 
pática y que menos veces he pronunciado en mi vida 
de hablador. 

Yo también la quiero (no a la palabreja, sino a la 
mi muchacha); me parece que también la quiero, porque 

«Yo soy un pobre diablo, bueno en el fondo, 
profeso a quien me quiere cariño inmenso, 
pienso profundamente, siento muy hondo... 
y ni sé lo que siento, ni lo que pienso... 
porque tengo, etc...> 



Este retazo, que se me escapó de la pluma, m 
obliga a darte una noticia, literaria cuasi; pero que t 



DE GABRIEL Y GALÁN 



219 



parecerá cursi de seguro: estoy ya hace tiempo escri- 
biendo mis memorias (o una cosa parecida), a las 
cuales acabo de dar ese pequeñísimo pellizco de tres 
o cuatro versos, pellizco inconveniente e indiscreto^ 
porque allá en los comienzos del libróte digo: 

«Yo sé que esto a la gente indiferente 

haría reir, pero me importa poco, 

pues, como nunca lo leerá la gente, 

nadie podrá decirme que estoy loco, 

¡si es que es loco el que dice lo que siente !> 

Y basta; porque he caído en otra indiscreción^ por 
disculpar la primera. 

Conque ya lo sabes. Mientras vosotros vais a 
buscar este verano las dulzuras de la playa, y a gustar 
«el sabor de la tierruca», yo, en contradicción eterna 
con las corrientes del mundo (lo cual no me pesa del 
todo), yo iré a quemarme bajo los rayos del sol de 
Extremadura, y tornaré a abrasarme a mi Castilla, 

bajo esta meridiana luz argentina 
que, al vibrar de las flores en las corolas, 
hace del campo un manto de purpurina, 
recamado a pedazos con oda fina 
de claveles azules y de amapolas... 

Lo dejo, porque hoy me siento capaz de hacer 
sudar a cualquiera. 



220 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



¡Otro verano sin vernos! ¡Cualquiera se atreve a 
decirte que te vengas, que hay quien partirá cuarenta 
y cinco días entre su madre, su novia y su amigo! 

Pero tú, ai fin, si vas a tu tierra, lo pasarás mejor; 
porque, aunque no quieras, tendrás que olvidar a los 
ausentes, por el género especial de vida que por tu 
tierra haces tú: «vidita más agitada, más moderna, más 
poblacionesca ¿eh? Pero yo, no. 

Para mí va a llegar la estación que más adoro; la 
época en que yo vivo; porque mientras mi cuerpo bus- 
ca en los campos lo que hoy le falta, desarrollo y vida, 
mi alma se entrega toda a lo que jamás le sobra; a lo 
que yo no puedo decirte ahora. 

Pero mi vida es distinta de la tuya. Hay entre am- 
bas la diferencia que existe de la del señorito a la del 
labrador. 

Eres más afortunado que yo... casL 

Tú no puedes acordarte de nada en un pueblo como 
la Coruña o el Ferrol, donde es necesario hacer la vida 
que yo me sé (aunque no la envidie). 

Vestido de señorito, paseando con tu costilla, tu 
familia y tus amigos por la playa del Ferrol o por la 
orilla del Jubia, en tu pueblo, donde quiera que sea, 
nunca podrás entregarte a lo que vedan allá las formas 
sociales y aqui la formalidad del hombre casado. 

Eso sí, verás más flores que yo, (no flores de som- 
brero, que a mí me ponen nervioso, sino del campo), 
respirarás aires más frescos, gozarás más grata tempe- 
ratura, verás más mujeres guapas— ¡¡¡que deben tenerte 
sin cuidado!!!,— en fin, harás casi la vida del bañista, 
que va a que le deis un poco de lo que Dios dió a 
vuestra tierra. 

Yo, en cambio, nada de eso he de ver, pero me 
acordaré más de ti. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



221 



Cargado con la escopeta, con el sombrero gacho al 
cogote, para defender la frente abrasada y sudorosa^ 
bajaré muchos días del cerro al llano, para buscar una 
fuente y una encina donde beber y acostarme. 

Y solo, sin más compañeros que mis dos perros, 
que sufren conmigo en esos días mortales de Agosto 
lo que muchos amigos no sufrirían jamás, me acordaré 
de ti muchas veces, lamentando que no puedas partir 
conmigo tan dulcísimas fatigas; quizás para ti algo 
duras, pero por mí soportadas con tenacidad de hierro 
y constancia entera y firme. Lo demás... eso de tomarte 
gusto a lo que hoy te parecerá desagradable, yo te lo 
enseñaría... 

El ciego sueña que vé; callaré, pues. 

Da a Esperanza y familia toda mis recuerdos, y 
guárdate el mejor de todos ellos, que para ti lo man- 
da tu amigo 

José María. 



Junio 5 de 1893. 



CARTA 29.^ 



Mi querido Casto: No sé por donde comenzar ni 
por donde concluir; pero antes que nada, tengo que 
decirte que hasta hoy, 12 de Septiembre, día en que 
leo la postrera carta que me has escrito, no he sabido 
que eras padre... ¡ni cómo había de haber callado, 
sabiéndolo! 

Dónde parará la carta a que tú aludes, no lo sé... 
acaso donde van a parar muchas que se piensan, pero 
que no se escriben... ¡al vacío! 

Ahora mismo rasgo una que, en vista de tu silen- 
cio tenía escrita, y que ya no sirve para nada. 

♦ 

« ♦ 

Me parece un poco frío daros una cortés y simplo- 
na enhorabuena por el natalicio de vuestro hijo prime- 
ro. Mejor será decir <en estilo mondo y llano», que 
Dios lo críe bueno de alma y sano de cuerpo, para 
vosotros primero y para Él más tarde... ¡que no es 
poco decir! 

A estos deseos va unido el de que Esperanza me- 
jore de su dolencia de madre, y el de que la suya 
salga con vida del riesgo de muerte que acaso la 
amenaza. Dios sobre todo; lo que Él disponga, bien 
dispuesto ha de estar siempre, y me huele a rebelión 



224 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



cuanto no sea ajustar en absoluto la nuestra a su santa 
voluntad. 

* * 

Del veraneo... mejor será hablarte en seco. Del 18 
de Julio al 10 del siguiente mes, estuve en Extremadu- 
ra con mis tíos y con mi novia. Después fui a Frades, 
y allá consumí, con verdadero deleite, el resto de los 
días de vacaciones. 

Vine a las ferias de este pueblo, y aquí me quedé 
entregado de nuevo a las mismas tareítas, a las mis- 
mas distracciones, y 

*hoy como ayer, mañana como, hoy 

y siempre igual... 
un estío pasó y espero otro 

que también pasará... > 

Ahora dentro de pocos días —del 17 al 20— celé- 
branse en esta villa las fiestas que anualmente se 
consagran a la Virgen de la Vega, Patrona del pueblo. 

Habrá gran afluencia de forasteros, novilladas^ 
burradas^ etc., etc. 

Acaso a fines del actual vengan mis padres a 
verme y pasar conmigo unos días, que no serán tantos 
como yo deseo. Así me lo tienen prometido y. Dios 
mediante, espero que han de cumplirlo. 

No me queda por decirte más que cuatro bobadas,, 
que suprimo... Hago supremos esfuerzos por modificar 
mi carácter, y tengo que confesar con el vergonzoso 
desaliento de la impotencia ¡que no puedo! 

Estoy mandado retirar por anticuado; y yo que la 
conozco, continúo siendo un monigote pensante, el 



DE GABRIEL Y GALÁN 



225 



anacronismo en figura de persona; un tipo híbrido, en 
la actualidad de las cosas, mal oliente por mi modo 
de pensar y trasnochado por mi manera de ser. 

Vergüenza me dá decirlo, pero no progreso en 
nada; tengo 23 años y pienso... lo que a los 15, lo que 
pensaría el que no tuviese que vivir aquí abajo, pega- 
dito a la corteza de la tierra y a las cosas de la vida 
real y práctica, que todos entendéis como hace falta 
entenderla; con un sentido claro, fecundo y positivo, 
y una varonil formalidad digna y sensata. Si yo no 
viera el porvenir tan claro, valdría lo que no puede 
decirse. Con decir que solamente quiero pensar en 
cosas agradables, está dicha toda mi necedad. 

Lo más gracioso del caso es que gano el pan que 
cómo hace seis años, sufriendo con resignación ver- 
daderamente profunda el contacto con la prosa de la 
vida, y aún no estoy desengañado. 

¡Cómo que ya tengo canas, y aún sueño mucho 
despierto ! 

¡Oh! si me casara pronto; si acabara de arrojar de 
mi cabeza a puntapiés estas procesiones de fantasmas 
que no me dejan ver donde piso y conseguirán mil 
veces que me estrelle!... 

¡La de ¡deas atrevidas que yo tuve hace dos no- 
ches, al hallar un nuevo objeto de mis amores tem- 
porales! 

Porque yo tengo amores de temporada... ¡Ver- 
güenza me dá decirlo ! 

¡La de grandiosos poemas que hormiguean en mi 
alma, sin salir fuera jamás, por temor a los contactos 
de alguna babosa humana! 

¡La de historias peregrinas que yo me cuento a mí 
mismo; historias de cosas nunca historiables, sin pró- 
logo de un amigo del autor, porque yo no tengo 

16 



226 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



amigos, como sabes; sin epílogo, porque no pueden 
tenerlo! 

¡La mar, la osa mayor! ¡Las murallas de la China 
mismamente!..,.. 



Adiós, adiós; da cien besos a tu hijo... ¡a tu hijo!... 
un recuerdo a tu Esperanza y guárdate tú el cariño de 
que dispone tu amigo 

Galán. 



CARTA 30.* 



Sr. D. Casto Blanco. 

Piedrahita 2 de Noviembre de 1893. 



Mi nunca olvidado amigo: No recuerdo en este 
momento quién de los dos escribió el postrero lo 
que sí sé, es que la última carta tuya que tengo es muy 
vieja; tanto, que tiene mes y medio muy cumplidos. 

En ella me decías que eras ya padre de un hermoso 
niño, robusto y llorón, alborotador de la vecindad. 

Te contesté diciéndote — diciéndoos— que <salud 
para criarlo para el Cielo >, que es lo único que podía 
yo desear a los papás y al retoño... ¡y no es poco! 

Después —no quisiera equivocarme— pero creo 
que no has vuelto a escribirme. Por lo menos, ni 
conservo la carta —y cuidado que no pierdo ninguna 
tuya,— ni la recuerdo tampoco, lo cual es peor sínto- 
ma que el primero. 

Otra prueba de ello es que no tengo conocimiento 
del estado de la madre de Esperanza, que me dijiste 
no era del todo satisfactorio, aunque no la considera- 
bas en riesgo de muerte aún. 



(•) El postrero no había sido Galán; pero es evidente que tampoco 
había llegado a sus manos la respuesta, enviada oportunamente.— 
' (N. del E,). 



228 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Díme, hombre, díme todas esas cosas; que, si te 
duelen a ti, no me sabrán a mí bien del todo. 

Yo, si poco bueno tengo que contarte, nada malo 
tampoco me sucede. 

La noticia de más bulto para mí (y para ti) es la de 
una visita de cuatro días que mis papás me han hecho 
en esta villa. 

Pocos días hace que marcharon para Frades. Yo 
hubiese deseado que pasaran aquí una buena tempo- 
rada; pero estaban, con razón, ambos violentos, espe- 
cialmente mi madre, porque Enriqueta, mi hermana 
mayor, está en días de dar a luz, y con el antecedente 
de tener muy malos partos. 

Aun no ha sucedido nada; pero estoy intranquilo 
esperando por momentos la noticia. 

* 

Extremadura entera padece calenturas intermiten- 
tes, o lo que es lo mismo, las tiene mi vaquerita; y tan 
tenaces, que se me figura va a pasar fatal invierno. 

Desobedecen a la quinina y a cuantos brevajes le 
han propinado hasta ahora. El correo, con tal motivo, 
disminuye por parte de el!a. 

* * 

Aquí, como en todas partes, sólo de África se 
habla. Yo estoy vivamente interesado en tal cuestión; 
además de ser buen español, porque si la guerra se 
prolonga, o de ella resultasen complicaciones inespe- 



DE GABRIEL Y GALÁN 



229 



radas, pero fáciles de surgir, me llevarían, ya que no a 
mí, (que me importaba menos) a mi hermanito el pe- 
queño, que está desde hace dos años sujeto a las 
armas, en concepto de excedente de cupo. Veremos. 

Comunícame el estado de tu mamá política y de tu 
hijo, para quien mando cien besos; da recuerdos a 
Esperanza y a tus padres, y escribe pronto a tu 



José María. 



CARTA 31.* 



14 Diciembre de 1893. 



Pero Casto ¿qué te pasa? Te llevo escritas tres 
cartas inútilmente (*). ¿Quieres contestarme? Hazlo en- 
seguida. ¿Es que no puedes? ¿estás enfermo? Pues 
que me escriba cualquiera dos líneas en tu nombre. 

Pienso barbaridades. Si te habrá ocurrido alguna 
otra desgracia, si ha muerto alguien de tu fami- 
lia... ¡Hasta he barajado la idea de que el muerto 
(¡ya ves!) fueras tú! 

Jamás has hecho otro tanto. Si entre los dos ha 
habido algún perezoso, he sido yo, ¡yo nada más! 

El supuesto me hace un daño más que tremendo; 
pero si estás vivo, no hagas la barbaridad de no con- 
testarme al vuelo, porque soy demasiado... nervioso, 
por no decirte otra cosa, para vivir en la duda de si 
mi amigo se ha muerto. 

¡Cuidado que he esperado días y días con la espe- 
ranza de siempre: «acaso mañana !> Y nada, siempre 
lo mismo. 

ili Yo, desde que dejaste de ser soltero, comprendien- 
do que tus deberes son mayores y más numerosos, he 



(♦) otra vez la desesperante pérdida de cartas. Se le había enviado 
contestación a las dos anteriores, como también se le contestó a esta 
tercera, y a todas.— (N. del E.). 



232 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



procurado no escribir mucho, no excederme... pero tú 
no me tienes acostumbrado a esto, y yo no sé de ti 
hace ya tres meses y siete días. 
Y basta. 

Si has recibido las dos anteriores, apunta la terce- 
ra, y continúa, que también las va apuntando... en el 
alma... tu amigo de ayer, de hoy y... ¡de mañana! 



Galán. 



CARTA 32.* 



Mi querido Casto: Al regresar de mi viaje de vaca- 
ciones de Navidad, recibí tu carta, que me devolvió la 
tranquilidad perdida. 

Ni tú ni yo debemos pararnos a discutir quién debe 
carta a quién, sino darnos ambos por conformes con 
tener buena salud y recíprocas noticias. 

Además, para mí no necesitas disculpas; estás 
siempre y en todo perfectamente justificado. 

Es verdad, querido amigo, que nuestra amistad, 
efecto de esta larga separación, no interrumpida por 
ninguno, va teniendo mucho de platónica... no para 
mí: para quien a distancia la viera. 

Yo comprendo que es preciso todo el cariño de un 
corazón que siente, y todas las energías de un alma 
que sabe querer de veras, para sostener siempre vivo 
esta especie de fuego sagrado —y perdón por el 
arranque;— esta hoguera latente, mantenida, no con 
el aliento mismo del pecho, sino con remesas de oxí- 
geno artificial, enviado, encerrado en un papel que lo 
lleva a su destino ya desvirtuado y pobre, para que 
se queme y arda con pobreza y vaguedad de fuego 
fátuo... 

Sí, Castito, se necesita todo eso, yo lo comprendo, 
y se necesita más: se necesita ser bueno, ser bueno, 
de cierto modo que yo me sé, pero no me explico, 
¡ni me explicaría si pudiera, por no tener que decir 
que yo soy bueno! 

No te digo yo estas cosas para darte alientos, para 



234 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



infundirte ánimos, que acaso te sobrarán más que a mí... 

Te lo digo como si esto pudiera servirte de premio. 
porque yo no encuentro otro, y bien sé que lo mere- 
ces... por tu voluntad de hierro, ya que no digo por 
otras cosas. 

Aquí, amigo mío, el llamado naturalmente a desfa- 
llecer eres tú; y si un día sientes cansancio (porque no 
somos de acero), y te basta como premio de lo pasa- 
do, mi perdón, descansa un rato tranquilo sin acor- 
darte de mí... ¡hazlo así, que yo volveré a buscarte 
cuando de nuevo me llames! 

Si yo soy quien se fatiga... haz lo que quieras. Ni 
sé qué debías hacer. 

Pero no me niegues aquello del platonismo... Has 
de convenir conmigo en que hay cosas que entran 
mucho por los ojos; que un buen apretón de manos, 
es un apretón al nudo de la amistad; que un rato de 
charla íntima, vale cien plieguecillos de papel escri- 
tos... etc., etc. 

No creas, por esto, que yo pretendo sentarme; 
ni lo creas tampoco si yo mismo te invito al descan- 
so... y si lo crees, es lo mismo; descansa si quieres, 
Casto, que tú lo precisas más que yo. ¡Y dímelo, como 
se lo dirías a un hermano! 

¡Quién sabe si descansando!... 

Da un recuerdo a Esperanza y un beso a vuestro 
ángel chico, y ya sabes que tu mejor amigo es 

Galán. 

Feliz entrada de año. 



15 de Enero de 1894. 



CARTA 33.^ 



Piedrahita 8 de Enero de 1896^ 



Ya que has descansado un rato, «levántate y anda», 
querido Casto. Te dejé descansando, con ánimo de 
volver a buscarte, luego que pasara tiempo... Ya lo sé, 
que tu carta fué la última, porque, como tú las mías, la 
conservo como oro en paño también; pero te dije que 
esperases, que descansaras, que durmieras, que yo te 
despertaría. Todavía no quería quizás hacerlo... mi tar- 
jeta no era la voz de llamada, era así como una caricia 
que quise hacer al que dormía; y la caricia me resultó 
estrepitosa hasta el punto de haberte desvelado. ¡ Oh 
qué modo de meter la pata, creyendo hacer una gracia l 

Tú necesitabas esta clase de descanso. Estas co- 
rrespondencias, aparte la idea grande, generosa y no- 
ble que las inspira, pertenecen, al cabo, a un mundo es- 
piritual de cosas, de ningún positivo resultado para las 
realidades de la vida. No temas que diserte sobre cues- 
tión tan trivial; quiero decirte que tienes ya tres pre- 
ciosas criaturas (¡Dios te las conserve muchísimos 
años!), y es preciso que ganes pan para ellas y... nada 
más; y no es poco. 

A mí me puedes y hasta me debes querer, a pesar 
de ser tú todo un padre de familia; pero puedes que- 
rerme desde lejos, en silencio, como a ti te parezca 



236 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



mejor, para que yo no pueda robarte ni un minuto ni 
un miserable perro chico que puedas necesitar, sino 
para pan, para comprar un dulce a tus niños... o para 
que se entretengan rodándolo por el suelo, si para nada 
lo necesitan... ¡y ojalá que así sea! 

Ya ves; yo te quiero hoy lo mismo que hace años 
te quería, y acaso más seriamente que entonces, por 
no sé qué misteriosas evoluciones psicológicas, de que 
ahora no voy a hablar. 

El voluntario silencio doliente que yo mismo me 
impuse para contigo, me ha dolido —¡y tánto que me 
ha dolido!—; pero no ha valido un comino para con- 
seguir que, dentro de mí, tú no seas Casto; y con decir 
esto lo digo todo. 

Sigo hablando de mí, ya que he empezado. Bien 
que, después de estos prolegómenos^ va a resultar que 
casi nada importante me queda ya por decir, porque a 
mí —y fíjate en la filosofía de la frase— a mí no me 
ha pasado nada, desde que no nos hablamos. 

Ayer mismo regresé de Extremadura, donde, como 
recordarás, tengo... novia; y te lo digo así, porque no 
sé si aún la puedo llamar de otra manera un poco más 
expresiva. En justicia tengo el deber de hablarte de 
esto; y por eso, porque no sería buen amigo si no lo 
hiciera, te digo cuatro palabras que, por no tener en- 
jundia ni siquiera claridad, de nada te servirán para 
juzgar de mi presente, y menos de mi porvenir. 



Por hoy no te hablo más de esto; pero en tu obse- 
quio, sólo en tu obsequio, hilvanaré las respuestas 
como Dios me dé a entender, sudaré para escribirlas 
y te las enviaré a ver si, por casualidad, las entiendes. 

A mí búscame para hablar de tonterías que a nada 
conducen, eso sí; es materia en que estoy fuerte, como 



DE GABRIEL Y GALÁN 



237 



decíamos cuando estudiábamos en nuestros libros de 
texto. 

Pregúntame por cosas —¡y hasta por seres!— y ya 
me oirás charlar horas enteras, como una urraca bo- 
rracha. Ese es mi elemento, y en él, aunque 

«ni corro como el gamo, 
ni vuelo como el sacre, 
ni nado como el barbo», 

puedo dar lecciones muy nuevas, muy hondas y muy 
sabias a algunos psicólogos, que leo con cierta lástima 
superior, encaramado en los vericuetos de mis senti- 
mentalismos, o medio ahogado en las honduras de mis 
íntimos pensares. En esto no hay inmodestia, bien lo 
conozco yo, porque no hay mérito; no hay más que 
una especie de inofensiva vanidad engendrada por mis 
recónditas psicologías experimentales, que no tienen 
otro valor que la verdad de su existencia; pero que, en 
cambio, creo que son ellas las que no me dejan casar^ 
como Dios manda, y establecer (¡y esto es lo malo!) lo 
que yo llamo, cuando medito sin dinero, el encantador 
equilibrio parsimonioso de los gastos y los ingresos. 
Pero en fin, siquiera este último problema, después de 
mucho pensar, he venido a deducir que pueden resol- 
verlo dos o tres pequeñuelos que necesiten zapatos y 
pidan pan. Y si éstos tampoco me lo resuelven, me río 
yo de matemáticos cálculos y de sutiles teorías econó- 
micas... ¡fárrago, fárrago!... 



Al hacerte esta especie de confesión general de 
tanto tiempo, justo es que diga también, en mi descar- 
go, que he progresado algo en mi vida espiritual, que 
es donde únicamente puedo yo esperar progresos. 

Siquiera, siquiera, aparte otras más importantes 



238 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



manifestaciones, no soy poeta tan cursi y tan pedestre 
como lo fui en otros tiempos. ¡Esas cartas... esos ver- 
sos!... Bien están en tu mano; pero esas cartas, y, so- 
bre todo, esos versos, que yo osé escribir para ti en 
tiempos peores, que tal cosa consintieron; esas cartas 
que, no por sinceras dejan de ser lo que serán muchas 
de ellas: abusos poéticos, tontos de confianza conti- 
go... y esos versos, que serían mi gran vergüenza si 
no fuesen mi gran cariño de amigo, naturalmente sen- 
tido y tontamente expresado... ¡esas cartas, esos ver- 
sos!... Bien están en tu poder; pero a veces, cuando el 
diablo de la vanidad me tienta— ¡y me tienta hoy 
casi tanto como antaño!— se me ponen delante esos 
papeles y los recuerdos vagos que de ellos conservo 
aún, me colorean la cara de vergüenza... literaria; no 
de otra clase de vergüenza. Esto me ocurre pocas ve- 
ces, porque ese progreso mío de que te hablé, consis- 
te principalmente en que tengo el alma más seria que 
antes, y veo en esos documentos... lo que realmente 
hay que ver entre nosotros al contemplarlos, ya des- 
de lejos: un muchacho que quería sinceramente a un 
amigo, y que tenía la desgracia de ser poeta malo, 
como lo son casi todos los chicos de esa edad. No es 
que hoy lo sea bueno, no es eso: es que se me ha 
quedado el alma algo más seria, no sé por qué, a no 
ser vagamente; y, cuando veo que no puedo ser algo 
bueno, no soy nada, ni bueno ni malo. Por lo demás, 
como dice Cánovas, hoy, como ayer, tengo mis de- 
bilidades, aunque no sean tan grandes y tan frecuen- 
tes. Dicen por aquí, y dicen bien, que «perderá el car- 
nero la lana, pero no la mala maña»... 



DE GABRIEL Y GALÁN 



239 



Hasta aquí llegaba escribiendo, y me puse ligera- 
mente enfermo. Por eso va esta carta con fecha atra- 
sada. Ya estoy bueno y continúo. 

Hará seis meses que mi hermano más pequeño, 
Luis, el labrador, nos dió un mayúsculo susto. Tiene 
sus vanidades en los perros y en el hermoso potro 
que monta. Un día, loqueando con otros amigos que 
iban con él a la boda de una prima, corrieron mucho 
tras unas vacas bravas; se sofocó, bebió agua fría y... 
¡la segunda pulmonía! Con la agravante de no poder 
pasar de un pueblo distante tres leguas del mío. Allí 
estuvo seis días entre la vida y la muerte. Mi hermano 
Baldomcro, abogado del Estado en Zamora, acudió 
allá presuroso, como yo. 

Mi madre... ¡qué días y qué noches, en una casuca 
pequeña, sin comodidades para el enfermo!... En fin, 
¡la mar! Pasamos las de Caín y, gracias a Dios, pudi- 
mos llevarlo pronto a Frades en un coche, y en poco 
tiempo volvió a restablecerse. 

También yo estoy sufriendo estos días con una he- 
rida en un pie que me traje de Extremadura, como re- 
cuerdo de una cacería de jabalíes y venados. Ya voy 
mejor, pero no puedo aún salir de casa, porque estoy 
escandalosamente cojo. 

Aquí sigo viviendo, no como tú, trabajando tanto 
como decía el periódico que reseñaba los exámenes 
de tu escuela. Haces bien. Tienes hijos, yo no; tienes 
estímulos, yo no; y tienes la virtud del trabajo, y tie- 
nes, sobre todo, una cabeza sana, bien equilibrada y 
puesta en donde debe ponerse; en lo que es justo que 
se ponga y conveniente además: en el modesto deber 
diario que da satisfacciones y garbanzos; no en los es- 
panta pájaros por donde anda la mía, haciendo pirue- 
tas poéticas o psicológicas que, por no ser ni lo uno 



240 CARTAS Y PaESÍAS INÉDITAS 



ni lo otro, tal vez son piruetas naturalmente ridiculas... 
¿Ves lo bien que predico? Pues nada, ni por esas me 
enmiendo. Canto, pero no entono, como dicen en mi 
pueblo; porque, *una cosa es predicar y otra cosa ven- 
der trigo». Hay además aquello de «perderá el carne- 
ro la lana, etc.» 

Háblame de tu familia, de los amigos y amigas 
que conozco... refréscame la memoria un poco —¿en- 
tiendes?— porque, la verdad, todos mis conocidos de 
esa tierra no se llaman Castos... aunque alguno se 
llame Antonio, que para mí no es poco, pero no es 
tanto nombre como el tuyo, picaro. 

Esta carta, por ser la primera de la segunda edi- 
ción, ha resultada muy larga. Toda se me ha vuelto 
prólogo, o preludios o preliminares, o prolegómenos^ 
(¡echa pp!) y luego nada. Eso me sucede también con 
la música grande, que es precisamente la que yo no 
entiendo; algo barrunto del entreabierto misterio, pero 
nada, se me va a lo mejor toda en preludios. 

Hace poco tiempo me puse a escribir un libro 
(un solo ejemplar para mí, no te alarmes), y se me 
acabó el libro sin acabárseme el prólogo. Todo 
me volvía decir: voy a hacer y voy a acontecer, 
voy a cantar esto, voy a cantar lo otro, voy a decir 
lo de más allá, y no dije más. 

Y no digo más tampoco ahora. 

Saludas a Esperanza y besas a tus nenes de 
mi parte, y me hablas pronto de ellos. 

Saluda muy especialmente a tu buena mamá, si 
todavía está con vosotros, que no estará. 

Y ya sabes que yo siempre estoy contigo, y 
que te quiero. 



José María. 



CARTA 34.^ 



Piedrahita 14 de Julio de 1896. 



Querido e inolvidable amigo Casto: Ya hace tiem- 
po que te escribí un cartapacio que, por lo visto, no 
has recibido; y, si lo recibiste, no lo has contestado 
todavía (*). Será que no lo recibiste. 

«La mitad de las cartas que se pierden... 
¡se deben de perder !> 

No quisiera yo que la presente se perdiera, porque 
tiene por objeto saber de ti y de los tuyos; y con esto 
está dicho todo. 

Yo también me marcho el día 17 a veranear 
¿sabes? A veranear, no a las frescas playas del Can- 
tábrico (¡Oh, divino imposible!), no a esa tu tierra 
querida —querida porque es la tuya, y perdona el re- 
quiebro— sino a la abrasada tierra de Extremadura, a 
ver a mi novia ¿sabes? y a cazar perdices por aque- 
llos jarales y montes, recalentados por un sol que 
yo deseara para los que veranean en el Norte —con 
excepción del reino de Galicia. 

Mi veraneo, ya ves tú, es más veraneo que el de 
los ricos, en cierto sentido de la palabra veranear. 



(*) Fué contestado, pero la contestación no habrá llegado a manos 
de Galán, como ocurrió otras veces. 

17 



242 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Pasaré quince o veinte días conjugando el verbo 
amar, y luego me iré a mi pueblo, a Frades de la 
Sierra, provincia de Salamanca... Te refresco la me- 
moria porque la estación pide refrescos, no porque tu 
cabeza los necesite, para recordar cuál es mi pueblo... 
AHÍ espero encontrar carta tuya. 

Distribuye muchos recuerdos y muchos besos míos 
entre los tuyos —entre tu familia he querido decir;— 
y recibe tú un abrazo cariñosísimo y fuerte de tu 
leal amigo 

José María, 

que sigue queriéndote mucho. 



CARTA 35.* 



Sr. D. Casto Blanco. 



Mi amigo inolvidable: Me levanto ahora mismo de 
la cama, donde he estado veinticuatro días con fiebre 
gástrica; y te escribo como puedo, para decirte, aun- 
que tú no lo has de dudar, que tomo parte en vuestro 
dolor, y señaladamente en el tuyo, por la triste des- 
gracia que os aflige. 

Conservaba yo cariñosos recuerdos del pobre 
muerto (q. e. p. d.); pero aun sin ellos yo tendría que 
llorar su desaparición, porque era tu padre, y yo tam- 
bién tengo padre; y más aun porque al llorar, lloro 
contigo. 

Yo rezaré por su alma, como rezo por las almas 
de los míos que también se fueron; y tú, tú eres cris- 
tiano, y nada más tengo que decirte. 

Mis padres que están aquí para cuidarme, me 
encargan os exprese a todos sus sentimientos de pena. 
Ya no escribo más porque tengo algo de fiebre, mucha 
debilidad y se me va la cabeza a pájaros. 

Besa a tus hijos, saluda a tu Esperanza y a todos, 
sin olvidar a Antonio y su familia, y ya sabes que 
nunca te olvidará tu amigo 

Galán. 

8 Mayo 97. 



CARTA 36.* 



Piedrahita, 21 Diciembre 1897. 



Querido e inolvidable amigo Casto: A mediados 
del próximo mes de Enero me casaré, Dios mediante. 
Si sabes leer entre líneas, bastará la noticia que te doy 
para que, sin yo ayudarte, interpretes mis pensamien- 
tos y deseos. De éstos, creo que el mayor, que es el 
de verte el día de mi boda junto a mí, no habrá de 
realizarse. Es mucho pedir...; ya lo sé y lo comprendo. 
Por eso no insisto. 

Me caso con la primera y única novia que he 
tenido. Se llama Desideria, y es de Granadilla, en la 
provincia de Cáceres. 

Si me hubieras olvidado, te rogaría que volvieses 
a acordarte de este amigo, siquiera para rezar una 
salve a la Virgen, por su felicidad. 

Tengo miedo. Casto; no sé por qué, ni tengo por 
qué, pero me da miedo. 

Reza la salve, rézala bien, que acaso me valga 
mucho. 

¿Y tus hijos? ¿Y Esperanza? ¿Y todos? 
Di algo a tu buen amigo 



Galán. 



I 



CARTA 37.* 



Piedrahita, 12 de Febrero de 1898. 



Mi querido Casto: Ya estoy casado, y quiera Dios 
que lo esté muchos años. Instalado definitivamente en 
mi casa, quiero empezar por decirte que toda es tuya 
(hablo también con Esperanza), y creo que nada más 
tengo que añadir al ofrecimiento, porque el dueño de 
esta casa es tuyo hace muchos años, y considera inútil 
ofrecerse a un amigo como tú. De mi mujer no hay 
que hablar: me quiere tanto, que quiere a los que yo 
quiero, y me pregunta quiénes son, con ese fin. 

Hasta preciosa te ha parecido alguna carta mía. 
Lo mío te parece precioso, luego me quieres. Cuando 
tan lógicamente se llega a la posesión de la verdad, 
se acaban los discursos y se descansa. Por otros 
caminos diferentes, ya había llegado yo a esa verdad, 
pero ese me agrada más que ninguno. Yo también 
cuando me apasiono, veo las cosas como yo quiero 
que sean. Habrá en ello error de juicio, pero hay 
cariño, que es lo que se quería demostrar. 

Dios te pagará las cosas buenas que me dices en 
tu carta última, que no sé si será preciosa, pero a mí, 
que soy ya su dueño, me lo parece. De ella me acom- 
pañé en los momentos en que el cura me echaba la 
bendición y parecíame a mí, sin grandes retorcimien- 
tos de imaginación, que tú me estabas mirando desde 



248 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



el grupo de parientes y amigos que oían misa junto a 
mí. Y no estabas tú, pero algo tuyo allí estaba, porque 
el alma se pone donde se quiere, y tú debiste poner 
un pedacito de la tuya en aquellos renglones harmo- 
niosos, en aquella escritura sinceramente sentida, y 
escrita, en la forma, con finura y delicadeza monótona, 
constante, como tu amistad; letras iguales, que yo, sin 
mirar tu carta en momentos tales, veía ir naciendo de 
tu pluma, tranquilas, serenas, nobles, diciéndome 
cosas buenas, y fluyendo, fluyendo con ritmo suave y 
cansado, de ése que va adquiriendo la voz cuando se 
habla a personas que de antiguo son queridas... Pícara 
forma de letra la tuya o especial el estado de mi áni- 
mo, ello es que yo veía mucho más de lo que digo, 
sin mirar con los ojos de la cara aquellas letras tuyas 
iguales y menudas, que parecen pequeñas hermanas 
gemelas enlazadas por las manos. 

Y luego las leí por vez primera en sitio tan apropó- 
sito para entretenerse en estas deliciosas pequeneces!,.. 
Las leí encaramado en los picachos de una sierra bra- 
via, en Extremadura, sentado en el puesto de caza, 
con la escopeta al brazo, y esperando que los ojeado- 
res me echaran de los jarales de enfrente los jabalíes o 
los venados que allí andaban. No voy con tal motivo, 
a hacer párrafos poéticos; porque ya estoy casado, y 
todavía no sé hasta qué punto me es lícito ser poeta. 

Sálgome por la tangente diciéndote que el jabalí no 
vino, pero sí un magnífico venado que pasó a cuarenta 
pasos de los tres tiradores que estábamos más próxi- 
mos, uno de los cuales era el cura que me echó las 
bendiciones. Los tres tiramos casi a un tiempo al bicho, 
que bajaba al rio Alagón por un despeñadero de los 
que nadie ha pintado, y le metimos en el cuerpo las 
cinco balas que disparamos. Llegó rodando hasta el 



DE GABRIEL Y GALÁN 



249 



río y ¡figúrate nuestra alegría! El cura y yo no ha- 
bíamos tirado nunca una res tan hermosa como la que 
acabábamos de matar. El cura se quedó como atonta- 
do. Es un don SabaSy el de Pereda, en «Peñas Arriba>; 
un don Sabas que no quería habernos acampañado, 
porque los Cánones prohiben a los sacerdotes la caza 
clamorosa, y nos costó Dios y ayuda convencerle de 
que eso estaba derogado por costumbre contraria, no 
prohibida por los Prelados. 

Y ya que con esta digresión he vencido mi impulso 
pecador de hablar un poco de la poesía rica, vibrante 
y grande de aquellas sierras de Dios, aprovecho mi 
enfriamiento para hablarte de otras cosas. 

Pasamos los días primeros, siguientes al de la bo- 
da, en el pueblo de Deslderia. acompañados de mis 
padres, que desde allí nos llevaron al mío, en el cual 
estuvimos hasta el 5 del actual. Se extinguía la licen- 
cia de un mes que yo había pedido para casarme, y no 
podía, o mejor, no debía cometer ciertos abusos, que 
nunca me han agradado. Ya ves, amiguito, la principal 
razón que nos ha impedido hacer más viajes que el 
necesario para que la familia de mi mujer conociera a 
la mía, y la mía nos tuviera unos días a su lado, pocos, 
porque la boda se hizo el día 26 del pasado mes de 
Enero. 

Si no, ¡con qué gusto hubiera ido a verte, y a que 
me vieras feliz en estos primeros días de mi cambio 
de estado! Gracias, querido, gracias por tu simpático, 
por tu generoso, por tu leal y bien hecho ofrecimiento. 
Desideria y Esperanza se hubieran abrazado... tú y yo 
¡eche V. apretones! y yo, además hubiera visto y be- 
sado a tus hijitos. ¡Porque yo tengo muchas ganas de 
ver a tus pequeñuelos! Y no, no he pensado en mo- 
rirme sin veros a todos otra vez. 



250 CARTAS Y POESIAS INÉDITAS 



Si Dios me diera a mi hijos, mejor entonces; mejor. 
Alguna escapatoria hacía con ellos, para enseñártelos 
también y para hacerlos amigos de los tuyos. Porque 
muchas virtudes tal vez no pudiera yo prestarles, pero 
a sef buenos amigos ¡vaya si podríamos tú y yo ense- 
ñarlos con cierta autoridad personalísima! 

Mis padres, que agradecieron muchísimo tu carta, 
te saludan cariñosamente; lo propio hacemos mi mujer 
y yo con Esperanza y Encarnación; besa a tus hijos y 
recibe tú un fraternal y cariñoso abrazo de tu buen 
amigo que no te olvida. 

Galán. 

De propósito he pasado en silencio aquello de tu 
venida... Era mi sueño tan grato, que, por serlo tanto^ 
no ha podido realizarse.— Adiós. 



CARTA 38. 



Sr. D. Casto Blanco Cabeza.— Tuy. 



Piedrahita 10 de Julio de 1898. 



Inolvidable y querido amigo: Al ver hoy letra tuya 
en un sobre que contenía una tarjeta, me dió el cora- 
zón que alguna desgracia venía a contarme, y me puse 
tan nervioso, que no acertaba a romper ni abrir lo que 
venía medio abierto y medio roto. 

Pronto buscaron mis ojos, y pronto encontraron un 
nombre bajo una cruz. ¡Tu madre, tu pobre madre, tu 
cariñosa y buena madre es quien ha muerto! Ya ha 
rezado por ella, que era tan buena, este amigo tuyo 
que tanto afecto cobró a vuestra pobre muerta, cuando 
la conoció, diez años hace. 

A ti, amigo querido, qué he de decirte sino que llo- 
ro y rezo contigo! Desde aquí he gozado tus alegrías, 
cuando las tuviste, y aquí me tienes hoy de compañe- 
ro en tu pena. Si esto te consuela un poco, siquiera 
un poco, vuélvelo a oír otra vez: estoy contigo ahora 
y siempre, pero ahora más que nunca, porque te re- 
cuerdo más cuando sé que tienes penas, que cuando 
eres muy feliz. 

Mayores consuelos tienes, si a ellos acudes. Dios, 
tus hijos y la madre de tus hijos te ayudarán a sobre- 



252 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



llevar tu desgracia. Tú, como yo, tenías fe, gracias a 
Dios; y no has de haberla perdido... ¡yo juraría que no! 

Pues bien, ya sabes: tu madre era muy buena, y 
los buenos van al Cielo. Seamos también buenos y 
allá volveremos a vernos los que en el mundo sabe- 
mos querernos tanto, padres, hijos, hermanos, amigos... 
¡Ah, no hay duda que lo que Dios hace, bien hecho 
está. Resígnate pues. 

Querido Casto: fe y esperanza! 

Mi Desideria me encarga repetidamente que te dé 
su sentido pésame, que te resignes... En fin, siente, 
dice y piensa lo que este tu amigo leal que no te olvida. 

Mil cosas a Esperanza, mil besos a tus hijos y mil 
abrazos para ti de tu amigo, el de siempre. 



José María. 



CARTA 39.^ 



13 Noviembre 1898. 



Mi querido amigo: tengo que decirte dos cosas: 
que he hecho dimisión de mi cargo en Piedrahita y 
me he trasladado a este pueblo, con el objeto de vivir 
al lado de unos tíos míos; y que el día 7 del actual, a 
las siete y treinta minutos de la mañana, nació mi 
primer hijo, un niño tan hermoso que parece que no 
es nuestro, y tan robusto, que todas las personas que 
le ven afirman que su desarrollo hace creer a cual- 
quiera que tiene ya dos meses de vida. 

Dios me lo bendiga y nos dé a Desideria y a mí 
salud para criarlo y velar por él. No me han dejado 
escribirte estos días las grandes impresiones que he 
sentido, al abrirse mi corazón de par en par a un amor 
como el de padre; tan grande, tan intenso y tan nuevo 
para mí. Apenas ha nacido mi niño, y parece que yo 
soy otro hombre. 

Y más allá de lo que he sentido vislumbro verda- 
deros abismos de amor, todavía más grande, para mi 
hijo. ¿Qué te digo de estas cosas, si tú las supiste y 
las barruntaste antes que yo? Recuérdate y me estarás 
viendo a mí. 

La determinación relativa al abandono de mi ofi- 
cio, y a mi traslado a este pueblo, ha surgido de las re- 
petidas y antiguas instancias de mis tíos, y de mi 



254 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



deseo de obtener el mayor provecho práctico para 
mis hijos, cuando los tuviera, y ya tengo uno. Mis tíos 
me quieren bien; son ya viejos, él más que ella, pues 
tiene ya 71 años, y nunca tuvieron hijos y siempre una 
regular fortuna. Lo demás puedes comprenderlo: ellos 
desean, por una parte, alguien que dirija los negocios 
de su casa, pues sienten ya la fatiga de la vejez sobre 
ellos, y por otra, compañía amable, cariño, calor, ruido 
en casa, pero ruido de gente suya, y algún apoyo, 
alguna persona que sepa cuidar en su vejez al que 
sobreviva. 

Yo he venido oyendo sus instancias desde hace 
mucho tiempo, sin aceptarlas más que en principio, 
porque aunque yo les quiero sinceramente, para com- 
placerles era menester abandonar mi carrera y mi 
destino, exponer, tal vez, a una pérdida lo que era^ 
el pan de mis hijos... El proyecto era trascendental 
para mí, porque además de poner en riesgo con su 
realización el porvenir modesto de mis hijos, no que- 
ría yo venirme aquí sin condiciones determinadas, 
que me dieran cierta independencia en cuanto a me- 
dios de vida, mientras vivieran mis tíos... etc. Me hi- 
cieron proposiciones para el presente y ofrecimientos 
para el porvenir. En cuanto a los ofrecimientos, ¿yo 
qué puedo decir? Ellos y el tiempo me lo dirán. Las 
proposiciones me convinieron, y además, vencieron 
ciertos escrúpulos que yo sentía sobre el hecho de 
venir a vivir sin ganar el pan que comiera, pues ellas 
me obligaban a llevar yo los trabajos de dirección en 
los negocios de la casa, a cambio de una participa- 
ción en los beneficios. En fin, me decidí y aquí me 
tienes, querido amigo, hecho todo un ganadero, mejor 
dicho, aprendiendo el oficio, poco a poco, al lado de 
mi tío. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



255 



El trabajo a que tengo que consagrarme es muy 
llevadero; se reduce a mandar y vigilar a los criados, 
ir a ver el ganadito, etc. y a llevar en casa las cuentas 
de todo. La vida que estos trabajos ocasionan es, sin 
duda alguna, más sana y más llevadera que la de 
nuestra profesión; y, sobre todo, es de mi agrado, 
porque a mí me gusta mucho andar por el campo a 
caballo, y esto es lo que principalmente hay que hacer. 

Ahí tienes los sucesos principales de mi vida, 
desde que mudé de estado; y aquí en este pueblo me 
tienes a mí, que soy tu amigo de siempre, y que siem- 
pre seré tu buen amigo, lo mismo desde esta tierra de 
Extremadura que desde mi castellana querida tierra. 

Mil cosas a Esperanza, con besos para vuestros 
hijos, y un abrazo para ti de tu invariable amigo de 
siempre 

Galán. 

Todavía no está bautizado mi hijo. Lo llamaremos 
Jesús. 

Guijo de Granadilla (provincia de Cáceres). 



CARTA 40.* 



JOSÉ MARÍA G. GALÁN 
Guijo de Granadilla 

18 de Enero de 1900. 



Mi inolvidable amigo: Todavía vivo en el mundo, 
pero nada tiene de extraño, dada la poca frecuencia 
con que te escribo, que dudes si viviré. Debió de per- 
derse una carta mía, posterior a la que llamas mi últi- 
ma; pero de cualquier modo, hace ya no poco tiempo 
que dejé de escribirte; y no de meses, sino de siglos 
pudiera ser llamado mi silencio, si lo referimos a lo que 
tú te mereces: un diario detallado de mi vida. Pero 
mira para ti; recuerda el poco tiempo de que puedes 
disponer, después de cumplidas tus obligaciones todas, 
y así podrás contestar por mí la acusación que antes 
me hice. 

Ignoraba que Angelito vivía en América. No me lo 
habías dicho. ¿Qué hace? ¿Qué tal le va por allá? 
Tampoco sabía que tienes ya seis hijos. ¡Seis hijos! 
Son muchos para padres como tú... y como yo, que 
quisiéramos hacerlos a todos príncipes y no podemos 
lograrlo, porque somos, no tan pobres como amantes 
de nuestros nenes; pero no tan ricos como fuera me- 
nester para que los sueños de padre lleguen a ser 
reaUdades. 

18 



258 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Son muchos hijos, sí; pero Dios te los bendiga 
todos y te dé salud para ganarles pan y para edu- 
carlos bien. 

Yo no tengo más que un hijo, mi Jesús, que ahora 
hizo catorce meses: un angelito hermosísimo que nos 
tiene entontecíos de gusta, como dicen por aquí. Ya 
sabe donde está Dios, ya corretea sin ningún extraño 
auxilio, ya tiene cinco dientecillos preciosísimos. 
«¡Déjate que me calle!> —-como por acá se dice— 
porque si diera en la sabrosa manía de hablarte de mi 
Jesús, diría muchas simplezas, que sólo a mí me pue- 
den saber a gloria. 

Los versos de que me hablas no valen nada, es 
claro; pero la intención es buena, como la de todos 
los que he publicado en esa misma revista y en alguna 
otra que ha querido honrárme mucho, pidiéndome 
alguna composición. Además de no valer yo para el 
caso, no tengo tiempo para pensar bien lo poco que 
alguien me hace escribir, y, naturalmente, casi todo lo 
que hago se resiente de flojedad, de falta de precisión 
y nervio y de escasez de ideas originales; y lo que es 
peor que todo eso, a lo menos en mi opinión, falta de 
estilo propio y de espíritu personal... en fin, que soy 
cobarde, porque me asusta un decir que no sea el de 
la gente que vale tan poco como yo; y soy huraño 
porque lo más delicado del pensar y del sentir me lo 
guardo para mí, a veces para evitar profanaciones, a 
veces porque el idioma que hablo, tal como yo lo ma- 
nejo, me lo desbarata todo... 

Y pensando cuerdamente estas cosas y otras mu- 
chas, he decidido no renunciar generosamente, como 
el otro, a la mano de doña Leonor, cosa a que no as- 
piré nunca, porque bien sé yo quien soy; pero he de- 
cidido, repito, recrearme en cómo sienten los que lo 



DE GABRIEL Y GALÁN 



259 



saben decir, que son poquísimos, y dedicarme mientras 
tanto al cultivo de los olivos, para lo cual tengo, sin 
duda alguna, mejores condiciones que para el cultivo 
de la bella literatura. Con ello se ha perdido un mal 
poeta y se ha ganado un buen labrador; y yo, de más 
a más, me he restituido a la suave prosa monótona de 
la vida de mi casita, de vuelta de todos mis esplritua- 
lismos generosos y honrados, muertos a manos de es- 
tériles tentativas, cuyo retrato es el mío con la pluma 
^n la mano y un palmo de boca abierta. 

De lo que no puedo responder, hablando sincera- 
mente, es de que todo haya muerto, ni de que algo 
que haya muerto deje de resucitar cualquiera día. Ya 
habrás observado —¡mejor que yo todavía!-— que soy 
algo desigual en estas cosas, y que tengo propensión 
casi invencible a pecar de... poco práctico. 

Te digo estas cosas, para que no entiendas al pie 
■de la letra lo de mi eterno adiós a todo lo que no sea 
pesar, medir y tasar las cosas, como si fueran mercan- 
cías todas ellas. No soy como fui siempre; es la verdad. 
Me he casado y tengo un hijo, lo cual te dirá más que 
todas mis confesiones. Pero tampoco puedo todavía^ 
decirte que <si me ves no me conoces». 

Hablo de mí siempre más que de ti, como ya habrás 
advertido: pues no es egoísmo, ni falta de afecto, ni 
mucho menos cosa de vanidad, que a nada conduciría. 
Es porque yo lo necesito más que tú, que siempre estu- 
viste muy bien equilibrado, más formal, más sereno y 
más pensador que tu amigo. Si tú lo necesitaras o lo 
hubieras necesitado, yo me hubiese descuidado a mí 
mismo, para observar y atender a tus manías, o como 
se llame eso. 

De tu venida a este pueblo casi era mejor no 
hablar. No vienes... ¡qué has de venir! ¡Ni qué de 



260 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



extraño hay en que no vengas tú ni venga nadie a 
visitar estos andurriales en que he venido a meterme! 

Viaje largo, penoso, poco tiempo disponible... todo 
me dice que no, que no vendrás ¡qué has de venir! Tú 
y yo volveremos a vernos cuando Dios quiera; y este 
<cuando Dios quiera» todo lo dice; pero dice más que 
otra cosa, que sí, que volveremos a vernos en el otro 
mundo, si allí permite Dios que se vean los que aquí 
fueron amigos. Y hablo sobre el supuesto de que en el 
otro mundo pueda haber amigos, que tampoco lo 
sabemos; aunque yo creo que no los habrá, por varias 
razones. Pues ya ves las probabilidades que nos que- 
dan de tener una entrevista, siquiera de veinticuatro 
horas, como si dijéramos para saludarse, hablar cuatro 
cosas atropelladamente y escapar. 

Conque, ya sabes: hasta «cuando Dios quiera>. 

Y entretanto —porque habrá tiempo para todo- 
recibe afectuosos recuerdos de Desideria y míos para 
Esperanza, un beso para tus hijos y un abrazo para ti 
de tu buen amigo que no te ha olvidado ni te olvidará 

GALáN. 

No me olvido de tu salud. Pero ¿qué voy a hacer, 
sino pedir a Dios que te la dé algo mejor? 



CARTA 41.^ 



Sr. D. Casto Blanco Cabeza.— Tuy. 



Mi siempre querido amigo: Tan querido, que la 
lectura de la tarjeta que me anunció tu triunfo, le hizo 
dar a mi corazón un respingo de alegría. Llamóle la 
atención a mi mujer el largo rato que debí pasar con 
la tarjeta delante de los ojos: era que estaba leyendo 
entre líneas muchas cosas. Entre aquellos dos renglo- 
nes, el de tu nombre y el de tu triunfo, leí yo la histo- 
ria entera de tus desvelos de padre y esposo; de tus 
legítimas aspiraciones de hombre estudioso, serio y 
trabajador, que en el trabajo buscabas y habrás halla- 
do dos cosas nobilísimas: más pan para tus hijos y 
más honor para ti. 

Sube, sube, que yo, desde abajo y aliquebrado, te 
veo subir y te saludo meneando el ala rota; despidién- 
dote... para la cátedra con toda la alegría que me 
cabe en el pellejo, y con todo el estrépito con que 
pueden mis manos aplaudir. Yo aquí me quedo, mejor 
diría si dijera, tú aquí me dejas, en la orillita del río, 
no derramándome en la cátedra, sino hablando de 
chotos con mi vaquero; no vertiendo sabiduría para 
sustancia de otros, sino vertiendo sudor a chorros y 
acabando de perder lo que nunca con abundancia he 
tenido... Sí, nos vamos separando mucho, cada vez 
más, el uno del otro. Separación que no reza con la 



262 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



amistad, porque... yo también soy amigo de mi criado,, 
y todavía nos separa una cierta distancia de ese géne- 
ro, no muy grande ¿eh? porque yo camino hacia él 
con lamentable velocidad desde hace ya un par de 
años, y a todas partes se llega. Y por esto mismo, 
porque barrunto a donde iré yo a parar, te aplaudo 
con más calor para que sigas, para que sigas por 
donde vas, porque creo que no has llegado a donde 
puedes, a donde debes y... a donde tú te mereces. 
Esto último no quería yo decirlo, así, tan en crudo,, 
porque esas cosas me parecen siempre fuertes, para 
dichas en los propios hocicos de las personas modes- 
tas, pero ya está el daño hecho- 
Espero que me escribas cuando tomes posesión de 
tu destino y te instales en tu casa. 

«Un amigo mío que es catedrático... > Dispensa la 
vanidad, pero así pienso empezar a hablar de ti cuan- 
do me toque, y quizás cuando no venga muy a pelo. 
Perdona si a tu sombra me doy un poco de tono: lo 
que hay en España, de los españoles es. 

Mi mujer y mis tíos, sin tener el gusto de conocer- 
te, te felicitan y te saludan, como a Esperanza y a 
vuestra prole, que Dios bendiga; y tu amigo te envía 
un abrazo tan grande, por lo menos, como tu triunfo, 
que Dios convierta en instrumento de bienestar para 
ti y para los tuyos. 

José María* 



7'JuliO'1900. 



CARTA 42.^ 



Sr. D. Casto Blanco Cabeza.— Tuy. 



15 Agosto 1900. 



Mi querido amigo: Para que te sirva de consuelo y 
aún de ejemplo en cierto modo, pero no de espejo en 
que mirarte ni de ideal que acariciar, quiero escribirte 
unas líneas habiéndote de mi vida actual... y de la tuya. 

Yo suponía que trabajabas mucho, y a eso voy; 
pero no creí que era tanto como en tu carta me dices. 

No hay razón que justifique ese exceso. La más se- 
ria que pudieras alegar es la del bienestar actual y el 
porvenir de tus hijos. ¡Sofisma, sofisma! Porque tú 
bien sabes que la mitad del porvenir de los hijos (y me 
quedo corto) es la vida de su padre. El cual a veces la 
tira por la ventana con lamentable ligereza, creyendo 
que pone una pica en Flandes. Eso no es hacer mila- 
gros: es hacer huérfanos. Acompañe yo a mi hijo 
muchos años en la vida, y daré en compensación la 
mitad de la mísera fortuna que un día pueda legarie. 
Por este lado, pues, no hay razón que justifique el sa- 
crificio de una vida que se gasta a toda prisa, precisa- 
mente en obsequio de los que más necesitan la con- 
servación de ella. 



264 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Lo que decirme podías es que no hay victoria sin 
lucha; que no se llega a la cumbre sin sudar gotas de 
sangre en atajos y veredas... es verdad. No fueras hoy 
lo que eres, si hubieras hecho con los libros lo que yo. 
Pero aún aceptando todo eso, sin discutido siquiera, 
me queda el recurso de decir que he llegado a ti pre- 
cisamente en el momento oportuno: cuando puedes 
sentarte en el camino, y hacer lo que yo quiero que 
hagas: descansar... y vivir. 

Porque esa vida no es vida. No podemos ni debe- 
mos despojada del sentido utilitario, que es fuerte 
resorte de ella. Ni todo el monte es orégano, ni todo 
el monte es abrojos. Ni nadie se alimenta con suspiri- 
llos del aura, ni sólo de pan vive el hombre... 

¡Los libros! ¡La ciencia!... Tampoco la vida es eso. 
No he dicho nunca por qué: le tengo un poco de miedo 
a los intelectuales. Me diñan, si me oyeran, que, como 
no se me ha abierto «el alcázar de la ciencia», quiero 
apedrear las puertas. ¡ Falso, falso ! 

Hay prisa y tengo que limitarme a afirmar, a negar 
y a seguir más adelante. Hay que vivir. Y no reventán- 
dose por los hijos, para dejados prematuramente huér- 
fanos, ni llenando la cabeza, como sótano de comer- 
ciante, con fardos de sabiduría científica seca, que es 
cosa buena... cuando no lo ocupa todo; cuando no se 
la coloca en el altar de los amores para que absorva 
lo que no debe ser suyo. Perdona si le regateo alaban- 
zas y loores a lo que te ha llevado a sentarte en el 
honroso sitial de una cátedra; y echando tierra al pa- 
sado, convengamos en lo que importa, que es esto: tu 
cabeza tiene ya lastre científico para un rato: déjala 
descansar, y a vivir por otro lado. 

Yo, en parte porque veía algún mayor provecho 
material para criar a mis hijos, y en parte porque así 



DE GABRIEL Y GALÁN 



265 



me lo pedía... todo el cuerpo, hice un cambio de pos- 
tura en la vida; deserté de la ciudad y escapé al cam- 
po. Y en él no es la mía la vida paradisíaca que en tu 
carta dibujas sobre un fondo de lisonjas, que dejaré 
incontestadas para que el tiroteo no continúe y regre- 
semos de nuevo al dulcemente ceñudo silencio pudo- 
roso de la amistad sin elogios, sin alicientes exteriores, 
5in expresivos desahogos que, no por ser sinceros, 
dejan de ser habladores... 

Pero, si mi vida actual no es idilio, tampoca es 
toda ella horrible prosa científica, sin jugo, sin flexibi- 
lidad, sin substancia, sin entrañas. Yo también, como 
tú, trabajo mucho. 

Pero a mí me es lícito hacerlo, porque los trabajos 
a que me dedico yo, no gastan; quizás reponen. 

Y vivo bien, a Dios gracias; pero no me falta hue- 
so que roer. En mi trato con las gentes sufro no poco. 
Las gentucas de las aldeas, al par que cosas muy bue- 
nas, tienen miserias y roñas morales, que repugnan al 
estómago más fuerte. 

Se necesita mucha caridad y mucha paciencia para 
vivir entre ellas. Ese es el hueso y no es chico. Como 
que en la lucha con él no hay más defensa que el ais- 
lamiento, sino absoluto en el sentido material, sí en 
cuanto se refiere a la vida del corazón. Yo no tengo 
más amigos en el sentido extricto de la palabra, que 
uno de mis criados. Los demás de ellos tampoco sir- 
ven para el caso. Con ciertos ilustrados del pueblo no 
hay que contar para nada. 



El anverso de esta medalla es mi vida de campo, 
de soledad interior, de tareas y afanes diarios. Y este 
aspecto de mi vida sí que es bueno: agradable para el 
espíritu y provechoso para la salud del cuerpo. Yo 



266 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



trabajo bastante; leo algo, muy poco, pienso algo más 
que leo; pero ni el trabajo me revienta, ni mis lecturas 
me dejan ciego (¡ni mucho menos!) ni mis pensares 
pueden trastornarme el juicio. 

Voy dejándome vivir, agua abajo, agua abajo, sin 
prisa alguna, como el que sabe que están en razón 
inversa la rapidez de la marcha y el tiempo que es 
necesario para andar todo el camino. 

Algo de esto quisiera yo para ti. Que no te consu- 
mas; que no te quemes a fuego de fragua; que te 
vayas marchitando al calor del sol, que es más suave, 
más de Dios, más piadoso que el otro, para los padres 
que tienen hijos pequeñuelos, que tampoco viven sólo 
de pan, sino de amor, de caricias, de cuidados, de 
perenne vigilancia paternal, de paternales amparos 
contra los males y los peligros del mundo; de ense- 
ñanzas, cuyos maestros son insustituibles... 

Desde que nació mi hijo, ya no hay dudas para mí: 
es mejor llegar a viejo que llegar a sabio. 

Me he hecho medroso. Nunca le tuve miedo a la 
muerte, y hoy se lo tengo, cuando al verme en un peli- 
gro se me acuerda el hijo mío. ¿Quién, que no sea yo, 
me lo puede defender de los malos y del mal? Su ma- 
dre diera la vida por él, es verdad; pero, ¿no podría 
yo darla con mayor fruto para ellos? 

Dios es padre de todos; y si no fuera por eso, 
¿quién querría tener hijos, ante el temor de tener que 
dejarlos por ahí solos? 

¡Cómo me voy alejando de mi propósito! No esta- 
ba hablando contigo sólo, sino conmigo también; y 
por eso he insistido demasiado en estas cosas, que 
son más viejas que yo, ya lo sé; pero que no por ser 
viejas y vulgares, dejan de estar muy en razón. 

Yo no lo sé con certeza; pero me atrevo a suponer 



DE GABRIEL Y GALÁN 



267 



que el trabajo de la cátedra no mata en cuatro días 
al que la explica. 

Pero si a más de tus trabajos de cátedra, empiezas 
nuevamente a cargar con otros de orden privado, que 
llenen tus horas de descanso, como el estudio y las 
lecciones particulares... en ese caso, podrás llegar a 
sabio, y si me apuras, a rico; pero no vas a llegar 
a viejo. 

Supongo en ti los conocimientos necesarios, y no 
quiero decir más, para no hacer un mal papel en la 
cátedra que vas a desempeñar. Por lo cual tu tarea 
se reduce a trabajo de exposición, pero no de adqui- 
sición. Pues a explicar tus asignaturas, y a higienizarte 
un poquillo. Y más adelante. Dios dirá lo que se 
debe de hacer. 

Mis muchas ocupaciones no me han permitido este 
verano ni siquiera ir a ver a mi familia, que está es- 
perándome desde hace ya más de un año. Y yo aquí 
quieto; veraneando en la dulce Extremadura, bajo un 
sol que parte los pedernales de la calle, y respirando 
el aliento de esta tierra, que se abrasa, que se raja, 
que parece que se muere para siempre. 

Vosotros, afortunados mortales, que vivís en esas 
dulces latitudes, no imagináis lo que es esto. Vivimos 
como los árabes, acaso en más de un sentido; pero 
señaladamente en éste a que yo aludo, de la tempera- 
tura que disfrutamos. 

Si te has hecho demasiado sutil, dirás acaso que 
por eso, porque somos medio árabes, predicamos la 
vagancia, el dulce no hacer nada de la vida, el reposo 
del espíritu, que goza mucho durmiéndose al arrullo 
fatigoso de una pereza melancólica y estéril...; y mi- 
rándome desde la altura de tu actividad febril, dirás 
con ironía bondadosísima: «he ahí un meridional»... 



268 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



]Qu¡á!, no es eso! Si por decirte que vivo en el país 
de las chicharas, has de negar autoridad a mis pala- 
bras y olvidar en absoluto el sermón que te he dispa- 
rado, para que te pongas gordo y para que vivas 
sano, te llamaré... intelectual, que es un mote feo, 
cuando se dice con cierta intención... Come y engor- 
da, y déjame de influencias de clima y demás cosas 
semejantes. 

Ya me dirás, cuando llegue el caso, cómo te va en 
Santiago. 

Saluda a todos y manda a tu amigo que te quiere 

José María. 



15 de Agosto de 1900. 



CARTA 43/ 



Diciembre de 1900. 



Mi querido amigo: Al leer hoy tu tarjeta, recordé 
que te habla escrito, y buscándola, di con una larga 
carta ya cerrada que me olvidé poner en el correo. En 
el de hoy te la envío aunque la fecha es muy vieja. 

De ella acá he sufrido dos desgracias de familia: 
en pocos dias fallecieron mi hermana Enriqueta, que 
era la mayor de las dos que Dios me dió, y la única 
hermana que a mi madre la quedaba. 

Mi pobre tía (q. e. p. d.), había sido mi segunda 
madre y yo la quería muchísimo: pero era ya muy an- 
ciana y la vida tiene un límite, y esta consideración no 
deja de ser, en cierto modo un consuelo... 

¡Pero mi hermana! 

Casada con un hombre enamorado de ella, con 
cinco hijos pequeñuelos, viviendo una vida rebosante 
de paz y sencillez, en lo mejor de la edad... En aquella 
casa con todo acabó la muerte: con la dicha de un 
hombre honradísimo, que era modelo de esposos, con 
la vida de una cristiana mujer, tan esposa como ma- 
dre y tan madre como esposa, en el sentido absoluto 
de la palabra bondad; con la sombra protectora bajo 
la cual se educaban y vivían cinco hijos, que tenían 
por delante un porvenir, en donde había para ellos pan 
y amor... ¡Con todo acabó la muerte! 

Lo hizo Dios, y está bien hecho. Reza un padre- 



270 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



muestro por mis pobres muertas, y por que Dios sea 
el amparo de los cinco huerfanitos. 

* 

Como nos escribimos pocas veces, hay que hablar 
algo de todo en cada carta. 

Mi Jesús está muy bueno, muy guapo y muy ha- 
blador. Es nuestro encanto. Tiene dos años recién 
cumplidos, y charla como si tuviera cuatro. Y aunque 
yo no fuese su padre, diría que tiene una inteligencia 
que vale cualquiera cosa, a Dios gracias. 

Desideria también está buena, aunque hace dos o 
tres días tiene un fuerte catarro que me alarma un po- 
co; no por lo que el catarro es, sino porque la tos que 
tiene puede ser perjudicial para su estado, pues espera 
ser por segunda vez madre, dentro de un mes próxi- 
mamente. 

¡Dios no nos abandone! 

Yo con mis tareas de siempre. La mayor parte de 
los días en el campo, y ahora acompañado por mis 
penas, como puedes suponer. Las ocupaciones me 
distraen mucho, y mis aficiones literarias, además de 
distraerme, me consuelan. Ahora las prosigo con más 
vigor que antes, no sé porqué. 

Miguel de Unamuno, que, como sabrás, es ya Rec- 
tor de la Universidad de Salamanca, me anima mucho, 
y ahora me está excitando a que escriba nada menos 
que dos libros. Se ha hecho amigo mío, y te diré por 
qué, ya que eres tan bueno para mí, que todo lo que a 
mí se refiera te interesa. 

Hace algún tiempo escribí una composición en la 
jerga de este país, por invitación de mi familia. Mi 
hermano Baldomcro, que es abogado del Estado en 
Salamanca, era amigo de Unamuno, y éste le pidió 



DE GABRIEL Y GALÁN 



271 



algo mío que leer, pues sabía, no sé por quien, que 
podía dárselo. Precisamente acababa de recibir mi 
hermano los versos en aquel momento, y se los dió. 
Por lo visto le encantaron, pues le dijo a mi hermano 
que iba a darlos a la imprenta. Mi hermano le detuvo, 
diciéndole que habían sido escritos, no para el públi- 
co, sino para contadísimas personas. Unamuno dijo 
que los publicaba, aunque yo le llevase a los tribuna- 
les, pero al cabo esperó mi contestación. Entretanto 
él se los leyó a varios amigos, entre ellos a Pereda, 
que por entonces pasó por Salamanca. 

Ahora me escribe, diciéndome que en su reciente 
viaje a Madrid, adonde fué con objeto de hablar en el 
Congreso Hispano-Americano, se los recitó de memo- 
ria yo no sé a cuántos de sus conocidos, uno de ellos 
Balart, a quien creo que le gustaron sobremanera. 
Tanto, que le preguntó a Unamuno si yo había escrito 
más; y al contestarle que sí, le dijo que me excitara a 
que hiciera un tomito, pues lo merecía de veras. Una- 
muno me dice que el mismo Balart haría el prólogo, y 
en todo caso hablaría del libro. 

A otro de los que más le agradaron los versos fué 
a Salvador Rueda, que decía: <eso, eso es poesía y no 
alquimia». 

Unamuno me dice que lo haga, y además me exci- 
ta a que escriba en prosa; o cuadros de costumbres, o 
una novela. 

Pero nada: no hay quien me saque de mi paso. Le 
he contestado largamente a todo, y no te digo qué, 
por no hacerme demasiado lato,..so. 

Hace unos días le mandé dos romances, para que 
TTie dijera qué era aquéllo. Uno de ellos —me dice— 
le ha gustado mucho: «allá en el fondo, hay algo de 
académico, en el mejor sentido de esta palabra: por 



272 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



bajo de aquel estilo del pueblo se vé tal vez una mano 
que alguien llamaría literaria>. 

Ahora tengo que enviarle un cuento, que a él y a 
mi hermano les tengo prometido. Quieren que, sin 
dejar los versos, escriba prosa también. Todo ello 
parará en nada, porque yo no tengo algunas de las 
condiciones que se necesitan para lograr lo que me 
dice Unamuno que podía lograr: crearme un nombre. 
Además tengo que escribirlo todo atropelladamente, 
por falta de tiempo para preparar debidamente las co- 
sas. Pero en fin, el hecho es que yo me distraigo mu- 
cho con estas cosas, y voy pasando la vida. También 
estoy recogiendo por aquí terminachos, voquibles, 
decires, giros, etc., que me ha encargado tiempo hace, 
el propio Unamuno como materiales auxiliares para 
una obra que está escribiendo acerca de los orígenes 
del idioma castellano. También está ahora metido el 
hombre en una novela pedagógico-humorística en la 
que hay, según me ha dicho, elementos grotescos, 
trágicos y sentimentales. Veremos lo que le resulta. 

No dirás que escribo y detallo poco, y que no te 
hablo más que de cosas mías (aceitunas, chotos, pra- 
dos, etc.). Te hablo mucho y de cosas vuestras, de los 
que vivís en esas atmósferas superiores; cátedras, 
libros, papeles, oradores; Arte, Arte; ciencias, sabe- 
res, etc., etc. 

Veremos cómo te portas tú ahora con los campe- 
sinos, que no leen más libros ni aprenden más cosas 
que las que les dicen las cartas de algunos de sus 
amigos. 

Que tengáis felices pascuas y entradas y salidas de 
año os desea vuestro buen amigo, que a ti te abraza, 



José María Galán. 



CARTA 44.* 



Guijo de Granadilla, 5 de Febrero de 1901. 



Mi querido amigo Casto: el día 27 del próximo 
pasado mes de Enero nació mi segundo hijo. Él y su 
madre están buenos a Dios gracia». 

El recién nacido ha sido ya bautizado con el nom- 
bre de Juan Crisóstomo, que es el del Santo del día en 
que vino al mundo mi hijo. 

Ya tengo dos: Jesús mi primogénito, que acaba de 
cumplir dos años, y el que Dios me envió pocos días ha. 

Y para eso te escribo estas líneas, para decírtelo. 
Y para darte otras noticias, no como la de hoy, sino 
muy triste, te escribí también hace poco tiempo, por- 
que quiero que todo lo sepas, ya que eres un amigo 
excelentísimo. 

Por hoy no te digo más; que mucho debí decirte 
en mis dos últimas cartas, y no quiero repetir alguna 
cosa de las que agradan bien poco a quien las pade- 
ce y a quien tiene que escucharias. 

Ya vendrán días mejores, si Dios quiere, y enton- 
ces yo chariaré como siempre. Pero antes espero leer 
carta tuya. 

Tu amigo de siempre 

José María 



19 



CARTA 45.^ 



JOSÉ MARÍA G. Y GALÁN 
Guijo de Granadilla 
(Cáceres) 

1.^ Febrero 1902. 

Mi querido amigo Casto: Sin madre, ¿cómo he de 
ser yo feliz? Pues de eso no hablemos más, buen ami- 
go mío. Sólo, sí, te diré que, como tengo una esposa 
que es un ángel y dos hijos preciosísimos y sanos... 

Vivo atareadísimo con mis cosas del campo; y ya 
te dije que apenas me queda tiempo que dedicar a 
mis aficiones literarias. No sé si sabes que mi herma- 
no Baldomcro, abogado del Estado en Salamanca, me 
hizo escribir algo para los Juegos Florales de aquella 
ciudad, y lo hice con tal acierto, que premiaron mi 
composición con la Flor natural, un gran diploma y el 
ramo de oro que regaló el Ayuntamiento de la ciudad. 

¿Conoces la poesía premiada? Se llama El Ama, 
y ha sido celebradísima. Todavía continúan los críti- 
cos hablando de ella. Hace pocos días me daba un 
bombo en El ¡mparcial Ramiro de Maeztú, y me man- 
daron unos números de El Universo, de Madrid, con 
una crítica de Angel Salcedo, que hacía un paralelo 
con mi composición y con El Idilio de Nuñez de Arce. 
Si puedes, lee dicho periódico, que es el del 27 de 
Enero próximo pasado. 

También Villegas (Zeda) escribía en La Epoca 
que desde El Idilio, no se había vuelto a publicar en 



276 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



castellano ninguna composición como esa mía, dentro 
de su género, etc., etc.; porque, para bombearme con- 
tigo basta y sobra. 

Estoy terminando un pequeño tomo de poesías 
castellanas, y tengo en proyecto otro de poesías ex- 
tremeñas. 

El primero es esperado en mi país como el maná, 
porque ahora resulta que yo soy el poeta de aquellas 
gentes y aquellas tierras... 

En Extremadura... lo mismo: la han tomado ahora 
conmigo, y me tienen horriblemente mareado ya. 
¡Hasta he tenido que dejarme banquetear! 

No escribo en La Lectura Dominical por falta ab- 
soluta de tiempo; por lo mismo que no escribo en 
una porción de papeles públicos, que me tienen ase- 
diado con peticiones. 

No, querido: U... es pequeño para llevarme por 
donde tú te figuras. Como no sea el diablo, no sé 
yo quien podrá ser; y al diablo le pongo yo enfrente a 
Dios, ¡y boca abajo el diablo! U... es amigo mío, 
como él y yo lo somos de muchos, pero nada más. 
Y últimamente quizás no tanto, porque los sabios 
tienen también sus flaquezas y sus pasiones, como yo 
también las tengo, que no soy sabio; pero soy, en 
cambio, una mijita díscolo, o si se quiere muy amigo 
de obrar con independencia, y velay. 

No ha sucedido nada, pero, vamos, que las cosas 
no creo que estén como antes. 

¿Gustarme a mí Pereda?... Como las propias mie- 
les, querido, como las propias mieles. Pues no faltaba 
otra cosa sino que a mí no me gustase Pereda! Cuan- 
do Pereda deje de agradarme a mí, ten compasión de 
tu amigo. 

Y ahora que hablamos de Pereda, ¿creerás que^ 



DE GABRIEL Y GALÁN 



277 



por un cuento que he publicado en un periódico de 
Salamanca, me han dicho que en él hay cosas que 
igualan a las cosas de Pereda, y otras que...? ¡ detente, 
oh periodista! que sólo un buen periodista puede atre- 
verse a decir algunas cosas. 

Y así me paso la vida ahora, trabajando mucho en 
e\ campo, escribiendo muchas cartas (porque desde 
lo de los Juegos Florales esto es el acabóse) y hacien- 
do poco arte. 

Y solo, eso sí: muy solo en cierto sentido, porque 
no respiro más aires espirituales que los que yo mismo 
me creo y los que me enviáis de lejos. 

Salud para Esperanza y vuestros hijos, y en otra 
hablaremos de tíy porque estoy muy de prisa hoy, y 
no hago más que garabatos indescifrables. 

Te quiere mucho tu amigo 



Galán. 



I 



CARTA 46 * 



JOSÉ MARÍA G. Y GALÁN 

Guijo de Granadilla 
(Cáceres) 

7 Abril 1902. 



Mi queridísimo Casto: Se me ha estremecido el 
alma al leer esta carta tuya que tengo delante, escrita 
por mano extraña y acabada por la tuya, insegura y 
temblorosa. 

No, queridísimo Casto, no querrá Dios que tan 
pronto mueras, no. Le he pedido tu salud con un fer- 
vor, con un deseo, con una ansiedad tan grandes, tan 
grandes, que me he sentido muy tranquilo al terminar 
mi oración. Parece que alguien me ha dicho que no; 
que Dios te deja entre nosotros, que Esperanza y tus 
niños no han de quedarse sin ti, sin tu amparo, sin tu 
amor, sin su mundo entero, que eres tú, querido mío. 

Además yo no lo creo. Yo sé, sí, que hemos de 
morir todos; pero ¡Señor! si todavía /zo /ze creído yo 
que ha muerto mi madrecita de mi corazón, a quien 
pronto hará diez meses que vi morir en mis propios 
brazos! Y aún lucho, porque me lo soñé muchas veces, 
y hay momentos en que he dudado si esto será un 
sueño más, algo más largo que aquéllos, que también 
eran muy largos. Y algunas veces le digo a cierta es- 
pecie de realidad que me arguye para que lo crea: 
bueno, sí; no será esto el sueño de una noche, pero, 



280 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



¿y qué?; será el sueño de unos pocos años; pero cuan- 
do yo me muera, se acabó el sueño, y al despertar, 
veré que no se me ha muerto nadie. 

Contigo no llego ni a esto. Porque, sí, estás enfer- 
mo; pero yo no he visto más, y luego, que todos los 
que te queremos le hemos pedido a Dios que te deje 
con nosotros. 

Ya ves si tendré confianza, que, para cuando te 
pongas bueno, te envío adjunto un libro mío, que no 
es más que primicias de otro que pronto te mandaré 
también, si Dios quiere. 

Ahora, cuida de tu salud y no me escribas. Pero 
que me escriba alguien, a vuelta de correo, dos o tres 
líneas que me digan nada más cómo te encuentras. 

Queda esperándolas el amigo que tantísimo te 
quiere. 



Galán. 



CARTA 47.^ 



Guijo de Granadilla 22 Mayo 1902. 



Muy querido amigo mío: Tampoco tú puedes ima- 
ginar la alegría que me ha producido ver letras tuyas. 
Pon mi cariño al lado de tu actual situación, y harás 
nada más que un aproximado cálculo. 

Pido a Dios que siga aliviándote hasta que lo estés 
del todo, que bien lo necesitan tus hijos y la madre de 
tus hijos. 

Llevo una temporadilla de vida un poco agitada. 
Porque a cuenta de lo del libro, me hizo ir mi herma- 
no Baldomcro a Madrid por un par de días siquiera, y 
allá me tuvieron seis o siete. 

Si es que has leído algunos periódicos, ya sabrás 
que el Ateneo me invitó a dar una lectura, que, en 
efecto di. Y, por esta vez, puedes creer a los perió- 
dicos, porque, efectivamente, gustó la cosa. 

Más adelante te daré detalles de todo, porque hoy 
ni tú ni yo estamos para ello: tú porque debes leer 
poco; yo, porque tengo que escribir como a jornal. 

Porque con eso del libro y del Ateneo, y con lo 
del otro libro que me editó y prologó el P. Cámara, se 
me ha venido encima un chubasco diario de cartas y 
papeles, cuyo despacho me tiene ¡ay! reventadito. 

¿No has recibido Castellanas? Supongo que sí, 
porque fué certificado. 



282 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Soy el de siempre, Casto. 
Mortalmente pecarás, si desconfías de tu antiguo 
amigo. 

Los ojos míos, delante de los cuales están hacien- 
do flotar desde hace algún tiempo una humareda es- 
candalosa y descarada de incienso, no detienen en ella 
sus miradas. 

Miran, porque se lo manda la cortesía; pero no se 
ponen turbios, a Dios gracias. 

Ven lo de siempre: dos mundos: el suyo, el de 
siempre, y el otro, el de nunca. 

Y no quiero que leas más. Quiero que te pongas 
bueno, y que me lo digas pronto. 

Saluda a Esperanza, besa a tus hijos y te abraza 
• tu invariable amigo 

Galán. 



CARTA 48.* 



Guijo de Granadilla 9 de Junio 1902. 

Mi muy querido Casto: Tu tarjeta postal me ha 
venido a dar el segundo alegrón, más grande todavia 
que el primero. 

Por Dios ten mucho cuidado en este período de tu 
mejoría; cuídate mucho y bien; no te acerques al tra- 
bajo, no hagas el más leve exceso. Eres tan necesario, 
que cuanto hagas por vivir es hacer poco. Creo que 
no debes aún escribir ni leer. Yo te mandé CastellanaSy 
para cuando estés bueno del todo, y para entonces te 
mandé también el librito que editó y prologó con mi 
anuencia el P. Cámara. ¿No los has recibido? Supongo 
que sí, sobre todo, mis Castellanas, que fueron en 
pliego certificado. Que te lea Esperanza estos garaba- 
tos. Te hablaré algo de mis dos librejos. 

Ambos han gustado extraordinariamente, (así no le 
hablo yo casi a nadie). Cuando Castellanas estaba en 
prensa, me pidió el P. Cámara, Obispo de Salamanca, 
que le permitiera editar a él un tomito con algunas de 
las composiciones ya conocidas del público, pues 
quería él hacer un prólogo para ellas, y difundirlas en- 
tre sus hermanos de Episcopado y amigos, que tiene 
en todas partes. 

Se lo concedí con mucho gusto, e hizo el libro y 
el prólogo. Me regaló la mitad de la edición, y como 
él regaló su parte, yo tampoco quise poner a la venta 



284 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



la mía, que, después de todo, era un regalo que él 
me hizo. 

Empecé a regalar, y a los pocos días, ya no pude 
hacer otra cosa que regalar a la fuerza, pues me llovían 
de todas partes las peticiones, hasta que me dejaron 
con el ejemplar que me dedicó especialmente el señor 
Obispo y otros cuatro o seis más. Por entonces fui yo 
a Madrid, donde sólo pude estar unas cuantas horas, 
y ya allí me hablaron de un acto literario en el Ateneo, 
cuya Sección de Literatura tenía el proyecto de invi- 
tarme para dar allí una lectura de poesías. Yo no acep- 
té por entonces, porque tenía mucha prisa de venir a 
mi casa. Después cuando se acabó de editar Castella- 
nas, me hizo ir otra vez a Madrid mi hermano Baldo- 
mcro, que así lo había prometido a unos cuantos ami- 
gos suyos y admiradores de mis coplejas. Y entonces 
fué cuando di la lectura en el Ateneo. Querían en él 
que les diese 8 días de respiro para preparar el acto 
con música, etc.; pero me negué en redondo, por tener 
aquí muchas ocupaciones, y a los dos días de estar 
allí, sin darles tiempo más que para hacer a escape las 
invitaciones, se celebró la velada... Leí unas composi- 
ciones de las del libro (que aún no estaba puesto a la 
venta) y luego me pidieron, fuera de programa, unos 
cuantos ateneístas, que leyera El Crista bendita y 
Varón, ambas escritas en dialecto extremeño. Gusta- 
ron todas muchísimo. El éxito fué verdad. Se aplaudió 
aquella noche como, según me decían todos, se aplau- 
de allí pocas veces las lecturas de versos. Excuso de- 
cirte que me felicitaron y me zambombearon todos los 
literatos, periodistas, aficionados, etc., de la casa y de 
fuera de ella. Total, que me pasé seis o siete días en 
Modernópolis, y vine más cansado que si hubiera es- 
tado segando trigo. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



285 



La critica ha tratado bien al librejo en periódicos y 
Revistas. Todos los papeles han hablado de él, menos 
los tres grandes rotativos, El Imparcial, El Liberal y 
el Heraldo de Madrid. 

Llenos de... prejuicios, no quisieron dar ni siquiera 
la noticia anunciadora de la velada, enviada a toda la 
prensa por la Sección de Literatura. Te advierto que 
algunos de los redactores de esos rotativos estuvieron 
conmigo inaguantables en la velada. No me gusta 
decir lo que ellos decían de los versos, porque es de- 
masiado fuerte todo ello. Y creo, y así lo creían otros, 
que hablaban sinceramente, pero... tú no sabes dónde, 
en estos tiempos nuevos, se esconde la tiranía más 
estupenda y la esclavitud más horrible? Pues en las 
Redaciones de los rotativos que se pasan la vida can- 
tando todas las libertades, entre ellas, la de la emisión 
del pensamiento... 

Yo pude hacer que alguien hablara, pero no me dió 
la gana de intentario, ¿sabes? No tuve a bien sentarme 
en los umbrales de las puertas grandes, esperando la 
limosna, como hacen muchos con el mayor impudor. 

Lo cual quiere decir también, —yo bien lo sé—, 
que no tengo condiciones para crearme un pedacillo 
de nombre. Mas como mi fin no es ese, no lamento, 
sino que celebro, esa falta de condiciones para la fa- 
bricación de éxitos más o menos artificiales. No le 
puedo decir a nadie estas cosas, a no ser a uno como 
tú, porque casi nadie me las interpretaria rectamente. 
Las Uamarian rabia, o soberbia o despecho, porque 
casi todo el mundo se figura que no hay quien tenga... 
agallas para desdeñar un bombo de un rotativo. ¡Mira 
que anda bueno el mundo! Y mis amigos de por aquí 
aun tienen la candidez de indignarse ¿por qué dirás? 
¡por el silencio de los rotativos! No saben que, aún 



286 



CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



dejando a un lado otras razones de más peso, bastó la 
primera presentación que hizo el P. Cámara de mis 
escritos, para mirarlos con... desdén. Alguien ha que- 
rido hablar de eso en periódicos de provincias, pero 
yo se lo he prohibido. Quiero a toda costa paz, quie- 
ro silencio, quiero que nadie me corrompa las orado- 
neSy interpretando perversamente protestas de amigos, 
que me producirían, con toda su buena intención, 
más daños que beneficios. 

Lo mismo te digo a ti: que rompas este pliego y 
no hables con nadie de él. ¡Concho! lo único que la- 
mento es una cosa: si estará creyendo algún periodista 
que con su silencio me ha ¡jeringado! 

Con estas tonterías no me ha quedado tiempo para 
hablarte de algún proyecto. No tengo tiempo para ha- 
cer cosa de provecho, porque las cosas hechas de 
prisa, valen poco generalmente. Me gusta escribir 
algo, y algo escribiré en cuanto tenga vagar. Ya te 
diré lo que sea. 

Que te cuides, y que te cuides. 

Saluda a Esperanza, besa a tus hijos y te abraza 
tu buen amigo 



Galán. 



CARTA 49.* 



Guijo de Granadilla 10 Octubre 1902. 



Queridísimo Casto: Me gusta más rezar por tu 
salud que hacerte leer cartas. Por eso te escribo 
poco. 

Tu última me ha producido amargura. Me escribes 
muy abatido. ¿Por qué has de estarlo de alma? Le- 
vanta a Dios el corazón y esperanza en Él. 

Ponte sereno, porque imagino que no lo estabas 
cuando me escribiste, ^igo sereno en el sentido 
valiente de la palabra, porque ni entonces, ni nunca 
has perdido tú esa otra hermosa serenidad del alma 
cristiana, que llega al martirio primero que a la deses- 
peración y al excepticismo. 

Las penas con que Dios puede probarnos en este 
mundo ¡quién duda que son terribles a veces! Por eso 
se llaman pruebas. ¡Y qué puedo yo decirte de ellas, 
querido, que tú no sepas, si Dios te dió cuánto nece- 
sitas para entender mucho y bien, y para obrar en 
orden a tu entender! 

La poca salud, el mucho amor a los hijos, las vi- 
siones negras del porvenir, agrandadas muchas veces 
por infinito celo amoroso de padre y por tristes abati- 
mientos de enfermo... Ya lo sé, querido; ya sé que to- 
das esas cosas, y otras a ellas parecidas, te causarán 



288 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



amarguras; las amarguras de que le hablas a tu 
amigo desde que te falta la salud del cuerpo, tan 
necesaria para todo, para todo, y, más que para nada, 
para los hijos queridos. 

Y tu amigo, que es otro hombre como tú, no pue- 
de, —¡tú bien lo sabes!— no puede darte un con- 
suelo humano definitivo, absoluto, suficiente; ni cree 
que los hombres puedan dártelo tampoco. ¡Quién pue- 
de dar lo que no tiene? Y si ni siquiera sirvo para 
darte un gran consuelo, menos podré dar remedio a 
tus amarguras de hoy. Para esto y para aquello no hay 
nada aquí. Está arriba todo; y tu amigo del alma, cuando 
para él mismo y para todos los suyos necesita gran- 
des cosas, mira siempre a un solo sitio, al sitio donde 
está Dios. 

Todo lo demás es estéril cuando no es necio. Por 
eso rezo por ti y te escribo pocas veces. Porque si 
con oraciones no te doy cosa buena, mira tú qué 
podré darte con palabras y más palabras. 

Confio en Dios. He confiado en Él siempre, y aún 
más cuando las cosas amargas quieren ahogarme; 
porque yo también, Casto inolvidable, tengo penas 
y algunas penas muy grandes. 

Voy viviendo... voy viviendo, sostenido, esperan- 
zado... Haz tú lo mismo, que Dios te protejerá. 

Para acabar, y porque todo lo mío te interesa, aun- 
que sea una pequeñez, te diré que mandé a los Juegos 
florales de Zaragoza cuatro poesías, y me han premia- 
do una de ellas con la Flor natural, y las otras tres con 
otros tantos premios. 

Acabo de contestar un telegrama del Alcalde de 
Zaragoza, que en nombre de la Ciudad me felicitaba, 
autorizándole para que, por delegación mía, nombre 



DE GABRIEL Y GALÁN 



289 



reina de la fiesta y recoja mis premios, pues yo no 
voy a buscarlos. 

Vengan nuevas noticias de tu salud, y sean como 
las desea tu caro amigo 

Galán. 

Saluda a Esperanza y da un beso a tus hijos 
Adiós. 



20 



CARTA 50.* 

Y ÚLTIMA 



Guijo de Granadillay 9 Enero, 1903, 

Mi querido Casto: te tengo a media corresponden- 
cia, amiguito inolvidable. 

Perdóname. Estoy cansado, estoy aburrido, no 
sirvo para el caso. No puedes imaginarte las cartas 
que diariamente tengo que contestar. 

Si no lo hago, me llamarán grosero, o me llamarán 
soberbio, o me llamarán tonto, que es lo que más me 
molestaría. Si me propongo ser cortés, no tengo tiem- 
po para escribir a mi familia de Castilla y a mis amigos 
más queridos. 

No esperes que te hable de Cáceres. Vine rendido. 
Imagínate todo, y me librarás del tormento de contár- 
telo. Yo lo agradezco todo mucho; bien sabes que soy 
muy capaz de ello. 

Pero contigo me desahogo; diciéndote que me 
cansa, que me molesta todo ello; y gracias que ya 
no parece que me hiere, como al principio. Me acos- 
tumbré a ver y oir con indiferencia, y ya no me pro- 
ducen ni bueno ni mal efecto ciertas cosas. 

Tú me has causado un rato de alegría, de la buena, 
con la noticia de tu mejoramiento de salud. Dale a 
Dios mil gracias, querido, que te está favoreciendo vi- 
siblemente, y no dejes de pedirle que no te abandone 
un momento, porque tus hijos y tu esposa necesitan 
de tu vida, como de la suya propia. 



292 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Y por tu parte, haz lo que puedas y debes por la 
salud. Cuídate, no hagas excesos, no te fíes de tu es- 
tado actual, y así no cometerás imprudencias, que 
puedan costarte alguna nueva recaída. 

Ya que puedes leer, te mandaré pronto un folleto 
mío que saldrá a luz estos días. 

No creas que puedo dedicarte más tiempo hoy. 
Confío en que vendrá pronto la temporada del descan- 
so, y entonces podré escribirte, porque esto no es es- 
cribir: es telegrafía seca. 

Que sigas bien, querido; saluda a Esperanza, besa a 
tus hijos y manda a tu amigo cariñoso 

Galán. 

Que Dios os dé un feliz año de 1903. 



NOTAS 



I 



NOTAS 



Carta 1.^ Esta breve y cariñosa carta me fué di- 
rigida a Segovia, donde pasé dos dias para visitar a 
mi tía Concha y a mis primos. Yo había prometido 
esta visita al regresar a Galicia terminados mis estu- 
dios, y rogué a Galán que me acompañase a pasar tan 
breve plazo con mis bondadosos parientes; pero 
Galán prefirió quedarse en Madrid. En la estación de 
Segovia debíamos reunimos para seguir juntos el 
viaje hasta mi casa, y la carta tiene por objeto preci- 
sar exactamente el día y el tren en que lo habíamos 
de realizar. 

Fuente Vaquera. Galán escribió esta sentida ba- 
lada en mi casa de San Saturnino. De todas las pro- 
ducciones que se incluyen en este libro. Fuente Va- 
quera es la única que ha salido del secreto donde 
hasta ahora he tenido guardados como inestimable 
tesoro los papeles que me dedicó Galán. Fué en so- 
lemne y memorable ocasión. En la Velada necrológica 
que en honor del poeta organizó el Ateneo León XIII 
de Santiago, que me había confiado un cargo en su 
Junta Directiva, di lectura a esta poesía, la cual fué 
aplaudidísima por el selecto y numeroso público que 
llenaba el salón de actos del edificio de San Clemente. 

Adiós. Improvisó tan espontánea y tierna despe- 
dida al correr de la pluma y en el mismo papel en que 
me la entregó, el cual está sin tacha ni enmienda. 



296 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



Carta 2.^ El original fué escrito con lápiz pocas 
horas después de emprender su regreso a Frades, y 
estando el tren en marcha, como indica el poeta y 
ciertamente se nota en lo tembloroso de los trazos. 

Carta 3.^ Escrita en Medina del Campo a nues- 
tro común amigo Antonio, en cuya casa de la Coruña 
quedábamos ambos esperando ansiosos noticias del 
viaje de Galán. 

Carta 4.^ Era tal el acendrado afecto con que 
nos correspondía, que aprovechaba durante el viaje 
toda ocasión para escribirnos. Con ésta son tres las 
misivas que nos dirigió desde el camino, antes de 
llegar a su casa. 

Carta 5.^ Acompañando esta hermosa y extensa 
carta me remitió terminado el poema 

Mañanas y Tardes. Constituye, según opinión 
autorizadísima, el más sentido y copioso canto al 
campo castellano, del cual era Galán tan entusiasta 
admirador. Las dos partes primeras las compuso en 
San Saturnino, sentado a orillas del río Jubia, en el 
sitio llamado Pozo de los Donceles, delicioso y legen- 
dario rincón hoy hermoseado por la munificencia y 
buen gusto de los Sres. Duques de la Conquista, Mar- 
queses de San Saturnino. La frondosa avenida que 
conduce allí, donde el ilustre poeta improvisó esta 
obra, merece bien llevar el nombre de Gabriel y Galán. 

Carta 6.^ Antonio había ido a París para ver la 
Exposición Universal, agregado al Orjeón Número 
Cuatro, notable coro organizado y dirigido por el 
maestro Veiga, el padre de Julio. Este orfeón dió varios 
conciertos en el Palacio del Trocadero y obtuvo el Pre- 
mio de Honor y la Gran Medalla de Oro. Al regreso se 
quejaba Antonio del silencio de Galán. Éste no había 
podido escribir, porque... «El estado de mi alma, ya 



DE GABRIEL Y GALÁN 



297 



lo sabéis los dos, ése fué el que me lo impidió». Su 
alma hervía bajo la acción de impresiones desconoci- 
das, porque en ellas se revelaba el genio. Lo que 
sentía entonces Galán se declara bien en las cartas 
subsiguientes, sobre todo en la octava y en la un- 
décima. 

Carta 8.^ Galán restituido a sus queridas llanu- 
ras castellanas, al regazo de su adorada madre, des- 
pierta de lleno en el mundo luminoso de la inspiración 
y del arte. Siente que se opera una honda transforma- 
ción en su alma. Es el numen poético que en ella 
irrumpe y la arrebata a regiones de ideal purísimo. 
Por eso dice: «...alégrate; soy feliz como nunca... sólo 
puedo decir que si antes pensaba, hoy sueño; que si 
antes quise hacerme un filósofo, ahora quiero ser un 
poeta... soñaré como sueño, como un poeta, y así le 
daré a mi alma lo que buscaba, y a mi corazón lo 
que necesita...> 

Carta 11.^ Aquí describe, como sólo él podía 
hacerlo, el lirismo que vibra en todo su sér al más 
leve roce con las maravillas naturales de aquella su 
amada aldea, exenta de toda superposición de artifi- 
ciales elementos, como él la quería, según indica en la 
carta 6.* hablando de París, y tan felizmente expresa 
€0 su poema Regreso: 

«Aquí no vive la materia inerte 

esa vida que presta el artificio, 

estéril disimulo de la muerte. 

Viven aquí las cosas 

porque en su entraña cada cual encierra 

la del vivir intimación divina, 

que a ti te ha dado jugos, fértil tierra, 

y a ti te ha dado savia, vieja encina...» 

Observábamos sus amigos, por las cartas de esta 
época, un cambio notable en Galán, y le preguntába- 



298 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



mos si por fin se había enamorado. «Yo me enamoro 
—contesta— lo mismo del alma de un amigo que de 
la solitaria sierra de mi pueblo... Elijo los lugares más 
áridos, donde no hay nada, ni movimiento de un 
átomo, ni vida, y si pudiera ser, ni suelo que sustenta- 
ra mis plantas...» Allí medita el poeta extasiado en 
sublime contemplación; allí sería donde, como dijo en 
inimitable obra. 

El alma se empapaba 
en la solemne clásica grandeza 
que llenaba los ámbitos abiertos 
del cielo y de la tierra. 

¡Qué plácido el ambiente, 
qué tranquilo el paisaje, qué serena 
la atmósfera azulada se extendía 
por sobre el haz de la llanura inmensa!... 

Carta 12.^ La carta que dice haberme escrito no 
llegó a mis manos, aunque creo bien que la haya 
enviado. Tampoco dejé yo de ir a Frades por la razón 
de no haberla recibido, sino por los impedimentos 
mencionados en otro lugar, puesto que el ir era cosa 
ya de antes convenida, y además Antonio me remi- 
tió su carta, que era invitación para ambos. 

A LA Muerte de mi Hurón. Mucho agradezco al 
Sr. Toledano, dignísimo Farmacéutico de Frades, el 
beneplácito para publicar esta elegía burlesca, escrita 
sólo para la intimidad y reveladora del chispeante 
humorismo de nuestro llorado vate. 

Carta 13.^ Galán desahoga con nosotros su dolor 
acerbísimo, contenido en presencia de la familia. Era 
su costumbre hacerse fuerte en estos casos; cargar 
con su pena y con las de los suyos, para aliviarlos, y 
ponerse ciega y confiadamente en las manos de Dios. 

Carta 14.^ Excedía a toda ponderación la difi- 
cultad de nuestras comunicaciones, por el mal servicia 



DE GABRIEL Y GALÁN 



299 



de correos que padecíamos tanto en el pueblo de 
Galán como en el mío. De una vez por todas sirva 
esta nota para explicar la frecuente pérdida de cartas. 

Carta 15.^ Bondadoso e indulgentísimo para 
todos, era severo solamente consigo mismo, como se 
ve en esta carta. 

Suspiros. En el original de esta composición se 
leen estas palabras escritas con lápiz: <Se continua- 
rá>. Pero nunca me habló el poeta de continuarla, ni 
creo que lo haya hecho. 

Carta 16.^ Se confirma aquí lo indicado acerca 
de la 13.^ Sobreponerse al dolor propio, para aliviar 
el de los demás, era el sistema de aquel magnánima 
corazón. 

Cartas 19.^... 21.^ En otro lugar quedan consig- 
nados los obstáculos que hicieron imposible el cum- 
plir mi promesa de acompañarle unas semanas en 
Frades. Galán, contrariadísimo —como yo— por esta 
fatalidad, me decía: «Quisiera no verte enfermo para 
injuriarte cuanto pudiera...» Por último desahogó su 
disgusto dedicándome el precioso poema 

¡Patria mía!... En el cual, ensalzando no menos 
la deliciosa y exhuberante belleza de las playas galle- 
gas que la hermosura serena y majestuosa de las cas-^ 
tellanas planicies, sólo clama contra mí, por no haber 
ido a visitar su pueblo, y a éste le dice: 

«...no llores si aquel hombre de quien te hablaba 
no ha venido a abrazarte y a conocerte; 
no admitas aquel hijo que yo te daba, 
si en un lejano día viniese a verte»... 

Carta 22.^ En el día de mi casamiento no me ha 
sido dable disfrutar de la presencia del mejor de mis 
amigos, —lo que hubiera sido para mí el colmo de la 
dicha;— pero pude llevar sobre mi corazón esta dulcí-^ 



300 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



sima carta suya, y supe, como en ella pide, «mirarle 
con los ojos del alma> acompañándome en la iglesia 
y en la mesa de bodas. 

Cartas 23.^... 26/ En ellas insinúa primero embo- 
zadamente y por último declara sin rodeos su primer 
amor. Fué también su único amor, pues como dijo en 
inmortales versos, 

«...quise yo ser como mi padre era, 
y busqué una mujer como mi madre 
entre las hijas de mi hidalga tierra 

¡Un milagro de Dios, que ver me hizo 
otra mujer como la santa aquella!» 

Carta 27.^ Con ésta viene la promesa de enviar- 
me su retrato, promesa que no tardó en cumplir, remi- 
tiéndome con inestimable dedicatoria la fotografía 
cuya copia encabeza este libro; y que, entre las publi- 
cadas, es la que más exactamente caracteriza la atrac- 
tiva personalidad del poeta en lo mejor de su corta y 
gloriosa vida, a los 23 años, cuando sus ilusiones e 
inspiración estaban en pleno florecimiento. 

Cartas 28.^... 32.^ Intimidades, noticias, quejas y 
proyectos forman el contenido de estas cinco cartas, 
repletas, como todas las suyas, de afecto, de pensa- 
mientos elevados y de maravillosas visiones poéticas, 
vestidas siempre con las galas de la más bella elocu- 
ción. En la 32.^ Galán, para dedicarse enteramente a 
su irresistible vocación, inventa el pretexto de concer- 
tar un descansOy y abre un paréntesis extraño en nues- 
tra correspondencia. 

Carta 33.^ Ésta da fin al extraño paréntesis. Roto 
el silencio, que duró dos años justos, vuelve a reanu- 
darse nuestra correspondencia con el entusiasmo y 
cariño de siempre. 



DE GABRIEL Y GALÁN 



301 



Cartas 36.^ y 37.^ Me noticia su próxima boda 
en la 36.^ y me la relata en la 37.% agradeciendo con 
inmerecidos elogios mi pobre misiva de enhorabuena» 

Carta 38.^ El poeta «llora y reza conmigo» por 
el fallecimiento de mi querida madre. 

Carta 39.^ Dos trascendentales acontecimientos 
me comunica: el cambio de su profesión por la de 
labrador, y el natalicio de su primogénito. ¡Con qué 
entusiasmo me habla aquí de su Jesús, que le hacía 
decir en El Crista bendito: 

«Un jabichuelino 

con la cara como una azucena... 

con aquella boquina sin dientis, 

réondina y fresca 
que paeci el cuenquín de una rosa 
que se jabri sola pa si se la besa!...» 

Carta 40.^ Sigue con el mismo entusiasmo, 
iontecío de gusta* con su hijito y con su labranza. Y 
aunque habla de abandonar la poesía y < restituirse a 
la suave prosa de su casita>, ni él mismo lo cree: 

«Galán también cantaba 

que ella y el campo hiciéronle poeta>. 

Carta 41.^ Inestimable para mí por el cariño 
hondo y discreto humorismo con que me felicita al 
obtener en oposiciones una cátedra de las Escuelas 
Normales. 

Carta 42.^ ¡Bondadoso, incomparable amigo! Me 
cuenta su vida del campo en contraposición con la 
mía sedentaria, y me aconseja que trabaje menos para 
vivir más. ¡Quién podía pensar que le habríamos de 
llorar tan pronto! 

Carta 43.^ Es la primera vez que me habla de 
sus éxitos literarios. Y aun en el terreno de la más 
íntima confianza, lo hace con esa modestia sincera, 



302 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



:hija del verdadero mérito. No basta que D. Miguel de 
Unamuno, D. Federico Balart, D. Salvador Rueda y 
otros literatos eminentes aplaudan al poeta. El no cree 
tener condiciones «para crearse un nombre»... 

Carta 45.^ Acompañé al amigo en su dolor por 
la pérdida de la madre idolatrada, y algún tiempo 
después contestó a mi pésame con esta carta, en la 
que, para evitar el hondo abismo de la pena, toma el 
camino de darme participación de sus nuevas victo- 
rias literarias. 

Carta 46.^ Así, con tanto y tan efusivo afecto 
me escribía Galán al saber mi gravísima enfermedad. 
Y habla como un vidente vaticinando mi curación. 
Con esta carta me envía su primer libro, «que no es 
más que primicias de otro» que me promete para 
pronto. 

Cartas 47.^.. 50.^ Versan sobre los dos temas 
indicados: mi salud y sus triunfos literarios, cada día 
más grandes y definitivos. Acerca de éstos me refiere 
interesantísimos detalles, no por vanidad, pues «no 
detenía sus ojos en la descarada nube de incienso», 
sino porque sabía que su antiguo condiscípulo, su 
amigo íntimo, a quien llamaba su hermano y su confe- 
sor, se gloriaba en aquellos triunfos cual si fueran 
propios; y que contármelos era la mejor manera de 
consolar y alegrar mi espíritu abatido por la enferme- 
dad. Y respecto a ésta, hasta que recobré —milagro- 
samente— la salud, no cesó de animarme con las 
mieles más dulces de su cariño aquel corazón amantí- 
simo, que vivió siempre amando y de amor murió... 
pues conociendo a Galán y las circunstancias de su 
muerte, no parece sino que mi santo amigo falleció 
porque se le rompió dentro del pecho aquel corazón 
que en su ansia de aliviar a otros daba siempre vo- 



DE GABRIEL Y GALÁN 



303 



luntaria hospitalidad a los dolores propios y a los 
ajenos. Aquel corazón, por amor, no temía al dolor. 

Asi clama heroico en su Treno por la pérdida de 
la madre: 

«Rayo de la tormenta, 

podrás romperme, pero no espantarme;... 

sierra que te derrumbas 

y ante las puertas de mi casa caes;... 

huracán que su techo me arrebatas; 

muerte que rondas mi olvidada calle... 

¡Qué pequeños sois todos, qué pequeños 

y mi dolor qué grande! 

Para ello se amparaba únicamente en una fe ro- 
bustísima, y por eso pudo escribir en El Amo; 

«Es preciso tener labios de mártir 
para acercar a ellos 

la hiél del cáliz que en mi mano trémula 
con ojos turbios esperando veo. 
Ya está solo el hogar. Mis patriarcas 
uno en pos de otro del hogar salieron. 
Me los vino a buscar Cristo amoroso 
con los brazos abiertos...» 

Y así, como un verdadero mártir, dijo en su últi- 
ma Canción: 

«Visión de mis amarguras: 
¡yo no te cierro los ojos! 
Camino de los abrojos: 
¡yo no me cubro las plantas! 
Cruz que mis hombros quebrantas: 
¡yo te acepto sin enojos!» 

La vida de José María Gabriel y Galán fué, 
además, fecundísima en buenas obras. Su breve 
paso por el mundo dejó magna estela de los bene- 
ficios que sin cesar creaba y sembraba por doquier 
con mano pródiga. ¡Dios habrá premiado a este mo- 



304 CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS 



délo de hombres, que tan perfectamente ha cumplido 
los votos consignados en la última estrofa que escri- 
bió su áurea pluma: 

«Quiero dejar de mí en pos 
robusta y santa semilla 
de esto que tengo de arcilla, 
de esto que tengo de Dios!» 



ÍNDICE Y SUMARIO 



Págs. 



RETRATO DE GABRIEL Y GALÁN IV 

DEDICATORIA V 

PRÓLOGO VII 

LOS RECUERDOS Y PAPELES DE GALÁN 1 

Mis llorados amigos 3 

Un gran artista y una segunda madre 4 

Un estudiante vago^ otro chapón y otro que está para ser 

borrado de lista 5 

Maestro inolvidable 9 

La Tebaida de la Escuela.— José María Gabriel y Galán. . . 11 

¡Pobres gorriones!— Heroísmo y modestia 13 

El mayor tormento de Galán.— Un desafío 15 

Versos, acuarelas y conciertos.— La guitarra parlante. . . 19 
Las noches de claro en claro.— La amistad vence al amor. 

¡A los toros! 21 

El diluvio.— Una guantada espantosa.— Llegada a puerto. . 24 

El padre de Galán.— A Galicia, a ver el mar 25 

¡Oh qué viaje! 26 

Llegada a la Coruña 28 

El valle de San Saturnino, oda 29 

Galán en mi tierra.— El triple ¡ay!,., ¡ayL. ¡ay!...— La. 

puesta del sol desde el Orzán— ¡Han pasado 30 años...! . 32 

Galán en mi casa.— Los aprendices.— ¡Pobre Antonio! . . 35 
Adiós... ¡para siempre!— Correo detestable.— Galán era 

un santo 39 

CARTAS Y POESÍAS INÉDITAS DE DON JOSÉ MARÍA 

GABRIEL Y GALÁN 41 

Carta 1.^— El lunes, si Dios quiere 43 

La Fuente Vaquera, balada 45 

Adiós 58 

Carta 2.'— España, 23 de Julio 65 

Carta 3.*— Medina del Martirio.- Dos pobres aldeanos. . 67 

Carta 4.*— La Maya, 24 de Julio 71 



306 ÍNDICE Y SUMARIO 



Carta 5.^— De San Saturnino a Frades.—El lema de Galán. 

—El Solitario.— Nuestras madres se escriben 73 

Mañanas y Tardes.— Sueños 81 

Carta 6.^— Casi dos meses en la querida aldea.— ¡Oh, ven- 
drás hecho un parisién! 95 

Carta 7.^— Galán no está enamorado 103 

Carta 8.^— Feliz como nunca.— La inquinia del poeta. . . 105 

Carta 9.^— Galán y su madre enfermos 111 

Carta 10.^— Convaleciente.— La paleta de Galán 113 

Carta 11.^— ¡Un átomo sin madre! — Una miajirrinina 

de poesía 115 

Carta 12.^— ¡Quién pudiera ir a Frades! 127 

A LA MUERTE DE MI HURÓN.— Elegía improvisada... y así 

saldrá ella 129 

Carta 13.^— El hijo amantísimo. . . .* 137 

Carta 14.*— Extravío de correspondencia.— Verano abu- 
rrido.— Piadosa venganza 141 

Carta 15.*— La confesión de Galán.— Mar de dudas. . . 145 

Suspiros 150 

Carta 16.*— ¿Quién se opone a que nos hablemos?— El 

dolor de los dolores 153 

Carta 17.*— Brillantes oposiciones.— ¡Pobre Merceditas! . 157 

Carta 18.*— Nuevo destino.— Noticias excelentes. ... 161 

Carta 19.'— Sección de noticias y capítulo de cargos. . . 167 
Carta 20.*— Las siestas de Galán.— Antonio ingresa en 

la Armada 171 

Carta 21.*— No hay que ser tan ideal 175 

¡Patria mía! 177 

Carta 22.*— Epístola laica... ¡Con el alma! 187 

Carta 23.*— La tormenta.., o lo que sea 193 

Carta 24.*— Ir empezando siquiera.— ¡Oh, el ejemplo! . , 195 
Carta 25.*— «Jueves, nueve de Febrero, 

del año que empecé a amar» 199 

Carta 26.*— Tardío, pero seguro. — La mixtura de qui- 
nientas yerbas 205 

Carta 27.*— Que si, que bueno.— E\ retrato 213 

Carta 28.*— Nuevas oposiciones.— Parece que se quieren. 

—¡Otro verano sin vernos! 217 

Carta 29.*— Enhorabuena.— El veraneo de Galán.— Histo- 
rias peregrinas 223 

Carta 30.'— ¿Quién intercepta nuestras cartas?— Extrema- 
dura entera padece intermitentes 227 



ÍNDICE Y SUMARIO 307 



Carta 31.*— Siguen faltando cartas 231 

Carta 32.*— El fuego sagrado.— ¿A descansar? .... 233 
Carta 33.* — «Levántate y anda». — i Fárrago, fárrago! — 

Noticias 235 

Carta 34.*— ¡Oh divino imposible!— El verbo amar, . . 241 

Carta 35.*— ¡Mi padre! 243 

Carta 36.*— «Reza la salve, rézala bien...» 245 

Carta 37.*— Casamiento de Galán.— Un don Sabas, ... 247 



Carta 38.*— Un nombre bajo una cruz!— ¡Fe y esperanza! 251 
Carta 39.* — Dimisión del cargo y traslado al Guijo.— 



Natalicio del primogénito 253 

Carta 40.^— Entontecíos de gusiu.—\Jn buen poeta y un 

buen labrador. — «Cuando Dios quiera» 257 

Carta 41.*— Felicitación.— Ya está el daño hecho. . . 261 
Carta 42.* — ¡ Sofisma, sofisma!— Una medalla. — Sabios 

consejos 263 

Carta 43.*— Lutos.— Las primicias de Extremeñas y Una- 

muno. Pereda, Salvador Rueda y Balart 267 

Carta 44.*— El segundo vástago 271 

Carta 45.*— Sin madre...!— Triunfo definitivo 275 

Carta 46.*— Corazón de amigo.— Galán vidente 279 

Carta 47.*— Vida agitada.— Dos mundos 281 

Carta 48.*— Una lectura en el Ateneo.— Modernópolis. . 283 
Carta 49.*— Confianza en Dios.— Juegos Florales de Za- 
ragoza 287 

Carta 50.*— La modestia de Galán 291 

NOTAS 293 

ÍNDICE Y SUMARIO 305